Sigmund Freud formuló el principio de realidad para oponerse al principio de placer que había enunciado el físico, matemático y psicólogo Gustav Fechner en 1848. Los especialistas afirman que ambos conceptos se atienen al principio de satisfacción. O sea, a la capacidad que tiene la mente humana de juzgar la realidad del mundo exterior —y de actuar en consecuencia— alejándose del dolor, de aquello que lo ha provocado, para intentar encontrar una solución. Así pues, según la psicología freudiana, no nos queda otra que aceptarlo. Todo el mundo tiene su principio de satisfacción, la diferencia es que los “realistas” se contentan con una formulación a largo plazo y los partidarios del “placer de la acción”, que es como designaba realmente Fechner su principio, buscan resultados inmediatos. El nuevo libro de Jordi Muñoz se titula Principi de realitat (L’Avenç, 2020) precisamente por eso, para enfatizar las diferencias entre las dos vías que han caracterizado el independentismo durante el llamado procés. Está claro cuáles son. Una es la de los partidarios del “tenemos prisa” y la otra es la de los “realistas”, a pesar de que sea difícil determinar quién es partidario de qué. Bastará con un par de ejemplos para constatar cómo ha ido cambiando la forma de ver la “realidad” entre los partidarios de una u otra vía según el momento.

Carme Forcadell, hoy injustamente encarcelada, en septiembre del 2014 era la punta de lanza de los que tenían prisa (“presidente, ¡ponga las urnas!”), y en 2020, desde la cárcel, secunda la política oficial de su partido y también los desmanes del “moderantismo” extremista de su jefe de filas en Madrid, otro ejemplo de cambio de bando: Rufián ha transitado desde las famosas “155 monedas de plata” hasta convertirse en el azote del independentismo “neoconvergente”, para utilizar sus palabras. Rufián critica el pacto de JxCat con el PSC en la Diputación pero, en realidad, sueña con ser el socio de los socialistas en todas partes: en Madrid y en Barcelona. En el intervalo entre la prisa y la prisión, Forcadell moderó —en la medida que pudo ante los energúmenos del estilo Carrizosa, Iceta o Coscubiela— el debate parlamentario sobre las leyes de desconexión, que era la vía elegida por los moderados para lograr la independencia. Presidir aquel debate parlamentario la llevó a la cárcel. Puigdemont, en cambio, que era el heredero del moderantismo según la versión radical de aquel momento, la que tumbó a Artur Mas, debido a las urgencias parlamentarias fue asumiendo el callejón sin salida a donde le llevaban ERC y, sobre todo, la CUP, que es el único grupo que se ha mantenido invariablemente en posiciones radicales —no necesariamente independentistas— a copia de ir quemando dirigentes, propios o de los demás partidos. El 1-O, lo que se olvida a menudo, nació de una imposición de la CUP para votar a favor de la cuestión de confianza planteada por el presidente Puigdemont después de que el Parlamento le tumbara los presupuestos del 2016. La portavoz cupera era Anna Gabriel, hoy refugiada en Suiza y quien ha abandonado voluntariamente toda actividad política a consecuencia de la represión, forzó aquella propuesta y el calendario como si estuviera negociando una resolución parlamentaria de las muchas que aprueba el Parlamento. Los de Junts pel Sí no opusieron resistencia.

Tengo la impresión de que los partidarios del principio de realidad que defiende Muñoz interpretan el proceso desde la perspectiva de la autoinculpación y del miedo. Es humano, pero es poco estratégico

Si le damos la vuelta a las responsabilidades, si prescindimos de la orden de los hechos, entonces culpamos de algunos errores a quienes no los han provocado. Con la represión ocurre lo mismo. Si legitimas el argumento de quien reprime, a pesar de hacerlo inconscientemente, al final resulta que los culpables de que el estado respondiera autoritariamente y con violencia a una demanda democrática fueron los independentistas. Si no funcionó la opción de la ley a la ley porque el unionismo catalán —Carrizosa, Iceta y Coscubiela— la tildó de “golpe de estado”; si la desobediencia es perseguida y castigada todavía hoy con inhabilitaciones y cárcel, y si  la vía del pacto es rehusada sistemáticamente o postergada con cualquier excusa, ¿en qué queda el principio de realidad que reclama Muñoz? Josep Fontana escribía, refiriéndose a los bombardeos de Espartero y Prim contra la revuelta popular de la Jamancia de 1843, que las interpretaciones posteriores tergiversaron su sentido para dar la razón a los vencedores. Triunfó la visión dominada por la derrota y por el miedo a volver a ser bombardeados. Fontana escribió que la tergiversación sobre el significado del 1843 estaba dominada, “como en tantas otras ocasiones —repetiré, como en 1868, 1923, 1936 o 1977—”, por el miedo a la “revolución”, lo que “ha llevado a tantas abjuraciones y a tantas renuncias”. Podríamos añadir a la lista 2017, motivo actual de controversia. Todas las “falsas rutas” se argumentan del mismo modo.

La realidad histórica es difícil de interpretar por medio de una estadística y todavía es más difícil intentar resumirla con estereotipos. La realidad es mucho más compleja y es complicado reducirla a un solo principio. La posición de cada uno en la sociedad y en relación con la política, la ideología, e incluso la mirada geopolítica, son fundamentales en el análisis del observador. Generan un punto de vista. Fontana, Pierre Vilar, Eric Hobsbawm, E.P. Thompson o Marc Bloch, entre otros muchos historiadores, han dado un montón de páginas dedicadas, precisamente, a advertir sobre los condicionantes que determinan la posición del analista al valorar un hecho. Fontana lo resumía indicando que quienes han vivido bajo las bombas difícilmente interpretarán los bombardeos del mismo modo que los que los ordenaron. Es de sentido común. Con el Holocausto ocurre algo parecido. Es por eso que me sorprende, como escribí la semana pasada en un hilo de tuits, que los que ahora se apuntan al principio de realidad para superar el procés lo hagan retorciendo el análisis para culpar al independentismo del fracaso del 1-0, como si la represión autoritaria y desmesurada del Estado español no fuese realmente el problema. El problema no es Catalunya, es España No digo que Muñoz no hable de la represión, pero el autoritarismo español resulta marginal y no medular en su planteamiento. ¿Qué y quién impidió una solución democrática al conflicto? ¿Fue la ingenuidad de los independentistas? ¿Fue su irresponsabilidad o fue la represión?

Tengo la impresión de que los partidarios del principio de realidad que defiende Muñoz interpretan el proceso desde la perspectiva de la autoinculpación y del miedo. Es humano, pero es poco estratégico. Mi principio de realidad es otro y no tiene nada a ver ni con las prisas para lograr la independencia (que la gente honrada de la CUP y ERC debe de recordar que combatí a capa y espada esquivando los insultos), ni con la derrota del 1-0. Lo que me preocupaba antes y me preocupa ahora es cómo desbordar el estado sin dispararme un tiro en el pie cada semana, que es lo que se estuvo haciendo entre 2014 y 2017.