La Conferencia de Presidentes Autonómicos, celebrada precisamente en Barcelona y presidida por el rey Felipe VI, con el president Illa como anfitrión, tenía como único objetivo demostrar al resto de España la derrota política del independentismo catalán. Pedro Sánchez, presentándose como artífice de la victoria, alzó orgulloso el trofeo.

El show organizado por la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, rescatando el ideal falangista del “hábleme usted en cristiano”, contribuyó al éxito de la operación sanchista. Aunque Ayuso pueda satisfacer con su sketch a sus hooligans locales, lo cierto es que a nivel estatal e incluso dentro de su propio partido se quedó más sola que la una. Hizo el ridículo y permitió a Sánchez aparecer como el bueno de la película, ejerciendo de apóstol de la diversidad cien por cien española, eso sí, precisando en todo momento que la diversidad es territorial, negando así la realidad plurinacional.

La performance también ha sido un simulacro de normalidad política que contrasta con la cruda realidad, cuando la estabilidad del Poder Ejecutivo depende, entre otros factores, de un dirigente político perseguido por la Justicia española, que permanece en el exilio pero ejerce como interlocutor principal de la política española, como es Carles Puigdemont, a quien todavía una parte de la sociedad catalana considera su presidente legítimo. Eso no es muy normal ni en España ni en ninguna parte.

Sin embargo, más allá de las necesidades parlamentarias del Ejecutivo, difícilmente puede hablarse de normalidad cuando no solo los partidos de la oposición, sino el conjunto de los poderes fácticos del Estado han desencadenado una ofensiva para forzar la caída de un gobierno legítimamente constituido, con participación de instituciones, medios de comunicación, jueces, policías y… las cloacas del Estado.

Los poderes fácticos del Estado no perdonan a Pedro Sánchez que haya roto los esquemas de la Transición haciendo posible una mayoría parlamentaria de signo republicano que, de consolidarse, podría propiciar cambios estructurales en el propio Estado

Algunos consideran que lo que está ocurriendo son secuelas del proceso soberanista catalán y en parte puede que sea cierto, pero no es toda la verdad. Evidentemente, la derecha política e institucional intenta deslegitimar a la mayoría parlamentaria que apoya al Gobierno de Pedro Sánchez porque depende de partidos independentistas, es decir, de los enemigos de la nación española, pero en realidad lo que no perdonan a Pedro Sánchez es haber creado el precedente de una mayoría parlamentaria republicana en el Congreso de los Diputados. Si lo observamos, todos los partidos que forman la mayoría progubernamental son declaradamente republicanos, también el PSOE, aunque aún no haya ejercido como tal.

Ciertamente, la actitud de Pedro Sánchez no responde a hipotéticas aspiraciones de cambio de régimen. De hecho, no se ha atrevido a cambiar lo esencial del régimen del 78. Los secretos oficiales siguen bien guardados. Por no atreverse, ni siquiera ha derogado la ley mordaza, la primera promesa proclamada en la moción de censura, hace ya siete años, y que sigue incumplida. Pedro Sánchez ha hecho una opción no ideológica sino estrictamente estratégica, haciendo, como él dice, de la necesidad virtud, para sobrevivir políticamente. Sin embargo, la mayoría parlamentaria republicana y en buena parte periférica es un precedente que rompe los esquemas de la Transición.

El diseño de la Transición aplicó al pie de la letra la doctrina lampedusiana de que todo cambie para que nada cambie. La estructura de poder del Estado se ha mantenido prácticamente inalterable. Los guionistas del 78 previeron la continuidad de la monarquía borbónica con un sistema bipartidista PSOE-PP, partidos que debían alternarse en el Ejecutivo pero que debían compartir los criterios esenciales y las instituciones del sistema. Y en caso de crisis, cerrar filas conjuntamente. Es lo que ocurrió en 2016 cuando el PSOE descabalgó a Pedro Sánchez y facilitó la investidura de Mariano Rajoy.

El PNV ha pedido en varias ocasiones la desclasificación de los secretos del 23-F. Los partidos de izquierda y los nacionalistas reclaman el cambio de la ley de secretos oficiales. De momento el PSOE sigue frenando, pero el espectáculo de la guerra sucia y las cloacas huele tan mal que quizá llegue el momento en que las cosas cambien. De ahí las prisas en hacer caer a Sánchez

Pedro Sánchez, proclamando el “no es no” a facilitar un gobierno de la derecha y dando entrada a partidos que solo debían ejercer como figurantes, ha modificado el guion principal de la Transición y eso es lo que no le perdona el Estado profundo, que ya lo considera enemigo público número 1 del régimen del 78. Así se explica la beligerancia contra Sánchez de un Felipe González, en tanto que príncipe de la Transición, no fuera a ser que se destaparan verdades inconfesables. Todo empieza por algo. El PNV ha pedido varias veces la desclasificación de los papeles del golpe de Estado del 23-F. Los partidos de izquierda y los nacionalistas reclaman el cambio de la ley de secretos oficiales. Por ahora el PSOE sigue frenando, pero el espectáculo de la guerra sucia y las cloacas apesta tanto que quizás llegue el momento en que las cosas sean diferentes. Lo serían para muchos que no lo desean, y solo podría suceder con una mayoría como la actual y con ninguna otra. De ahí las prisas…

Repetidamente a lo largo de la historia, la derecha y el Estado profundo español han utilizado el arma de la desestabilización ante la más mínima posibilidad de un cambio estructural de signo republicano. Obsérvese que la estrategia del PP apenas incorpora propuestas políticas o ideológicas, está centrada única y exclusivamente en reclamar elecciones y repetir el mantra “váyase, señor Sánchez”. Tiene prisa especialmente el actual líder del PP, Núñez Feijóo, que teme que se le pase el arroz, porque si lo ven incapaz lo cambiarán por otro.

A Sánchez no le fallarán los aliados parlamentarios, salvo Podemos, que necesita reivindicarse agarrándose al no a la guerra para superar a Sumar y tampoco tiene mucho que perder. De todos modos, la permanencia de Sánchez depende sobre todo de la ofensiva judicial y de los intentos conspirativos dentro del propio PSOE, que cuentan con poderosos patrocinadores. Así que la ofensiva para hacer caer al Gobierno de Sánchez no se detendrá, porque no se puede tolerar que se consolide política y también culturalmente una mayoría republicana en la dirección de las instituciones y con partidos de la periferia ajenos al sanedrín madrileño. Ahora bien, tampoco hay que exagerar. No estamos cerca de la tercera república, pero como decía el poeta socialista y republicano que murió en el exilio y sigue enterrado en Cotlliure, "se hace camino al andar", y eso es lo que asusta a tantos poderosos.