"Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón", escribió Antonio Machado, pero los tiempos se han complicado bastante y ahora mismo es difícil identificar dónde está la España que no hiela el corazón a los partidarios de la libertad y la democracia. A lo largo de la historia, los catalanes siempre han apoyado muy mayoritariamente a la España progresista, autonomista o federalista. Cuando la Primera y la Segunda República y tras el franquismo, hasta ahora, que desgraciadamente no encuentran interlocutor en el otro lado. Y esto es así en buena parte por la incomparecencia del PSOE. Por imperativo de los poderes fácticos del Estado, el Partido Socialista se ha entregado a un seguidismo de la derecha española más autoritaria y con ello se ha autodescartado como aliado de los catalanes y como opción de cambio en España y, de rebote, ha perdido su condición de alternativa de poder. Dicho de otro modo, el PSOE se ha hundido porque ha abandonado Catalunya y solo Catalunya lo puede rescatar del pozo.

Un repaso a la historia ayuda a entenderlo. Después de que el president Companys proclamara el Estado Catalán el 6 de octubre del 34, el Gobierno conservador encarceló unos 3.400 cargos políticos y los miembros del Ejecutivo catalán fueron condenados a 30 años de prisión. Sin embargo, una amnistía después de las elecciones de febrero del 36 no solo liberó a los detenidos. Gobernantes y electos vieron restituida su autoridad y se reintegraron en sus cargos. Y esto fue posible por la victoria del Frente Popular en España y del Front d’Esquerres en Catalunya. Ambas coaliciones electorales destacaron en el primer punto de su compromiso electoral la amnistía para represaliados. La promesa tuvo un efecto movilizador sin precedentes que incluso arrastró a las urnas los grupos anarquistas tradicionalmente partidarios de la abstención. Sin la promesa de la amnistía, las izquierdas no habrían ganado las elecciones, porque aunque superaron el bloque conservador con 107 escaños, en número de votos en toda España la diferencia fue muy escasa, a penas de 150.000.

Entonces, el partido que lideró el Frente Popular fue el PSOE, que se comprometió a poner fin al denominado Bienio Negro con un programa de cambio real. Ahora, en cambio, los socialistas han optado por cerrar filas con los grupos de la derecha y apoyar la aplicación del artículo 155. Todo el mundo sabe que no lo querían hacer. Pedro Sánchez y Margarita Robles habían jurado y perjurado que no apoyarían la iniciativa de Rajoy y que propondrían la reprobación de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría por la represión del referéndum del 1 de octubre. Claudicaron siguiendo las directrices de los exdirigentes del partido —Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba...—, más comprometidos con la continuidad del régimen que preocupados por la suerte del partido, después del beligerante discurso que hizo el rey Felipe de Borbón el 3 de octubre.

El Partido Socialista se ha entregado a un seguidismo de la derecha española más autoritaria, y con ello se ha autodescartado como aliado de los catalanes y como opción de cambio en España 

El secretario general socialista, Pedro Sánchez, no podía y sigue sin poder rebelarse nuevamente contra la vieja guardia, que aún controla el grupo parlamentario que le hizo saltar de la secretaría general en parte también por la cuestión catalana. Después de las elecciones de 2015, Sánchez sumó apoyos suficientes para salir elegido presidente del Gobierno —en vez de Rajoy— con Podemos, el PNV ... y CiU. Francesc Homs, entonces líder parlamentario de los nacionalistas catalanes, le prometió a Sánchez el voto de su grupo a cambio de nada. Se conformaba, de momento, con hacer caer a Rajoy y dejaba para más adelante la negociación del referéndum que el líder del PP había rechazado por activa y por pasiva. En la suma de votos no eran necesarios los de EH-Bildu ni los de ERC, pero aceptar el apoyo gratuito de CiU, la misma fuerza política que ayudó a gobernar a Felipe González y a José María Aznar, parecía entonces un crimen de lesa patria. Sonaron las alarmas en el establishment, abortaron la operación 'Sánchez presidente' y las elecciones se tuvieron que repetir.

