​Como en los westerns de juicios, cuando se está juzgando al reo y los carpinteros impertérritos van montando el cadalso para la inexorable ejecución, el martes el Tribunal Supremo celebró la vista para decidir si era o no competente para juzgar a los líderes independentistas, pero ya se han hecho las reformas para acondicionar la sala y, según explicaba el abogado Cuevillas, se empezaban a citar a los testigos para febrero. No se guardan las formas, porque no es necesario. Se da por hecho de que todo está decidido. ¡Y que no se puede hacer nada para evitarlo!

Aparecen informaciones sobre la implicación del ministro del Interior malversando dinero de los fondos reservados para organizar una policía política que fabricara dossieres contra los adversarios políticos y el entonces ministro, Jorge Fernández Díaz, continúa ejerciendo de diputado en el Congreso con absoluta impunidad. Forma parte del grupo parlamentario que lidera Pablo Casado, el hombre que dijo ayer que el president de la Generalitat quiere “una guerra civil con derramamiento de sangre en Catalunya”. Y está claro que lo dijo no porque lo crea, sino porque está convencido de que alarmando a la sociedad ganará votos y eso sí que es verdaderamente alarmante, habida cuenta los peores precedentes históricos.

"Los representantes políticos tienen la obligación de desarrollar una pedagogía social que contribuya a elevar los valores de la colectividad”, sostenía Rafael Campalans

El deterioro que ha sufrido el sistema democrático tiene dos factores principales. Uno es la desaparición de contrapoderes que impidan que el poder se convierta en una tiranía y el otro, la perversión del lenguaje al servicio de la agitación y la propaganda.

Rafael Campalans escribió en los años treinta del siglo pasado, es decir, en pleno ascenso de los fascismos, que "política significa pedagogía" y sostenía que "los representantes políticos tienen la obligación de desarrollar una pedagogía social que contribuya a elevar los valores de la colectividad”. Pasó todo lo contrario, con el resultado conocido, y casi un siglo después la tendencia vuelve a ser la misma.

Lo ha advertido Timothy Snyder, profesor de la Universidad de Yale e intelectual de referencia en Estados Unidos, que publicó el año pasado un opúsculo titulado Sobre la tiranía (Destino) en el que propone Veinte lecciones para aprender del siglo XX. "Pensamos ―dice Snyder― que la democracia es automática y que siempre la tendremos, pero debemos aprender de los errores del pasado... conozco bien las partes más oscuras del siglo XX y he visto como la democracia puede ser revertida en la Europa contemporánea y puede convertirse en una especie de tiranía moderna en los Estados Unidos".

A Snyder le han reprochado que comparara Donald Trump con Hitler y en un entrevista que le hice para La Vanguardia me respondió: “Es una maniobra diseñada para evitar la reflexión histórica y la experiencia... lo que hay que recordar es que los asesinatos en masa el 1941 estuvieron precedidos de un cambio de régimen en 1933 que lo propició gente no tan diferente”. Su tesis es que “las tiranías no pueden ser instauradas sin la complicidad del pueblo y la única manera de evitarlas es que los ciudadanos estén atentos a cada uno de los síntomas (de cambio de régimen) y en la medida de lo posible pasen a la acción cívica cuanto antes mejor".