Una oscilante política, hoy en horas muy bajas y todavía con muchos favores para retornar a España como la psicóloga Irene Rigau, ⸺del círculo más cercano de Artur Mas⸺ y el sociolingüista Albert Branchadell Gallo ⸺ autor, entre otros libros, de Liberalisme i normalització lingüística  (1997) ⸺ son los principales avalistas de esta catastrófica ley modificada. Es la peor decisión que podía imaginarse. La modificación, la vergonzante cesión del veinticinco por ciento, acaba de dar carta de naturaleza y de legitimidad en la escuela pública catalana a la lengua española, que es así como llaman a España al castellano, con el concurso de algunas repúblicas latinoamericanas. No, no es mucha munición intelectual, la verdad es que no, pero es que el gobierno de Pere Aragonès no ha cambiado de opinión porque los viejos argumentos en contra de la inmersión en catalán y de la normalización del catalán les hayan convencido ni les hayan permitido pensar un poco. Claro que no. Los políticos independentistas se rinden porque temen que el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, que recientemente se ha declarado competente y fija él solito la política lingüística de la autonomía catalana, se enfaden y los destruyan política y socialmente. El mal humor de los jueces, y por tanto, la arbitrariedad, se ha convertido ya en una figura legal que debe tenerse muy en cuenta.

La política del garrote y de la represión está dando los frutos más dulces para el españolismo. Y demuestra que nuestros políticos independentistas no tienen límites ni tabúes a la hora de mantener su paga mensual. Con la modificación de la ley que han tramado nuestros diputados y diputadas se pierden las clases de acogida y refuerzo del catalán para los recién llegados. Que se las apañen solos los nuevos catalanes. Y se decreta que, al menos un veinticinco por ciento de la enseñanza debe realizarse en español. Al menos ese porcentaje. Esto significa que, según el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, si mañana me nombraran director del Instituto de Bachillerato “La Barretina” y decido que todas las materias incluida la lengua catalana deben impartir-se sólo en español, de hecho, estoy cumpliendo escrupulosamente con la ley. Porque un cien por cien ya incluye ese veinticinco por ciento. Y después ya puede venirme el honorable consejero Cambray detrás con sus argumentos. Estoy obedeciendo la ley. Tendré los medios de comunicación españolistas totalmente a favor, como tantos independentistas que se han pasado de bando. No diré que sean unos políticos miserables porque es aún peor.

La modificación de la ley no ampara nada, ni blinda a nadie ni ayuda de ninguna de las maneras a la lengua catalana. Precisamente porque bajo manga los actuales líderes independentistas nos han demostrado que están más interesados en los Juegos Olímpicos que en proteger nuestra lengua. Que lo que les mueve es el parné. Porque nuestros políticos no hablan claro y piensan que pueden ir tirando y tirando indefinidamente. Aumentar los impuestos significa que yo tendré menos dinero y la Generalitat tendrá más. Lo vistan como lo vistan. Y con esto ocurre exactamente lo mismo. Se escudan en los centros y les pasan la patata caliente de la responsabilidad, a ver si hay algún director escolar que quiere hacerse el mártir y se lo quitan de encima por el mismo precio. Como protesta yo daría todas las clases en español una temporada. Porque son nuestros políticos quienes nos pidieron el voto para “culminar la independencia de Catalunya”. Nos traicionan porque no les damos miedo. Por el momento, ni pizca.

El bilingüismo es un estadio de transición antes de que la lengua fuerte se imponga a la débil. Con una escuela sólo en catalán podríamos intentar resistir pero tampoco es seguro porque ya vamos con mucho retraso. En un territorio no pueden convivir indefinidamente dos lenguas, se lo dirán todos los sociolingüistas. Y en la vida, es necesario elegir a veces. Chequia, por ejemplo, que había sido un territorio bilingüe checo-alemán, sólo tenemos que pensar en Franz Kafka, hoy ha optado por desaprender al alemán, una lengua muy importante, para consolidar así su lengua nacional. También Flandes ha desaprendido el francés. En los Países Bajos toda la sociedad vive y funciona en holandés, sólo en holandés. Pero eso no quita que los holandeses sepan todos inglés. Y lo saben sin tener que reventar su escuela y su lengua nacional. Nosotros, en cambio, pensamos reventar la inmersión de que no es otra cosa que la consagración de un inexistente derecho a la ignorancia del catalán en Catalunya. En la práctica, que el catalán sea optativo y el español obligatorio. Y convertirnos en poco tiempo en Murcia, donde se hablaba el mejor catalán del mundo y hoy sólo lo saben hablar en la comarca del Carche. Lo digo porque conozco el lugar.

El acuerdo justifica la introducción del español como lengua vehicular de la enseñanza. Con el argumento contra intuitivo y contra filológico que el español ya está en la escuela. Precisamente por eso es imprescindible la inmersión, porque la españolización lingüística de Catalunya se ha visto intensificada. Pompeu Fabra ya advirtió de que la obra de recuperación del catalán es sobre todo una obra de descastellanización. Fabra también pensaba, como sabemos hoy, que la desaparición de los monolingües en catalán es la confirmación de que la lengua no tiene corrección posible y que se nos quedará en los dedos, próxima o muy próximamente. Una lengua que no sirve ni en el ámbito escolar ni en el ámbito laboral no sirve auténticamente para nada.

Y, ya que estamos: la presencia del español como lengua vehicular es difícilmente defendible porque sigue sin ser lengua propia de Catalunya. ¿Por qué debe ser vehicular el castellano de España y no el chino, el amazig, el árabe o el castellano latinoamericano? Porque son lenguas tan dignas como el español. La única respuesta son los jueces y la policía. Las pistolas de la policía concretamente. Porque España nos lo impone de acuerdo con el aporellismo ilimitado y por la ilimitada capacidad de renuncia de los partidos independentistas.