Lo dijo Andrea Fabra, hija del presidente de la Diputación de Castelló, Carlos Fabra, con la sinceridad en los ojos, mientras analizaba el fenómeno de los parados en 2012. Un año después, Francisco Marhuenda exclamó lo mismo comentando los disturbios en Egipto sin reparar en el micrófono abierto de una televisión. Estoy seguro de que la expresión, ayer como hoy, se ha oído bastante en las conversaciones privadas de los partidos políticos, cada cual mirando para sí, cada cual haciendo un ejercicio de afirmación íntima, específica y contundente. El presidente Puigdemont está en Bruselas y tendrá problemas para ser investido. Que se joda. El vicepresidente Junqueras está en prisión y puede que no salga inmediatamente. Que se joda. Joaquim Forn, Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, privados de libertad, no han podido pasar las fiestas en familia. Que se jodan. Los independentistas han ganado las elecciones pero, al presentarse por separado, numéricamente, las ha ganado Ciudadanos. Que se jodan. Los independentistas no se ponen de acuerdo. Que se jodan. Los de la CUP necesitan un solo diputado para tener grupo parlamentario. Que se jodan. Los policías de la represión del primero de octubre lo pasan mal, doméstica y gastronómicamente, en el barco del amor. Que se jodan. Este es el villancico que hoy se oye con mayor fuerza, en esta época de paz y hermandad, esta reinterpretación del sentido del Fum fum, fum, que en catalán puede querer decir ‘humo, humo, humo’ pero también ‘jode, jode, jode’. Que se jodan, tú. Que se jodan todos.
Los principales etólogos, estudiosos del comportamiento animal, aseguraron desde hace tiempo que las comunidades que consiguen mejores cosas son las que se esfuerzan preferentemente en colaborar y no en competir. Y con más razón si hablamos de comunidades amenazadas como la nuestra. También es curioso comprobar cómo los partidarios de la unidad de España, los que venden la trola de una Cataluña española, más allá de las palabras, están completamente convencidos de que su salvación, su futuro ideal, es la derrota y ruina de los catalanes. El panorama, en definitiva, después de las elecciones es éste. Todos contra todos y, por encima de todo, los intereses discutibles de los partidos políticos, esas estructuras bastardas de la democracia actual. Unas estructuras que se llenan la boca hablando de democracia pero que no la practican en absoluto de puertas adentro. ¿Cómo podrían ser democráticos los partidos políticos si todos se han convertido en una eficaz agencia de colocación a cargo de presupuesto público? ¿Cómo podrían ser democráticos los partidos políticos si todos los principales dirigentes le deben el cargo al líder, cuando se han conseguido salvar del 12, 5% de paro, ese dato que lograron olvidar de sus mentes Marta Rovira e Inés Arrimadas en la entrevista de la Sexta? ¿Cómo podemos dejar de repetir, recordar desde la prensa, que las estrategias partidistas quizás fueran legítimas durante el catalanismo autonomista, pujolista, pero que todo eso se ha acabado? La fuerza electoral del independentismo procede de la reconciliación popular con los tres partidos que los representan pero no es indefinida. Ni es un cheque en blanco. El verdadero enemigo interior, el gran colaborador del españolismo es la disgregación, es la división egoísta entre partidos, la búsqueda indisimulada de ventajas, las zancadillas, las puñaladas, las luchas entre soberanistas por el poder y la influencia. Ser dignos de Cataluña, lo que reclamaba, severo, el presidente Francesc Macià, no lo están consiguiendo mucho ¿no les parece?