La Ikurriña, la bandera nacional vasca, tiene un origen relativamente reciente, comparativamente con la larga historia de la mayoría de los símbolos nacionales del mapa de banderas de Europa. Pero, a diferencia de éstos, tiene una historia convulsa de prohibiciones, de persecuciones, de proclamaciones y de declaraciones. Creada en 1894, inicialmente pensada como la bandera de Vizcaya, con el paso del tiempo se convirtió en símbolo del vasquismo cultural y político en todos los territorios de lengua y cultura vasca: Euskal Herria. Actualmente es la bandera oficial de Euskadi.

El origen

Corría el año 1894 y Bilbao era una pequeña ciudad con una fisonomía muy diferente de su imagen actual. Tenía setenta y cinco mil habitantes y la trama urbana justo había saltado las murallas. El emplazamiento del actual San Mamés “catedral del fútbol” era zona agrícola. Y la ría estaba salpicada de pequeños pueblos de pescadores y de mineros, que en ningún caso superaban los quince mil habitantes. El hierro y el carbón empezaban a ganar protagonismo. La Revolución Industrial estaba en marcha. Y el país se preparaba para afrontar un proceso de grandes transformaciones.

En aquel paisaje cobraría especial relevancia la figura de Sabin Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco y creador de la Ikurriña. Arana era un producto de la burguesía bilbaína, que era la élite social y económica del país. Euskadi, sobre todo Vizcaya, vivía en estado de shock por la supresión de los Fueros, un sistema de autonomía política y fiscal que había sobrevivido con Austrias y con Borbones. Los gobiernos liberales de Madrid, inspirados en el modelo centralista francés, lo habían liquidado. El apoyo foralista a la causa carlista había sido la excusa recurrente.

Sabin Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco y creador de la Ikurriña

El diseño

Sabin Arana tuvo la habilidad de sentar juntos los elementos más destacados de la contestación vasca. A los tradicionalistas rurales que habían luchado por la causa carlista con la divisa Dios, Patria y Fueros sumó los burgueses urbanos decepcionados con un proyecto de España que, con la rebelión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, se deshacía como un terrón de azúcar dentro de una taza de café. Y los intelectuales. La intelectualidad que sentía que la lengua y cultura vascas eran gradualmente proscritas y sistemáticamente perseguidas por los gobiernos español y francés.

El diseño tenía que reunir estas voluntades. El Guggenheim todavía no se había plantado en la ría. Y Arana tuvo que recurrir al catálogo internacional de banderas. Incluso al catálogo heráldico. La Ikurriña tiene un diseño que recuerda a la Union Jack británica. El sistema británico era, para la burguesía bilbaína, un modelo de inspiración. Y recuerda la cadena del escudo de Navarra, símbolo del foralismo derrotado. Incluso, la aspa de la Ikurriña se inspira en la cruz de San Andrés escocesa. La intelectualidad vasca siempre ha sentido una especie de seducción mística por Escocia.

El transcurso de la historia

Sabin Arana, que inicialmente había imaginado una República de Vizcaya independiente, rápidamente entendió que su proyecto podía abarcar al conjunto de Euskal Herria. Y fue en Pamplona, sobre una mesa de la mítica Cafetería Iruña, donde presentó -ante las élites locales- su propuesta de diseño de la que tenía que ser la bandera nacional de un Estado vasco independiente que aspiraba a acoger a todos los territorios que formaban Euskal Herria. Era un 14 de julio de 1894: 105º aniversario de la Toma de la Bastilla, inicio de la Revolución Francesa.

Durante los primeros treinta años del siglo XX, la Ikurriña se convirtió en el símbolo nacional de todos los vascos. Durante los años de la Segunda República española los representantes municipales de Euskadi y de Navarra negociaron el redactado de un Estatuto de Autonomía conjunto. Todas las sesiones estuvieron presididas por la Ikurriña. Después vino la Guerra Civil, en 1936, y Navarra fue inmediatamente ocupada por los rebeldes militares y paramilitares. Euskadi sacó adelante el proyecto en solitario, y la Ikurriña fue proclamada bandera oficial del País Vasco.

El lehendakari José Antonio Aguirre durante un discurso en San Sebastián el año 1933 / Ricardo Martin

La persecución de la dictadura y la recuperación posterior de los símbolos

Durante los años oscuros de la dictadura franquista la Ikurriña estuvo proscrita y perseguida. A diferencia de la Senyera catalana no estaba presente en ningún escudo municipal. En Euskal Herria, la Ikurriña se convirtió en un símbolo reivindicativo que reunía a todas las fuerzas políticas y a todos los movimientos culturales opuestos a la dictadura. Con independencia de su adscripción o no a la ideología nacionalista vasca. En Euskadi este consenso se ha mantenido en el tiempo, y con la recuperación del autogobierno, en 1979, fue proclamada nuevamente bandera oficial.

Pero en Navarra, en la década de los 70, se abrió una guerra de banderas que recuerda la batalla de la lengua que se libró en el País Valencià, curiosamente, durante el mismo periodo. La prensa local generó un estado de opinión contrario a la Ikurriña, vinculándola a los intereses partidistas del PNV, y se pretextaba un perverso imperialismo que pretendía convertir a Navarra en el corral de Euskadi. Una estrategia que, en definitiva, preparaba la emergencia de una nueva clase política navarra que, curiosamente, salió de las entrañas del régimen franquista.

La actualidad

La Ikurriña es, como dice su significado (Ikur quiere decir símbolo en euskera) la bandera de la nación vasca. La nación más vieja de Europa. Está presente por todo Euskadi. En Navarra y en el País Vasco francés, está presente en las astas de muchos ayuntamientos, que la izan con naturalidad como un acto de afirmación. Y de la mayoría de instituciones sociales y culturales que forman el tejido de la sociedad. La de un pueblo que, desde la paz, contempla su futuro con confianza, con valentía y con decisión: “Non gogoa, han zangoa (Donde van tus pensamientos, van tus pasos).