Cuando el pasado 24 de junio se publicó el Real-Decreto Ley 13/2021 que modificaba, entre otras cuestiones, el uso de la mascarilla previsto en la Ley 2/2021, parecía que el uso de la mascarilla dejaba de ser obligatorio. ¡Error! La mascarilla es generalmente obligatoria y sólo se han ampliado algunas excepciones. Así parece haberlo entendido la población en general y el uso de la mascarilla en público sigue siendo generalizado.
Aquí el público respondió muy razonable y muy acertadamente. Sin embargo, y aquí radica un pecado de comunicación, quedaba como sobrentendido que la pandemia estaba en las postrimerías, cuando no directamente finiquitada. En fin, que se podía bajar la guardia.
Esta ha sido la madre del cordero. Una parte importante de la población, al revés de la mayoría, ha entendido el mensaje no dado de la precaución y ha escuchado el de la lejanía del peligro ya desvanecido. Me refiero, claro está, a los jóvenes entre 16 y 30 años.
Primero, han creído en su invulnerabilidad, confundiendo juventud con coraza de superhéroe; ¡demasiado Marvel! Como la medida de la retirada de las mascarillas ya se venía anunciando hacía una quincena de días, las celebraciones más o menos caseras, en sitios de ocio, y viajes por libre de fin de curso (hay que reconocer que, en general, las escuelas no han participado) y con la reapertura de las discotecas se han disparado los contagios entre la gente más joven, a quienes, para más inri, todavía les falta algún tiempo para ser vacunada.
Incluso, en esta ya nueva quinta ola, se ha difundido la cepa delta de la Covid-19 y todavía no con el 40 por ciento de la población adulta con la pauta de la vacuna completa. Vaya: la tormenta perfecta.
Gracias a la tasa, sin embargo, todavía notoriamente insuficiente, de vacunas, la cosa parece que no será tan dramática, ni de lejos, como fue en primavera del 2020. De todos modos, es preocupante sanitaria y también económicamente. Toda Catalunya y media España están en rojo -de hecho son las únicas zonas rojas de Europa occidental- y los estados, los mayores, proveedores de turistas, han dado el toque de alerta a sus ciudadanos con la recomendación de no viajar a esta Iberia tan peculiar, liderada en malo, ahora, por Catalunya. ¡Qué contento está el maltratado sector turístico!
Sin culpabilizar a nadie, solo constatar un hecho: la algofobia de la juventud. Los más jóvenes proclamaban sin ambages su derecho, sí, derecho, a pasárselo bien después de lo mal que lo han pasado, olvidando los 80.000 muertos y el esfuerzo titánico, con poca recompensa más que aplausos, del personal sanitario y de servicios públicos y privados, que aseguraron y todavía aseguran de que falte muy poco del esencial y también bien poco de lo superfluo. Es que, para poner dos ejemplos bien desgarradores, el personal sanitario o los trabajadores de los súpers se lo pasaron muy bien con la pandemia y todavía se lo pasan de maravilla?
Esta algofobia es consecuencia directa de una educación -preferentemente en casa- llevada a cabo en las sociedades modernas: la mera molestia se ve como un dolor y donde la palabra no ya sacrificio, sino fastidio, no es moneda común. La rabieta mil veces vista de un menor, por ejemplo, en una tienda porque los padres no han accedido a comprarle "algo"es un síntoma de una sociedad no tan hedonista -por eso hacen falta refinamiento y cultura- como de un umbral prácticamente nulo a la frustración del más banal de los deseos.
La Covid-19 nos da una buena lección. ¿Aprenderemos?
