Tal día como hoy del año 1826, hace 195 años, moría en Marsella (Francia), Louis Gabriel Suchet, que diecisiete años antes (1811) había dirigido a las tropas napoleónicas que asediaron y masacraron la ciudad de Tarragona. Louis Gabriel Suchet, nacido en Lyon (Francia) en 1770, había desarrollado su carrera militar a partir de la Revolución francesa; y, sobre todo, durante el Primer Imperio francés (1804-1814). En 1791 ingresaba a la entonces recién creada Guardia Nacional, y en 1799, era nombrado general de división. Antes de ser destinado a la península ibérica (1808) había participado en las batallas de Austerlitz (1805) y Jenna (1806), que se habían saldado a favor del Primer Imperio francés de Napoleón Bonaparte.

El 5 de mayo de 1811 tomó la dirección del asedio de Tarragona, en aquel momento la única plaza catalana en poder de los insurrectos españoles, que culminaría en el asalto definitivo del 29 de junio de 1811. En aquella operación militar, las tropas francesas consiguieron superar las murallas, penetraron en el interior de la ciudad, y se entregaron a un terrible saqueo que se saldaría con la muerte de entre 5.000 y 6.000 personas, que en aquel momento representaban más de las tres cuartas partes de la población. Según las fuentes documentales de la época, los asaltantes ensartaron con las bayonetas a todas las personas que encontraron; tanto en las calles como en las casas. El asalto napoleónico de Tarragona significó un antes y un después en la historia milenaria de la ciudad.

Según la investigación historiográfica, las autoridades civiles de la ciudad eran contrarias a la resistencia. Pero tanto el arzobispo ausente, Romualdo Mon Velarde (que, meses antes, había huido a Mallorca); como el comandante militar de la plaza, el Marqués de Campoverde (que, días antes, había abandonado Tarragona); habían ordenado la resistencia hasta las últimas consecuencias. La misma investigación revela que poco antes del asalto definitivo, alguien habría introducido en el interior de la ciudad a un grupo de unos doscientos alborotadores forasteros, dirigidos por un fraile, que no tan sólo inflamaban la población, con un discurso belicista cargado de connotaciones religiosas; sino que, también, perseguían y agredían los que se oponían a aquella previsible locura.