Seguimos repasando lo mejor de la cosecha del 2021, ahora que tenemos más tiempo para recuperar cosas que perdimos.

Vamos bastante antes del 2021 —aunque vista en el 2021— y nos encontramos La Guerra de Foyle (Foyle's War). Estamos ante una sorprendente producción de la ITV británica que Prime Video nos ha permitido reencontrar. Empezó en el 2002 y hasta el 2008, con 6 capítulos de una duración de unos 90 minutos cada uno y se clausuró con 19 entregas. El público no quedó contento y en 2010 y hasta el 2015 se reanudó con 9 episodios más. Trata de las aventuras nada aventureras, pero de mucho calado, que el inspector Foyle, pícaro, sagaz, eficiente, al mando policial en la idílica campaña del sur de Inglaterra, nos presenta.

Las historias, a pesar del tono, en apariencia, nada conflictivo de la serie, casi costumbrista, relatan lo transfondo de la guerra en la retaguardia (1940-1945, con el día de la Victoria como cierre de la primera época), en la mítica ciudad de Hastings, con toda clase de fechorías y miserias, donde la traición y las simpatías con el III Reich menudean, no sin racismo y antisemitismo y abusos de poder. Nada de unos británicos claramente unidos contra el fascismo, especialmente las clases altas. Una buena sorpresa.

La traición y las simpatías con el III Reich menudean, no sin racismo y antisemitismo y abusos de poder. Nada de unos británicos claramente unidos contra el fascismo, especialmente las clases altas. Una buena sorpresa.

La segunda época, ya en Londres (1945-1946), después de su dimisión en la Policía un poco asqueado, Foyle entra en el Servicio de Seguridad del MI5. De nuevo, autoritarismo, inacabables pugnas políticas, filofascismo —nunca muerte— y un añadido antisovietismo infantil —que sin menospreciar la actividad del espionaje soviético postbélico— son la gran excusa o el gran motor de los poderes del deep state para llevar a cabo lo que no se puede llevar a cabo. Suerte de un cada vez más instalado feminismo y la integridad de Foyle.

El protagonismo absoluto es del conocido Michael Kitchen, como jefe inspector Christopher Foyle. Lo secundan, entre muchos otros, con carácter, robando muchas escenas, su chófer Samantha Stewart, encarnada por Honeysuckle Weeks, y la presencia de la inquietante Hilda Pierce (Ellie Haddington le da vida), especialmente en la segunda parte. Ambas rematan un pastel perfecto. Todo de la mano del multipremiado polígrafo Anthony Horowitz, guionista residente y creador de la serie. No es una serie más de polis ingleses. Vale la pena ver los 28 capítulos.

Seguimos con historia. Ahora dos TV movies norteamericanas. Una buena oportunidad de repasar historia reciente nos la dan estas dos producciones. La primera, la más moderna —por orden cronológico de los hechos—, es All the way (2016, en HBO Max). Interesante para aquellos a quien les guste la historia política contemporánea. Va del primer año —menos unos días— de presidencia de Lyndon Johnson, del 22-11-1963 (magnicidio del presidente Kennedy) al 3-11-1964, cuando apaleó en las elecciones al ultraderechista Barry Goldwater (486 votos electorales contra 52). En la peli, ni Kennedy ni Goldwater salen para nada; están mencionados, poco, el primero, más, el segundo, siempre con, por así decirlo, poco cariño.

Johnson es un político maldito y menospreciado por la historia. La Guerra de Vietnam, que se soltó sin traba por el oscuro incidente del Golfo de Tonkin le pesa como una losa ciclópea. La absurda, ilegal, cruel y costosa guerra de Vietnam pasa como su legado, tanto, que no se presentó a la reelección el 68, dando paso a Nixon. Por necesidad o por convicción cedió ante el complejo militar-industrial, que denunció en su despido Eisenhower y perpetuó la división de la sociedad americana, división que siempre tiene un motivo para existir.

