Vista la repercusión que ha tenido en Catalunya la abstención promovida por un sector del independentismo en las recientes elecciones municipales, la experiencia se repetirá en los comicios españoles que Pedro Sánchez ha avanzado al 23 de julio, dentro de mes y medio. ERC, JxCat y la CUP ya pueden darlo por descontado, básicamente porque, siendo ellos los destinatarios del voto de castigo, son incapaces de darse por aludidos sobre el fondo de la cuestión y su única reacción es la de correr a parapetarse para intentar evitar que el espacio de cada uno sufra aún más desperfectos. Si pensaban que disponían de más de medio año para tratar de disimular que no había pasado nada, porque las elecciones españolas serían cuando tocara, a finales de este 2023, el presidente del Gobierno español les ha aguado la fiesta.

Que un buen puñado de votantes independentistas se quedara en casa el 28 de mayo ha sido un guantazo que no se esperaban. Ni votos en blanco ni votos nulos —que a pesar de aumentar respecto a las elecciones del 2019 se ha demostrado que resultan inocuos—, es la abstención lo que les ha hecho tambalear y lo que se ven a venir que les volverá a pasar factura. De ahí los movimientos que se han apresurado a sacarse de las respectivas mangas. Que si Pere Aragonès llamando a formar un frente soberanista para hacer frente a la ola de PP y Vox que ya da por hecho que gobernará en España después del 23 de julio. Que si Jordi Turull proponiendo por enésima vez una lista unitaria para concurrir a la próxima cita con las urnas. Uno, y por extensión ERC, agita el espantajo de la extrema derecha, recurre al mensaje del miedo, para intentar frenar la sangría. El otro, y por extensión JxCat, insiste en el viejo mantra de CDC de la candidatura conjunta, como si de una solución milagrosa se tratara y que la única vez que se puso en práctica —Junts pel Sí (JxSí) en los comicios catalanes del 2015— fue un fracaso, para intentar diluir el batacazo.

Lo que hay detrás del comportamiento de las personas que han decidido no participar más en los procesos electorales españoles no es, como quieren hacer creer sesgadamente, la desmovilización del electorado independentista, sino una enmienda a la totalidad a la actuación de los tres partidos durante estos últimos años

Llamadas aquí, reuniones allá, unos y otros tratando de distraer la atención con buenas palabras sobre cómo recomponer la unidad que ellos mismos han dinamitado cuando no les ha convenido, pero vendiendo humo como siempre, e instalados en el marco mental español de estas nuevas elecciones, a las que buena parte del independentismo hace tiempo que cree que, si los partidos fueran de verdad eso, independentistas, no deberían presentarse. Pero ERC y JxCat —la CUP lo decidirá en una votación que cabe esperar que no acabe en empate— vuelven a hacerlo porque su único objetivo es conservar sillas, sueldos, comederos y otras prebendas —que no será por casualidad que el diccionario define como "oficio lucrativo y poco trabajoso"— que tienen gracias a los resultados electorales y que les peligran si el reparto de votos habido hasta ahora es alterado sustancialmente. De hecho, esto es lo que ha empezado a suceder a raíz de la subida de la abstención en las elecciones locales, fruto de lo cual muchos cargos intermedios que solo habían vivido del erario público y nunca habían trabajado en el sector privado ahora se ven obligados a buscar trabajo. Esa es la madre del cordero, y mucho llorarán si la dinámica de quedarse en casa de ese grueso del independentismo, harto que desde el fiasco del referéndum del Primero de Octubre le tomen el pelo, lejos de detenerse, se extiende.

Ante esto, las maniobras desesperadas para impedirlo no les servirán de nada, por mucho que estén adornadas de la retórica secesionista vacía de contenido que tanto les gusta utilizar. Sobre todo porque lo que hay detrás del comportamiento de las personas que han decidido no participar más en los procesos electorales españoles no es, como quieren hacer creer sesgadamente, la desmovilización del electorado independentista, sino una enmienda a la totalidad a la actuación de los tres partidos en estos últimos años. Claro que está movilizado el independentismo, pero en su contra, y esto es lo que de verdad les duele. Esto y el hecho de que se trate de un movimiento surgido de la gente, desde abajo, que no controlan, ni directamente ni por terceros interpuestos a través de las entidades soberanistas —Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural—, que desgraciadamente han acabado convirtiéndose en una pieza más del engranaje partidista.

Al independentismo lo que le conviene es aprovechar la ocasión para volver a convertirse en un movimiento mayoritario en un escenario de abstención sostenida como herramienta de desobediencia y confrontación pacífica permanente con los que le cierran el paso hacia la emancipación nacional

La situación, en todo caso, no se resuelve culpabilizando a quienes no toman parte en las votaciones, sino asumiendo responsabilidades quienes la han provocado. Si ERC, JxCat y la CUP dicen que son independentistas, pero en realidad no lo son porque los hechos desmienten día sí día también las palabras, ¿qué esperan que hagan los electores cuya confianza han decepcionado, si no traicionado? Pues mostrarles su desaprobación y señalarles la necesidad de un cambio de rumbo que no pasa justamente por la continuidad de los dirigentes y aparatos actuales, convertidos en auténticos tapones para el progreso del movimiento independentista. Y si finalmente el PP vuelve a gobernar en España, y esta vez lo hace con el apoyo de la ultraderecha de Vox, no será consecuencia de la abstención de los independentistas, sino de lo mal que lo han hecho el PSOE y todos sus aliados, Unidas Podemos y también los socios catalanes que en momentos diferentes le han apoyado, ERC, JxCat y la CUP, además del PDeCAT.

Pero quién sabe si un marco de enfrentamiento directo con la extrema derecha —que en España, desde la muerte de Franco, nunca ha dejado de existir, bien dentro del propio PP bien dentro de Cs— es la sacudida que hace falta en Catalunya para que sus partidos, u otros nuevos, recuperen el temple y el norte perdidos. Pedro Sánchez, adelantando las elecciones españolas tras el descalabro del PSOE del 28 de mayo, ha hecho una pirueta para tratar de retener el poder, aprovechando, entre otros factores, el eco que espera que le dé la presidencia de turno de la Unión Europea a partir del 1 de julio. Y al independentismo lo que le conviene es aprovechar la ocasión para volver a convertirse en un movimiento mayoritario en un escenario de abstención sostenida como herramienta de desobediencia y confrontación pacífica permanente con quienes, desde España, pero también en Catalunya, le cierran el paso hacia la emancipación nacional. Hasta conseguir que le franqueen el camino.