Si utilizamos a la Guardia Urbana como denominador común de contador de asistentes, la manifestación del jueves reunió a 28.000 personas en Barcelona, 12.000 en Girona y 1.700 en Tortosa. En total, 41.700 personas. Según todas las encuestas sociológicas, públicas y privadas, pero también según lo qué fácilmente se puede ver en torno a cualquier familia media en Catalunya, el acceso a la vivienda es el principal problema de la sociedad catalana. Pues bien, el 23 de noviembre del año pasado, en la manifestación más masiva que ha convocado al Sindicat de Llogateres, la Guardia Urbana contó a 22.000 personas en Barcelona favorables a la bajada de alquileres. Este pasado 5 de abril, la convocatoria fue de carácter estatal y en la capital catalana se reunieron 12.000 personas, también según la Guardia Urbana. Y a pesar de estas cifras (que sumando las dos fechas no llegan a las 40.000) nadie pone en duda que el noble objetivo de una vivienda digna y asequible es un hito mayoritario.
A finales de agosto, y después de toda la resonancia mediática, la presencia de caras muy conocidas y la adhesión a una causa humanitaria justa, la flotilla Global Sumud fue despedida en el puerto de Barcelona por un total de 5.000 personas, también según la Guardia Urbana. En Catalunya hay partidarios de Israel y partidarios de Palestina. Y entre los partidarios de Israel hay muchísimas personas que no están de acuerdo con lo qué está haciendo el gobierno de Benjamin Netanyahu. Pero imagino que nadie cuestiona la bondad bienintencionada de hacer llegar alimentos, medicamentos y ayuda básica a la población civil de Gaza por el simple hecho de que, cuando decidieron marcharse, solo 5.000 personas mostraron públicamente su apoyo.
La calle ha perdido valor movilizador y la capacidad de hacer de termómetro ha quedado distorsionada
Desde la pandemia y acelerado por la irrupción de las distintas redes sociales, la calle ha perdido su valor como escenario movilizador y, sobre todo, su capacidad de hacer de termómetro del apoyo a una causa ha quedado distorsionada. En España, la amnistía tiene muchos detractores (hasta el punto que hoy sumarian mayoría absoluta) pero las manifestaciones en contra también fueron proporcionalmente más bajas que en anteriores ocasiones en que la derecha y la extrema derecha española sacaban centenares de miles de personas a la calle. Las expresiones públicas de queja o reivindicación tienen mucha más repercusión en las pantallas que en las plazas, ya sea en redes, poniendo likes o siguiendo vídeos de influencers políticos de todo tipo. Y, de hecho, tienen el mismo valor democrático que una manifestación: son la expresión en público de un sentimiento o de una causa pero su alcance real solo se puede calibrar a través de las urnas.
En el caso del independentismo catalán, la movilización ha vivido las dos etapas: la de explosión y la de repliegue. Y seguramente lo más acertado que puede hacer el movimiento soberanista es hacer una lectura optimista, que no quiere decir óptima, porque continúa en el rincón de pensar analizando sus debilidades y fortalezas. Y mientras siga así, a las manifestaciones muchos independentistas optarán por seguir siéndolo desde casa o, en el caso del jueves, directamente de puente. Pero de la Diada 2025 también se pueden extraer brotes verdes, como por ejemplo la gran presencia de jóvenes, la poca incidencia en la ausencia o presencia de partidos políticos y finalmente una cosa tan poco científica como sí palpable: el tono y el ambiente, que recuperaron un pedacito de aquella sonrisa con que se tenía que hacer la revuelta.
Harían bien el estado español y el independentismo de no dar por muerto el movimiento
Francesc Pujols escribió aquello de que "el pensamiento catalán rebrota y siempre sobrevive a sus ilusos enterradores" y harían bien unos y otros a no dar por muerto el movimiento independentista. Unos, quiere decir el estado español. Los otros, el propio independentismo. Que unos y otros tengan claro que el independentismo solo dejará de existir cuando en Catalunya no quede ni una sola persona que piense en que esta pequeña nación europea merece tener las mismas herramientas políticas que sus vecinos españoles y franceses: una financiación autosuficiente, la capacidad de decidir qué hacer con ella, poder escoger como se autogestiona así como la manera de relacionarse con el mundo, partidos oficiales de selecciones incluidos. Y, a pesar de todo lo qué se ha dicho sobre el independentismo, el jueves quedó claro que como mínimo durante una generación más España tendrá que soportar su existencia. Aunque, si quiere hacer vía, también hay otra manera y momento en que se acabará ese independentismo: cuando Catalunya acabe siendo un estado independiente.