Salvador Illa se hace el inocente. El modo de hacer pasar por neutralidad lo que en realidad es una estrategia calculada de minorización y asimilación tiene una apariencia cada vez menos neutral, a pesar de los esfuerzos del president por hablar desde una honestidad impostada, con un nacionalismo español de chico discretito. Como si no hubiera tenido ninguna otra opción, como si lo que dice siempre fuera la respuesta más orgánica, menos politizada, más sensata. Es lo que hace cuando dice que ser catalán no le impide de tener otras identidades superpuestas, "no me cierra puertas, más bien encuentro que me las abre". "Rezo en catalán", "cuando hablo en la intimidad, hablo en catalán", "mi madre hace crema catalana". Se hace el inocente, porque pretende compatibilizar un sistema de identidades que, en realidad, está jerarquizado. Lo pretende mientras, con ademán serio, frunce el ceño y se coloca bien las gafas con el dedo.

La identidad catalana y la española y la manera como el sujeto se vincula a ellas, la identificación, el grado de adscripción nacional, no son procesos ajenos a la política. El momento político, entre muchas otras cosas —tener un Estado, el número de hablantes con los que cuenta una lengua, los medios para imponerse, el legado histórico y familiar— influyen en el arreglo identitario de cada uno. El orden no es inocente, y pensar y decir en Col·lapse que no se establece ningún orden, tampoco es inocente. Salvador Illa se hace el inocente, pero Salvador Illa sabe lo que se hace cuando, con ademán desinteresado, desproblematiza el conflicto nacional para enmascarar la dinámica de la colonización lingüística y cultural española. Salvador Illa sabe lo que se hace cuando desproblematiza que una de las dos identidades con las que dice identificarse se esfuerza, insistentemente, por sustituir y aniquilar a la otra.

La subalternalitzación identitaria de Illa, expresada y promovida por un catalán, es el sueño húmedo de los ideólogos franquistas

No es una superposición, es una subalternalización. Es pensar que basta con decir que ser catalán es una manera de ser español para desprender la catalanidad de su unicidad, de su solidez y de su razón de ser desvinculada de cualquier otra identidad. La crema catalana, rezar en catalán, hablar catalán en la intimidad, es la reducción folclórica que necesita para convertir la catalanidad en una muleta. Salvador Illa pretende compatibilizar dos identidades en las que una es sistémica y gradualmente sustituida por la otra y, con ello, pretende convertir la catalanidad en una forma de ser y de hacer que no pueda entenderse a menos que sea haciendo de muleta de la nacionalidad madre. La idea, pues, es la de trabajar ideológicamente para, con ademán inocente, despojar la identidad catalana de su condición de identidad nacional plena y válida, sin ninguna necesidad de relacionarse ni de nutrirse de una identidad que, al superponerse, al procurar compatibilizar la una con la otra, siempre la acaba ahogando, aplastando, obliterando.

Salvador Illa se hace el inocente, pero nunca es lo bastante astuto como para disimular el punto de cinismo tras su inocencia sobreactuada. Cuando dice "no me cierra puertas, más bien encuentro que me las abre" no puede evitar el cinismo de pretender positivizar el marco mental que lo lleva a reducir la catalanidad a algo doméstico. De hecho, la subalternalitzación identitaria de Illa, expresada y promovida por un catalán, es el sueño húmedo de los ideólogos franquistas. Es el legado ciudadanesco, es hacer realidad el prejuicio de que la catalanidad es algo a tener en menos porque está connotada con todos los males políticos, nacionales y morales con los que se pueda connotar a un colectivo y, por lo tanto, es justo urdir un patrón ideológico que relegue esta identidad al ámbito privado. Y que justifique esta relegación para que siempre parezca la opción más sensata, la más orgánica, la más natural. Por eso Salvador Illa puede hacerse el inocente cuando dice lo que dice: porque hoy la maquinaria socialista trabaja sin descanso para que proscribir la catalanidad, folklorizarla para petrificarla, y convertirla en un complemento vacío y dependiente sea la opción del sentido común. Y para que así, Salvador Illa, frunciendo el ceño y colocándose bien las gafas con el dedo, pueda continuar romantizando y positivizando su autoodio con ademán de chico inocente que aprendió a bailar sardanas en la Roca del Vallès.