Ya habíamos descubierto que estas "nuevas" ciudades diseñadas por grandes expertos que ven el mundo desde un despacho no están pensadas para los viejos. Y vimos que esto sucede justamente cuando cada vez tenemos una población más envejecida. Ahora estamos descubriendo, también, que los visionarios tampoco tienen en cuenta las transformaciones que provocará la COVID. Sobre todo las relacionadas con el consumo, que con respecto a las ciudades tienen que ver con la logística. Y todo lo que eso comporta.

Pero antes, pequeño inciso colateral centrado sólo en BCN. Me sorprende la falta de debate sobre qué piensan hacer con un centro donde antes de la pandemia vivían cada día entre 150 y 170 mil turistas ocupando un espacio que ahora ha quedado desierto. Y ya veremos cuándo se vuelve a llenar, si es que algún día se devuelve llenar como antes. Para generar este espacio a estas miles de personas, que hacían vida en la calle desde las 9 de la mañana hasta la madrugada y que no paraban de consumir, hubo que centrifugar personas, empresas y negocios "locales". Viviendas, oficinas y empresas se tuvieron que marchar y en su lugar se instalaron hoteles y pisos turísticos. Mientras, las tiendas de barrio fueron muriendo porque 1/ no quedaba barrio y 2/ no podían competir con grandes compañías y grandes inversores llegados de todo el mundo dispuestos a pagar lo que fuera por un local. Pasee y se dará cuenta de una realidad sobre la cual no habla nadie. Es el silencio de los cementerios, caracterizado porque lo producen los que están muertos. Y parece ser que nadie tiene nada que decir. Bueno, allá ellos. Y ellas.

Pero volvamos a las ciudades "Amazon", que deben su nombre a este monstruo de la distribución del comercio electrónico. Cuando usted pide un objeto cualquier para que se lo traigan a su casa, o al trabajo, se pone en marcha un dispositivo que está cambiando muchas cosas. De entrada hacen falta inmensos almacenes, que por motivos de espacio no pueden estar en los polígonos industriales situados cerca de las ciudades. Hasta allí cada semana y a todas horas van centenares de grandes camiones a dejar los objetos que después centenares de furgonetas o coches irán a buscar para repartirlos hasta donde está usted. Eso genera tráfico, contaminación y molestias. A las zonas habitadas de los alrededores de estos grandes centros logísticos y en las ciudades y pueblos donde viven los clientes.

Y después viene el momento de la entrega. Imaginemos una mañana con 20 servicios por furgoneta. Son 20 paradas en medio de la calle de un vehículo donde va una persona sola y que acaba en cualquier lugar. Normalmente en doble fila, en un vado o directamente con las cuatro ruedas en la acera. Una persona que, entre que baja, coge el paquete que toca, busca la dirección exacta, llama, le abren (o no) la puerta de la escalera, sube, le abren la puerta de la vivienda, hace firmar el papel correspondiente, baja y, por fin, vuelve a la furgoneta, pueden pasar... ¿qué? ¿Ponemos cinco minutos? ¿Multiplicados por los 20 servicios y por los centenares de furgonetas que hacen lo mismo, tenemos claro que estamos ante un problema, verdad? De un grave problema.

Y eso en unas ciudades de donde se quieren echar a los coches para dejar espacio a las bicis, sin darse cuenta de que los patinetes se acabarán haciendo los amos del espacio. Ciudades con un transporte público que es el mismo de siempre y con el que pretenden sustituir el vehículo particular. Ciudades donde las furgonetas están ocupando cada vez más espacio, sin que nadie plantee o bien echarlas de las ciudades o bien adaptar las ciudades a sus necesidades.

Por curiosidad, ¿alguien está pensando en cómo tienen que ser las futuras ciudades Amazon?