Son muchas las noticias y los artículos de opinión que últimamente recogen los medios relativos a la salud de la lengua catalana. Un uso social menguante, una presencia minoritaria en publicaciones periódicas, televisión y redes sociales, entre otros indicadores, han encendido las alarmas sobre el futuro que le espera al idioma en cuestión.

Gran parte de los artículos publicados que hacen una diagnosis sobre cuáles son los factores determinantes de haber llegado hasta donde estamos, centran su atención en la dimensión política del problema. Hay una coincidencia bastante general de que, sin estado propio, el catalán tiene un futuro negro, básicamente porque en situación de convivencia de dos idiomas en un mismo espacio, se da una relación de dominación entre el que cuenta con un estado detrás (en este caso, el español) y el que no lo tiene. Lo explica muy bien Salvador Cardús en un artículo reciente en el Ara (27/12/21) relativo a la relación entre lengua y poder. Unos días después, el 3 de enero, Xavier Roig publica en www.parlemclar.cat un artículo que trata de manera desacomplejada y valiente sobre los enemigos de la lengua catalana, citando los partidos políticos abiertamente beligerantes en contra de la lengua y los partidos tolerantes con los beligerantes. También cita la falta de leyes a favor del catalán y la gran inmigración que ha recibido el país en las dos últimas décadas como obstáculos para la lengua.

Estoy seguro de que todo el mundo que escribe sobre la situación actual del catalán no se refiere al uso privado de una lengua, un espacio en el que cada uno habla la suya, sino al uso social, en la calle, a la lengua que se utiliza en las relaciones con los demás, ya sea en la tienda, en el bar, con el conductor del autobús, en el patio de la escuela, en Facebook o en Instagram. El retroceso del catalán parece importante y de aquí las voces de alarma sobre el riesgo de extinción o de minorización absoluta en línea de lo que les ha pasado a otras lenguas. Es lo que hay. Y uno de los factores que juega un papel destacable es, como señala Roig, la inmigración. Sobre este aspecto creo que son oportunas dos consideraciones de perfil económico.

Sin un estado que lo ponga en valor, la defensa del catalán está en manos de una administración autonómica con recorrido limitado y en manos de la resistencia y del activismo de los catalanohablantes

La primera es que Catalunya genera más actividad productiva que la que puede afrontar su población. Falta gente y por eso tiene que venir de fuera. Una posibilidad sería producir menos, pero eso no es lo que quiere el empresariado. El negocio es el negocio y si hacen falta personas para cubrir déficits, se cubren atrayéndolas de donde sí las hay. Los trabajos donde pasa esto es en aquellos que a los habitantes locales no les parecen atractivos, sea por el sueldo, por los horarios, por el esfuerzo, etcétera. La mayor parte del empresariado no tiene en consideración la lengua, y en este contexto el castellano es la lengua franca. En este caso la demografía juega en contra del catalán.

La segunda consideración va de incentivos. Lo sintetizó hace muchos años de manera magistral el futbolista Johan Cruyff, que hizo gran parte de su carrera en el mundo del deporte aquí en Catalunya. El genial delantero afirmó en una ocasión, con la franqueza que lo caracterizaba, que él no hablaba catalán porque nunca lo había necesitado. No lo requería para nada, no era obligatorio y allí donde iba los catalanohablantes se le dirigían en castellano. Aquello que pasaba en su época, sigue pasando hoy en día: si uno no quiere hablar el catalán, no lo habla, y no por ello perderá ninguna oportunidad. Ante la falta de incentivos, en definitiva, hablarla es una cuestión discrecional, depende de la voluntad de la persona, de su interés por integrarse, del entorno en el que se mueve, entre muchos otros factores.

En el contexto descrito, sin un estado que lo ponga en valor, la defensa del catalán está en manos de una administración autonómica con recorrido limitado y en manos de la resistencia y del activismo de los catalanohablantes. Estos mantienen viva la lengua en un entorno nada favorable, últimamente agravado por la globalización cultural, por las nuevas tecnologías de comunicación y por la omnipresencia de una lengua que hablan centenares de millones de personas como es el castellano. ¿Eso hace que tengamos que renunciar a la lengua? No lo hacen los daneses, ni los holandeses. El catalán tiene como principal incentivo propio la persistencia, la tenacidad, la autoestima, el hecho de poner diariamente en valor un activo cultural de primer nivel, como es una lengua propia, y reivindicar con normalidad una lengua que, no lo olvidemos, es oficial.