Político maniobrero, auténtico politicastro, Johnson, que tuvo como escuela el Senado, donde fue jefe de la facción demócrata en los 50, durante 8 años, 6 con mayoría, despliega todas sus capacidades para poner de pie su proyecto (kennediano antes) de la Nueva Sociedad: derechos civiles para los negros y eliminación de la pobreza con la ley de igualdad de oportunidades. El tema del color de la piel fue más peludo por la oposición de los propios demócratas sureños, que en parte, lo abandonaron. Pero en dos tramos se salió con la suya, aunque la política federal —la de la inscripción efectiva de los negros en el censo— tenía que ser implementada por los estados, cosa que todavía hoy lleva cola. El detonante de las radicales reformas fue la desaparición en el estado de Mississippi de los jóvenes activistas (James Chaney, Andrew Goodman y Michel Schwerner), voluntarios de los "Veranos por la libertad", que poco después aparecieron asesinatos, todo por ayudar a registrar votantes negros. Alan Parker en Arde Mississipi (1988) hizo una denuncia impecable e implacable. Sea como sea, la película quiere mostrar esta otra cara no belicista de Johnson. El título, pues, se puede calificar de muy acertado: todo lo posible.

Estamos ante una sólida dirección del polivalente Jay Roach (de pelis como Austin Powers a las políticas como Trumbo (2015) o Bombshell (2019) —El escándalo—), también productor ejecutivo con, entre otros, Steven Spielberg, con una producción muy esmerada, sobre un guion del multipremiado Robert Schenkkan (adapta su obra) y unas interpretaciones excelsas. Una vez más, Bryan Cranston (también productor ejecutivo) se mete en la piel del personaje, aquí el Presidente Lyndon B. Johnson, y uno queda boquiabierto. El resto de los principales brillan también con luz propia: Anthony Mackie como Martin Luther King Jr.; la espléndida Melissa Leo como First Lady Bird Johnson; el siempre gran Frank Langella como Senador Richard B. Russell; Bradley Whitford (el inolvidable Josh Lyman de El Ala Oeste de la Casa Blanca) como Senador Hubert H. Humphrey; Stephen Root como mil caras J. Edgar Hoover; y Aisha Hinds como activista Fannie Lou Hamer. La eficaz música es de James Newton Howard. Muy recomendable para los amantes de la política contemporánea que revivirán recortes inolvidables.

La tercera y última recomendación de hoy. Camino a la guerra (Path to war, 2002, 165', en HBO Max). Solo por el hecho de ser la última peli del muy notable John Frankenheimer ya valdría la pena. Por así decirlo, es la continuación de All the way. Con las dos ya tenemos todo el mandato de Johnson. Tienen en común el personaje histriónico, un poco tiránico, torpe, grosero, pero muy listo, obsesionado —este es uno de sus graves errores— por los Kennedy. La peli va de cómo se lo comió la guerra de Vietnam y cómo borró su legado, que todavía dura.

Ciertamente, fue el presidente de la Guerra de Vietnam por encima de sus posibilidades. Aunque ninguna de las dos películas entran en ello, se lo comió crudo el entramado militar-industrial, cuyos representantes eran los mismos jefes militares. Tampoco sale la gravísima crisis económica que sufrieron los EE. UU. y el mundo: se rompió el pacto mundial de estabilidad monetaria de Bretton Woods (1944). Y se cavó otra sima en la siempre dividida sociedad americana. De las revueltas en las calles, de estudiantes, de negros, del naciente feminismo... salen apenas pinceladas. Y claro, nada del asesinato de Robert Kennedy ni la Convención Demócrata de Chicago, de la cual recientemente, la poco brillante El juicio a los 7 de Chicago (de Aaron Sorkin, 2020), hace una crónica.

Una esmerada producción, en la cual también participó el director, con un guion de Daniel Giat, donde el gran Michel Gambon interpreta Johnson y Felicity Huffman a Lady Bird, prácticamente los únicos mínimamente caracterizados. Los acompañan: un sedoso Donald Sutherland como Clark M. Clifford (amigo de Johnson y al final secretario de defensa), un sólido Alec Baldwin como un ambivalente Robert McNamara, un genial Bruce McGill como George Ball (brillante subsecretario del Departamento de Estado, que no se traga el rollo militar), uno eficaz eterno, Gary Sinise, como gobernador racista de Alabama George C. Wallace, a quién, en una, literalmente, escena del sofá, Johnson le toma el pelo. Como humorada Tom Skerritt —el capitán "Duke" Forrest de M·A·S·H— hace del tan altivo como fracasado general William Westmoreland. Para los que nos acordamos de la época, una buena rememoración. Para los más jóvenes, una necesidad verla. Inexplicable —o no— que pasara sin pena ni gloria.