En 2016 Sánchez desafió al felipismo negándose a ceder el paso a Rajoy y los elefantes forzaron su caída. Como todo el mundo recordará, lo que pasó después fue que las bases socialistas, que no podían entender la sumisión a la derecha, se rebelaron contra el establishment del partido y restituyeron a Sánchez en la secretaría general. Sin embargo, el líder del PSOE sigue teniendo que trabajar con un grupo parlamentario buena parte del cual le es hostil. Así que no se puede permitir ninguna iniciativa respecto de Catalunya que se salga del guión de Rajoy, lo que condena prácticamente al líder del PSOE a no gobernar nunca y a esperar el final de su carrera política cuando lo vuelvan a descabalgar tras la próxima derrota electoral.

En el último CIS, el 89,5% de los españoles consideran regular, mala o muy mala la labor de oposición de los socialistas. A menudo la política se empeña en contradecir la aritmética, que es muy tozuda. Los socialistas solo podrán liderar el Gobierno si vuelven a ser la opción de cambio creíble que hizo ganar a González en 1982 y a Zapatero en 2004. Y eso aritméticamente incluye como requisito recuperar la mayoría que tuvieron en Catalunya. Los socialistas han gobernado España cuando en Catalunya triplicaban el número de escaños del PP. ¿Qué puede ofrecer el PSOE que sea distinto de lo del PP y bastante atractivo para una amplia mayoría de catalanes y de españoles? La misma propuesta que lideró el PSOE en 1936: la reconciliación con Catalunya y la amnistía para los presos, que no es verdad que la Constitución la prohíba. Claro que requiere mucho coraje y que, hoy por hoy, no es valentía lo que transmite la actual dirección socialista, pero tiempo al tiempo. Tal como está el PSOE, no es inverosímil que surja de las bases un Jeremy Corbyn que, además de resituar el partido en la izquierda, se atreva a plantear la reconciliación de España con Catalunya y el regreso de los presos y los exiliados. Tendría los mismos efectos que en el 36. Es decir, dispararía la participación electoral en Catalunya y en toda España. Obviamente a favor y en contra. ¿Con qué resultado?

Iceta fue el primero en hablar de indulto a los presos catalanes, porque sabe que mientras sigan en prisión o en el exilio, la situación política en Catalunya y en España seguirá empantanada e inestable 

Se pueden hacer cálculos. Los números cantan y no precisamente el 'Cara al Sol'. El ministro español de Justicia ha anunciado una iniciativa para prohibir los indultos a los catalanes porque "hay un clamor popular que lo pide". La idea lleva implícita la sospecha de que otro gobierno de otro signo político podría tener la tentación de hacerlo, y ahí está el el PP para dejarlo todo “atado y bien atado”. Un PSOE valiente y con ganas de gobernar podría aceptar el desafío. En Catalunya no habría una propuesta más transversal y los socialistas volverían a estar en condiciones de recuperar la aritmética a su favor, porque la España real no es tan falangista, ni tan rencorosa, como la describen El País de ahora o La Razón.

Con los resultados del 2016 en la mano, los votos del PSOE sumados a los grupos previsiblemente partidarios de la reconciliación, desde el PNV a Podemos pasando por todos los catalanes, ya sumaron un millón de votos más que el tándem Rajoy-Rivera. Tantas ganas que tienen algunos de "pasar página", esta sería seguro la forma más efectiva, o mejor dicho, la única. De hecho, este tipo de conflictos siempre terminan resolviéndose o apaciguándose por unas cuantas generaciones con medidas de reconciliación y el levantamiento de sanciones y represalias. O no se resuelven.

Esto es lo que sabe, aunque ahora disimule, Miquel Iceta. Fue el primero en hablar de indulto a los presos catalanes, porque sabe que, mientras los líderes de la mayoría soberanista sigan en prisión o en el exilio, la situación política en Catalunya y en España seguirá empantanada e inestable y eso perjudica a todos, pero muy especialmente los socialistas, sean españoles, catalanes o ambidiestros.