Ayer la policía catalana detuvo —y posteriormente liberó— al periodista-activista, al activista que escribe en la prensa, al intelectual comprometido, que así es como le hubieran llamado en Francia, al señor Carles Heredia. El primer periodista encarcelado en Catalunya debía ser yo en 2017, pero no, al final le ha tocado a messié Carles. Le llamo cordialmente messié porque messié Jean-Paul Sartre ya dejó dicho que el intelectual es exactamente aquella persona que se compromete, en concreto, con causas que no le importan, en las que no debe meterse. De manera que, si acaso, le toca una causa que sí le toca, de cerca, entonces el intelectual genuino se compromete aún con más arrojo. Porque bien sabemos que la causa de Catalunya solo nos tiene a los catalanes para defenderla y ya está.

Los Mossos ayer detuvieron y encarcelaron a Heredia en Valls. Resulta curioso que ambos hayan nacido en esta misma ciudad. Los Mossos de la Esquadra o Esquadres de Catalunya se crearon en el lejano 1719 como un eficaz instrumento borbónico que debía reprimir y represaliar a los derrotados, a los indefensos, en la guerra de los Catalanes. Madrid lo encontró delicioso y consumió más rapé de lo habitual. Pere Anton Veciana y Rabassa, alcalde de Valls, se pasaba al bando de Felipe V hacia el final del conflicto y así se creaba el cuerpo de Esquadres de Valls o Escuadras de Veciana, avanzándose así en el siniestro calendario policial 125 años justos al duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil. Siniestros, asimismo, los consideraba el pueblo llano en las Españas y en Catalunya, así los consideraban Josep Pla y Federico García Lorca, al menos hasta el advenimiento de la República de 1931. Actualmente la opinión pública está bastante dividida, si debemos decir la verdad, porque el cuerpo de los Mossos no tiene ni una reputación definida ni es visto como una entidad cohesionada ni estable. Una cosa son los Mossos de la Escuadra de los atentados de la Rambla, los Mossos del Primero de Octubre y otra cosa son los Mossos de los enfrentamientos de Urquinaona y del aeropuerto. Una cosa son los Mossos que salvan vidas y haciendas y otra cosa los Mossos que te secuestran la vida durante un determinado espacio de tiempo, como le ocurrió ayer al periodista Carles Heredia. Una cosa son los Mossos que hablan en español y se comportan como toreros en la Maestranza y otra cosa son los Mossos que utilizan la lengua propia de Catalunyña. Unos parecen conquistadores étnicos, los demás figuras perfectamente integradas en todos los barrios y localidades del país.

El desbarajuste actual dentro del cuerpo de los Mossos es la herencia más envenenada que Convergència y Junts per Catalunya por un lado y el PSC e Iniciativa, por otro, han dejado a Esquerra Republicana. Es motivo suficientemente importante para que el conseller Elena, que acaba de ser nombrado, no mire hacia otro lado como han hecho sus discutibles predecesores. La importancia de las instituciones y el mantenimiento del orden en una sociedad democrática no se basa en la represión sino en la confianza y el respeto. En la auctoritas, no en la potestas. Por eso los bobbies de Londres no llevaron pistola durante un largo periodo. En la calidad del servicio a los ciudadanos, por supuesto, en todos los aspectos técnicos que menciona con satisfacción el mayor Josep Lluís Trapero. Pero sin olvidar, hoy más que nunca, la innegable significación política que tiene cualquier comportamiento público de la policía del país. Este ámbito es responsabilidad exclusiva del conseller, que es quien debe fijar una política clara, que no cambie con el viento. Cuesta de comprender en determinados ámbitos conservadores y clasistas catalanes y por eso debemos repetir hoy que el mayor de los Mossos está a las órdenes del conseller y no al revés. O dicho de otro modo, que el funcionario, el alto funcionario, por voluntad popular, debe estar siempre a las órdenes del interino, del político de turno.

Si el conseller Elena quiere ser creíble en las reformas y cambios que está anunciando, no puede permitir que determinados policías le estén haciendo, claramente, una contracampaña de prensa. Tal como le pasó a Jorge Fernández Díaz en el Ministerio del Interior. No puede ser que el señor Carles Heredia sea citado por los Mossos a través de una llamada telefónica desde un número oculto. En la Europa que nos gusta, esto no ocurre. No puede ser que se acuse a un activista y periodista de lesiones contra los Mossos —parece que ahora los atestados de los Mossos mencionan siempre lesiones de los agentes, para protegerse jurídicamente— cuando durante los hechos de Valls de febrero de 2021 no hubo detenidos y sí que se produjeron cargas contra ciudadanos indefensos. Es inadmisible que algunos ciudadanos oyeran, durante una identificación realizada tras las protestas por la presencia de Vox, frases del tipo “este no está en la lista”. En una democracia la policía no tiene listas. No se puede aceptar que la policía catalana olvide a menudo la presunción de inocencia de los ciudadanos amparándose en la retrógrada ley Mordaza española, ni que el atestado policial que sustenta, por ejemplo, la acusación contra Carles Heredia sea una amplia antología de sus tuits, artículos y declaraciones públicas de contenido político. El cuerpo de los Mossos de la Esquadra no puede ser una policía política. Ni los antidisturbios pueden encargarse a la vez del ámbito de la información. Cuando los funcionarios de cualquier estado, de cualquier autonomía, tienen una agenda política propia, que no es la de la del gobierno, entonces los gobernantes se convierten en figuras decorativas. Este es el principal peligro al que se enfrenta el consejero Elena, la parálisis y la intrascendencia.