Por incómodo que pueda resultar para los catalanohablantes, el futuro del idioma ha entrado en el debate público y político. No es de extrañar dado que tal como indican las estadísticas y la vida en nuestro día a día, el uso social del catalán retrocede. Y no solo en cantidad, sino también en calidad de lengua hablada.

Por suerte, el análisis de la situación ocupa amplios espacios de opinión y ha entrado en la agenda política. Entre las opiniones que se han aportado últimamente destacaría dos que creo que ponen el dedo en la llaga. Una de Narcís Comadira, que afirma que las lenguas son organismos vivos que evolucionan y que el problema del catalán no es que no evolucione, sino que se corrompe. Otra es del economista Miquel Puig, que resta importancia a la conocida sentencia del TSJC relativa al 25% mínimo de horas lectivas en castellano en la escuela, para pasar a identificar tres factores explicativos del retroceso del uso social del catalán: la inmigración (que tiene o adopta el castellano como lengua vehicular), el relajamiento de los catalanohablantes (más preocupados por el inglés que por los pronombres débiles) y el hecho de que hay políticas de impulso que no han funcionado (la inmersión en la escuela no se aplica y TV3 no ha cuidado al público infantil).

En el debate también se aportan mensajes esperanzadores, objetivos y fundamentados, que matizan el retroceso de la lengua y desdramatizan la situación. También son verdad porque, por ejemplo, el catalán se conoce más. Sin embargo, la realidad es que en la calle y entre los jóvenes y los niños (que son el futuro) se habla cada vez menos. Uno mira a su entorno y encuentra evidencias con gran facilidad. Lo difícil es no caer en el pesimismo.

En torno al tema en cuestión, hace pocos días que The Economist, un semanario británico, referenciaba dos libros que me ha parecido oportuno recoger. El primero es el titulado Speak Not, de James Griffiths, el cual analiza la desaparición (casi desaparición, para ser más precisos) de dos lenguas que sucumbieron al inglés, a base de opresión cultural. El gaélico, que había sobrevivido en un entorno geográfico (y pobre) aislado, sucumbió a una imposición del inglés ilustrada con el hecho de obligar a los escolares que hablaban gaélico el vergonzante distintivo "Gaélico No" (Welsh Not). Un exponente de la táctica de opresión lingüística, de las muchas que se han aplicado en el mundo a lo largo de la historia, y sin ir muy lejos, en Francia. El libro trata también el caso del hawaiano, un idioma que acabó de manera parecida al gaélico. En cierta manera, la equivalencia actual de opresión lingüística se da en China, donde el mandarín se impone a la fuerza sobre las otras lenguas que hablan millones de personas, como el cantonés.

Sin embargo, la realidad es que en la calle y entre los jóvenes y los niños (que son el futuro) se habla cada vez menos. Uno mira a su entorno y encuentra evidencias con gran facilidad. Lo difícil es no caer en el pesimismo.

El segundo libro al que me refiero (The Rise of English) trata de la expansión del inglés, una lengua que no ha parado de reforzarse, primero con el imperio colonial británico y después con el dominio global norteamericano, y que lleva una inercia que parece imparable. Todo el mundo quiere usar la lengua que utiliza la gente influyente. Se cita el caso de los Países Bajos y el neerlandés, que podría acabar recluido en los círculos familiares y en los grupos de amigos. Sin coerción política, tan solo porque la gente lo quiere o lo ve necesario.

¿No estará pasando una cosa parecida con el catalán en el ámbito de la socialización vía internet (cada vez más presente entre los jóvenes), que tiene el castellano como idioma dominante? Eso, dando por descontado que el Estado español no cesa ni cesará en conseguir que el castellano sea la lengua dominante y si puede ser exclusiva en Catalunya.

Estamos donde estamos en el uso social del catalán. Por frustrante que resulte la situación, hay que reconocerla y que la sociedad afronte el problema, como apuntaba en mi artículo en este mismo diario hace unos días (Incentivos para el catalán). También hace falta que el estamento político se de un baño de realidad y proponga lo que haga falta tocando de pies en el suelo y teniendo en cuenta el entorno lingüístico global a nivel planetario. Solo teniendo bien fotografiados los hábitos y actitudes de los catalanes con respecto a la lengua, con propuestas claras, valientes pero digeribles por parte de la población avanzaremos en la defensa de un activo como pueblo.

Hablemos abiertamente, sin perjuicios, sin esconder la cabeza bajo el ala. El catalán tiene un problema y se tiene que solucionar, entre otras cosas porque quizás no desapareceremos como país, pero aquello que es la piedra angular de nuestra cultura (la lengua) puede acabar cayendo. Y si cae, detrás suyo, lo que quedará será folclore, puro y duro.