Hay una mujer escritora y teóloga que aparece figurada en muchos iconos con un gato. No es santa, pero sí venerada en el seno de la Iglesia anglicana y también católica, llamada Juliana de Norwich. Dentro del canon de la literatura inglesa medieval, Juliana de Norwich es una de las autoras más reconocidas por su prosa. De hecho, su texto de las Revelaciones es la primera obra escrita en inglés por una mujer. Juliana era una mística con autoridad que recibía visitas de personas como Margery Kempe y gente de varios lugares se acercaba a ella para recibir consejo. Los gatos, dice la leyenda, le hacían compañía.

Una de las personas dentro del catolicismo que ha hablado de Juliana de Norwich ha sido el papa Benedicto XVI, que como buen teólogo admira sus escritos y razonamientos. Esta mística británica autora de las Revelaciones del Amor Divino tiene una biografía poco clara y por lo tanto es susceptible de leyendas e interpretaciones. Sabemos que vivió entre 1342 y 1430, que son unos años para la Iglesia Católica especialmente tumultuosos, ya que significan el momento de una ruptura, el cisma durante el cual el Papa vuelve de Avinyó a Roma y la gente vivió las consecuencias de las guerras entre Francia y el reino de Inglaterra. El mes de mayo de 1373 Juliana, jovencita, está a punto de morir. El sacerdote que se acerca al lecho de muerte le enseña el Santo Cristo y parece que la chica revive. Es su primera aparición mística. Hasta 15 años más tarde ella misma no entenderá el significado de este hecho.

En síntesis, ella vio que Dios es amor, que Dios es femenino y que al final "todo irá bien". Ahí es nada

Hizo una elección radical, vivió como una anacoreta en una celda cerca de una iglesia dedicada a san Julián, en la ciudad de Norwich, centro urbano próximo a Londres. La opción de vivir recluida no equivalía a una elección individualista: estas mujeres que se alejaban del mundo para dedicarse a meditar y estudiar eran veneradas como mujeres sabias. Hoy también tenemos, desde el monasterio de Sant Benet en Montserrat o el de Sant Daniel en Girona, pasando por numerosos conventos donde quien se ha recluido allí no lo ha hecho para huir del mundo sino para alimentarse de otra manera y poder ofrecer. Os haríais cruces si supierais la cantidad de gente que se acerca a estas mujeres para hablar, buscar consejo o simplemente compartir sus desazones y dudas existenciales. Los monasterios hoy son visitados de manera continuada. Benedicto XVI llamaba a los monasterios de clausura "oasis de paz y esperanza" y "tesoro precioso" para todos. Por eso a menudo están lejos del ruido.

Juliana osó comparar el amor de Dios con el amor materno: ternura, bondad y dedicación de Dios como la de una madre por sus hijos, escribía. Un tanto heterodoxa con sus ideas, Juliana no fue censurada porque al vivir por libre, anacoreta, excéntrica, no supuso ningún peligro en aquel momento. Su pensamiento, sin embargo, está cargado de dinamita y de hecho se refiere a Dios en femenino. Dios como madre (y como padre y madre de la humanidad) es un concepto ya trabajado por la teología feminista que también fue desarrollado por Francisco de Asís. En síntesis, ella vio que Dios es amor, que Dios es femenino y que al final "todo irá bien". Ahí es nada.

El papa Ratzinger evocó a Juliana para recordar que las promesas de Dios son siempre superiores que las expectativas de cada uno, y que en el fondo, y aquí radica su optimismo, todo será bueno y será para bien (ll shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well). Un mensaje esperanzador en tiempo de Adviento que podría formar parte de los villancicos y felicitaciones por escrito que todavía algunos nos emocionamos cuando recibimos o enviamos.