Hay que reconocer que la táctica de Pedro Sánchez de insistir en que los independentistas le voten los presupuestos sin ofrecer nada a cambio –las inversiones no son una contrapartida si el Estado considera que Catalunya es España– ha permitido a los socialistas catalanes recuperar protagonismo, generar simpatías en el ámbito empresarial y acercarse nuevamente a la centralidad política, pero no tanto por méritos del presidente español –quizás Miquel Iceta ha aportado una pizca de su inteligencia táctica– sino por la incapacidad de los soberanistas de desmontar el farol.

Cogidos a la cuestión de los presos, los soberanistas tampoco se han atrevido a propiciar una negociación con el gobierno de Pedro Sánchez, probablemente por miedo de ser acusados de practicar eso que ahora está tan mal visto en Twitter, el autonomismo. Es comprensible que con presos y exiliados no se quiera normalizar la situación, pero eso no tiene que querer decir dejar de hacer política, cuando, en buena parte, hacer política consiste en cargarse de razones.

Aquí y por todas partes corresponde al presidente mover ficha para que le voten los presupuestos. Hay propuestas autonomistas que seguro generarían un consenso mayoritario y transversal en Catalunya que el Govern de la Generalitat y los grupos que le dan apoyo podrían liderar y de paso poner en evidencia la auténtica voluntad política de cada uno. Para no alargarme, señalaré sólo una: el traspaso a la Generalitat del aeropuerto del Prat, que ahora se llamará Josep Tarradellas. Es una propuesta que ni siquiera afecta a la cuadratura de las cuentas. Ahora que AENA es una empresa privada con mayoría de capital público, sólo hace falta que venda el aeropuerto barcelonés por el precio simbólico de un euro a la Generalitat o a alguna de sus empresas autónomas. No es pedir la luna. Quien más insistió en el traspaso del aeropuerto ya hace muchos años fue el PSC cuando Pasqual Maragall era alcalde. Insistió cuando era presidente y en eso tuvo el apoyo de todo el establishment barcelonés. Todo el mundo recordará aquel acto al Iese el año 2007 reclamando el control del aeropuerto. Asistieron 900 empresarios y todos los importantes sin ninguna ausencia, desde el presidente de la Caixa al del Barça, pasando por el presidente de la patronal Foment del Treball, con implicación total de la Cambra de Comerç, el Cercle d'Economia e incluso La Vanguardia.

¿Si Pedro Sánchez no puede hacer nada por los presos, porque no traspasa el aeropuerto?

Desde entonces no ha pasado nada que desmienta el título del encuentro: "El aeropuerto de Barcelona: infraestructura clave para el futuro de la economía catalana". Yo creo que si los grupos catalanes hacen esta propuesta y Pedro Sánchez lo acepta como contrapartida, el presidente Puigdemont, el presidente Torra y el vicepresidente Junqueras serán los primeros en defender el apoyo a los presupuestos del Estado. Ellos y, si eran sinceros entonces, todos los que participaron en el acto del Iese.

No seremos ingenuos, sabemos que eso no pasará. Sin embargo, ¿por qué no pasará? Pedro Sánchez ha decidido presentar el proyecto de presupuestos del Estado al Congreso de los Diputados aun sabiendo que se los tumbarán porque será una de las pocas oportunidades que tendrá de centrar el debate político en el eje izquierda-derecha que es lo que le conviene y aparcar cuando menos por unos días el conflicto catalán que tanto le gusta atizar al trío de la caverna. Además sin embargo, Sánchez no puede negociar nada con los independentistas. No se lo permiten los adversarios, ni tampoco los mismos socialistas de la vieja guardia en connivencia con el deep state y el establishment financiero.

Eso no es nuevo. Es ancestral. Es atávico. A diferencia de los acuerdos con el País Vasco o con cualquier otro comunidad autónoma, por alguna razón los pactos o los acuerdos relacionados con Catalunya encienden los ánimos, desde el traspaso del 15% del IRPF con todos los topes imaginables a la OPA de Gas Natural a Endesa. Obsérvese que PP y Ciutadans interpretan las inversiones del Estado en Catalunya como una claudicación ante el independentismo, como si sus votantes no sufrieran el desastre de Rodalies. Ahora, entre unos y otros Catalunya parece castigada a cumplir penitencia indefinidamente para expiar sus pecados, pero mientras tanto los catalanes tienen que votar los presupuestos del Estado porque el PSOE es lo mejor a lo que pueden aspirar mientras sean españoles.