La primera noticia que recuerdo haber leído en un periódico es la de la muerte de Franco. Este jueves hará medio siglo. Fue el mismo día o al día siguiente, seguramente en una de las muchas ediciones especiales y suplementos que hicieron los periódicos y revistas de la época. Yo tenía siete años y estaba sentado delante de mi madre, una mujer guapísima, alta, rubia y de ojos azules: “Niño, lee”. Mientras ella hacía ganchillo, yo iba leyendo en voz alta la biografía del dictador, ya de cuerpo presente. Era en Mataró, en el ahora famosísimo Rocafonda, uno de los típicos barrios de inmigrantes españoles surgidos entre los años cincuenta y setenta del siglo XX en las ciudades industriales. Mis padres y abuelos, como tantos otros extremeños, andaluces, murcianos, gallegos o castellanos, no vinieron a Catalunya a levantar nada, ni tampoco a pisotear ni a ocupar nada, sino a hacer más horas que un reloj para ganarse la vida. A los míos, la España de Franco les negó el pan y la sal porque pertenecían al bando de los “pobres”. Lo de Franco iba por barrios. Y por calles. En el pueblo de mi madre, en Cáceres, se dividían entre la acera de los ricos y la acera de los pobres. Pero cuando volvían al pueblo por vacaciones, los pobres que se habían marchado a Catalunya, podían mirar a los ricos sin bajar la cabeza. Pocos años después, el PSOE enseguida supo presentarse como “el partido de los pobres”. He aquí cómo las fracturas de ayer pueden continuar justificando los relatos del mañana, aunque ya sean historia.
La Transición española y la democracia del 78, inauguradas con el deceso del dictador en la cama, perpetuaron la estructura atávica de las dos Españas. Pero, a la vez, el desarrollismo franquista, la industrialización y el turismo, habían creado una nueva clase media, de obreros industriales propietarios de pisos, que amplió y superó el perímetro de los beneficiados del régimen, el funcionariado afecto, las élites y las familias de los ganadores de la Guerra Civil. La España del 600, el mítico SEAT que se fabricaba en Barcelona, en la factoría de la Zona Franca inaugurada por Franco en 1955, era la de la entrada a la modernidad, tarde, mal, y por la puerta de atrás. Con todo, es esta versión luminosa de la película en blanco y negro del franquismo, la de la España que progresaba a la vez que el régimen y la represión continuaban, la que hoy, 50 años después, permite blanquear el franquismo a la extrema derecha de Vox o a un PP que, con el aliento de Abascal en la nuca, ha vuelto al guerracivilismo que también se atiza desde el PSOE de Pedro Sánchez.
Es más: la nostalgia de la España del 600 facilita a Vox aspirar a sustituir al PSOE como “partido de los pobres” en los barrios que ya no fabrican clase media porque el ascensor social se ha averiado y la globalización cierra las tiendas y los bares de toda la vida y hace imposible comprarse un piso o pagar un alquiler razonable. Y es por eso que los neofranquistas de Abascal se podemizan —Podemos aspiró a ser el partido de los pobres ilustrados que enterrarían a los ricos, la casta— hablando de “justicia social”. Un término que también utilizó el 20 de noviembre de 1975 el presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, en la histórica alocución televisiva que abrió con las palabras: “Españoles, Franco ha muerto” y en la que desgranó el testamento político del dictador.
La memoria histórica del franquismo se basa en una gran desmemoria que arranca en el minuto cero de la muerte de quien fue el jefe del Estado español entre 1939 y 1975 al frente de una dictadura feroz, revanchista y criminal hasta el último día. A caballo de esta amnesia colectiva y de la tempestad antipolítica que amenaza a Occidente, Franco está de moda entre un creciente sector de los jóvenes, desinformados o no. También, porque los revisionistas han conseguido hacer mella partiendo de las especificidades del personaje. A diferencia de Hitler o Mussolini, los grandes dictadores fascistas aliados de Franco, el autócrata español murió en la cama porque 1) él sí que ganó su guerra de exterminio contra el gobierno de la República, 2) porque el equilibrio de fuerzas de la Guerra Fría (el amigo americano) le fue favorable y 3) porque la mitad o más de la población avalaba explícita o implícitamente el régimen o sorteaba el miedo mirando hacia otro lado. Por eso costó tanto a la oposición política, fuera muy o poco de izquierdas, democristiana o catalanista, hacer caer la estaca que cantaba Llach. Y seguramente por eso, porque mucha gente quería dejar atrás la España de los ricos y de los pobres, los españoles aceptaron una monarquía de inequívoco diseño franquista en la persona del hoy fugado rey emérito Juan Carlos I y que, debidamente blanqueada por la Constitución del 78, ha perpetuado su hijo Felipe VI. "Todo ha quedado atado y bien atado", se vanaglorió el dictador en el discurso de Navidad de 1969, tras la designación de Juan Carlos como sucesor "a título de Rey"
El discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017 después del referéndum independentista o la paralización de la amnistía a los líderes del procés hacen dudar si es verdad que Franco está muerto
La decisión sobre la sucesión la ratificó el dictador aquel 20-N en su tétrica despedida mortuoria leída por Arias Navarro, un personaje conocido como “El carnicerito de Málaga” por los miles de sentencias de muerte de republicanos que firmó en febrero de 1937 cuando las tropas franquistas ocuparon la ciudad andaluza. En el testamento, que Arias Navarro se sacó nervioso del bolsillo de la americana, el Generalísimo pedía a los españoles la misma lealtad al futuro Juan Carlos I que él había gozado y hacía el encargo de mantener “la unidad de las tierras de España exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria”. La cancioncilla de la “pluralidad” o la “diversidad” del Estado autonómico que entonan a menudo la derecha y la izquierda para anestesiar la herida Catalunya-España tienen un siniestro antecedente en el mensaje con que Franco, ya oficialmente cadáver, dijo adiós a los españoles. Y el discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017 tras el referéndum independentista, con la llamada a “asegurar el orden constitucional” en Catalunya, o la paralización de la amnistía a los líderes del procés que solo parece que puedan desatascar los tribunales europeos, hacen dudar si es verdad que Franco muriò hace 50 años. Iré a preguntarlo a alguna IA. En ocasiones, la memoria es traicionera.