Es costumbre criticar y analizar como el sistema de incentivos perversos del autonomismo ha amansado el talento de la esfera periodística y cultural catalanista. A menudo se pasa por alto, sin embargo, que también ha atrofiado el talento de la esfera periodística y cultural españolista. Viendo por televisión una entrevista a uno de esos escritores que podríamos etiquetar de críticos con el statu quo catalán, me di cuenta de hasta qué punto la intelectualidad española en Catalunya había utilizado la denuncia del pujolismo para o bien disfrazar su anticatalanismo o bien disimular las carencias de su discurso.

Habiendo pasado el 1 de octubre, y con la aparición de un espacio independentista transversal y crítico con el independentismo, ya es del todo evidente que todo aquel que te habla de la marginalidad histórica de la cultura castellana, de la Barcelona cosmopolita de los tiempos de Franco, de la Catalunya rota o de la Convergència de Artur Mas, es tan crítico y molesto para el poder como moderno y subversivo es aquel señor de cincuenta años que va en patinete por Via Laietana. Mi género preferido son las investigaciones sobre corrupción o sobre intervencionismo en los medios de comunicación en Catalunya que sirven más a una lógica de dominación colonial que al compromiso con la buena gestión pública y el periodismo crítico. Quizás sí que todos estos discursos desestabilizan el poder catalán, pero lo hacen para fortalecer al central, que es quien bendijo el establecimiento de las corruptelas autonómicas para mantener Catalunya dominada.

Girar el foco hacia los intelectuales españolistas te permite averiguar hasta qué punto algunos de ellos se alimentan de lo que critican

Tal como escribió Joan Bordeus en Núvol, buena parte del españolismo catalán fracasa a la hora de reírse de los independentistas porque es incapaz de reírse de sí mismo y de reconocer la posición de poder de la que parte. En la vertiente más progresista, Eudald Espluga señalaba en Playground la trampa del discurso equidistante de periodistas como Jordi Évole: "Definirse como crítico por oposición a los fundamentalistas e hiperventilados es cerrar el debate (nacional) desde una ilusión de neutralidad". Espluga remachaba que, al investirse a sí mismos "con la fuerza de la frialdad del juicio crítico", los equidistantes polarizaban el debate, dividiendo entre fanáticos y equilibrados.

Quizás por todo eso resulta enternecedor ver como muchos de los que critican la ingenuidad de los independentistas favorables a la unilateralidad creen con entusiasmo en el diálogo del gobierno de Pedro Sánchez o en las soberanías compartidas de Podemos. Es fascinante ver como, para presionar a los independentistas que se oponen a la aprobación de los presupuestos del gobierno español, luchadores antifascistas asumen un principio tan propio del autoritarismo como es el de silenciar las libertades democráticas y negar el derecho de autodeterminación de los pueblos a base de progreso económico.

La gracia de todo es que girar el foco hacia los intelectuales españolistas te permite averiguar hasta qué punto algunos de ellos se alimentan de lo que critican. Al debate actual sobre la existencia de una serie de escritores, periodistas y tertulianos que hacen cuatro duros adulando a los partidos independentistas, podemos interrogarnos sobre la existencia de una serie de escritores, periodistas y tertulianos unionistas ―afines al PP, PSC, Cs o Comuns―, que harían cuatro duros, desde los mismos altavoces, criticando a los partidos independentistas. En caso de confirmar la existencia, estaríamos hablando de otra muestra de la prodigiosidad de la mentalidad autonomista que todavía colea en la sociedad catalana, que es capaz de premiar, con las migas que le dispensa el amo, tanto a sus palmeros más incondicionales como a algunos de sus detractores.