Jordi Amat i Fusté (Barcelona, 1978), escritor, filólogo y crítico literario, plantea en su último libro, Les batalles de Barcelona. Imaginaris culturals d'una ciutat en disputa (1975-2025) (Edicions 62, 2025) la necesidad de identificar los referentes culturales que han convertido Barcelona en una ciudad marcada actualmente por los problemas de vivienda y la huida constante de sus habitantes tradicionales. Tras el éxito de El fill dos xofer, Amat plantea ahora un viaje plagado de referentes —fotográficos, literarios, cinematográficos, musicales, pero también sociales y políticos—, con el que traza un itinerario que busca respuestas en el transcurso de los últimos cincuenta años de historia de una Barcelona que ha acabado generando una “cierta sensación de hostilidad” hacia aquellas personas que cada vez consideran menos suya la ciudad.

Señor Amat, usted inicia el libro Les batalles de Barcelona con una imagen relativamente reciente, la de unos manifestantes rociando a turistas con pistolas de agua. De alguna manera, ¿Barcelona ha escapado al control de los barceloneses? 
De muchos barceloneses, sí. O, en todo caso, esta es la sensación que tienen. Es decir, que la ciudad que sienten como suya les genera una cierta hostilidad, y esta hostilidad tiene algunas figuras que la encarnan, como el turista o el expat. Esta imagen casi lúdica de dos chicas con pistolas de agua rociando a los turistas, que no recuerdo cuándo era la manifestación pero creo que era en verano y quizás con el calor que debía hacer no debía ser demasiado problemática, de repente generó un impacto y una crítica negativa muy severa porque todos sabemos cuál es el peso económico que tiene el turismo en nuestra ciudad, como si aquello pudiera ser una amenaza. Me ha parecido que revela una inquietud que expresaba de manera irónica el repliegue que se produjo entre ciertas élites locales, muy significativa del desconocimiento de cuál es el sentimiento de los ciudadanos.

 

Una acción relativamente banal aunque molesta, pero que dio la vuelta al mundo. ¿Qué valoración podemos hacer de acciones como esa? 
La acción, que era banal, consiguió mucho más de lo que la manifestación pretendía. Yo no fui a la manifestación, pero recuerdo la movilización, las redes, las asociaciones vinculadas y todo lo demás, y después fue poca gente. Pero yo no sé si es más importante hoy en una manifestación que consiga una imagen viral o que hubieran ido 10.000 personas más. No creo que hubiera cambiado mucho la percepción si no se hubiera producido aquella imagen que de repente, grandes cadenas televisivas generalistas o grandes diarios pusieron en primera plana. Entonces, también estaba ese desconcierto del de fuera: “Nosotros venimos aquí a gastar, ¿qué problema tenéis con nosotros?” El caso del turismo seguramente es el más sintomático de un desconcierto por parte de los turistas y de la industria que no saben ver las externalidades y al mismo tiempo una percepción por parte de la ciudadanía de aquel señor que pasea por la Rambla y que siente que se le está negando que la arteria tradicional que definía la ciudad sea suya.

Entrevista Jordi Amat, escriptor / Foto: Carlos Baglietto
Jordi Amat, durante la entrevista en el plató de ElNacional / Foto: Carlos Baglietto

Usted define el libro Les batalles de Barcelona como "un ensayo de crítica cultural que analiza cómo se ha ido reconfigurando y disputando el imaginario de la ciudad durante el último medio siglo". ¿Quién cree que gana o pierde estas batallas de Barcelona? 
Creo que no la está ganando la ciudad en su conjunto. Si evaluamos el barómetro de la relación de los ciudadanos con su ciudad, durante los primeros años de la democracia la curva de satisfacción con la ciudad en la que se vive va ascendiendo y desde el año 2000 va bajando progresivamente, y le cuesta mucho remontar. Esto quiere decir que los ciudadanos sienten que su relación con la ciudad no es buena. A la vez creo que ha habido momentos, sobre todo con la alcaldía de Ada Colau, en que las élites locales, de una manera muy beligerante, sintieron amenazado el modelo del cual se sentían beneficiarios y que estaban perdiendo la ciudad, y tuvieron una reacción muy fuerte en muchos campos diferentes. Hoy, aparte de la gente que, por desgracia, malvive en nuestra ciudad, y que no vemos pero que hay mucha, la sensación creciente es que la clase media con profesiones convencionales y sueldos medios, cada vez lo tiene más difícil para vivir en la ciudad. Y lo que el libro quiere intentar entender es cómo la cultura ha ido expresando esta incomodidad, malestar, hostilidad. En último término, la sensación de que me está expulsando de la ciudad donde yo quiero vivir. Esta hoy es la franja más interesante en la que se juega la batalla 

 

Precisamente esa sensación de que Barcelona expulsa a los barceloneses encaja con el discurso del alcalde Jaume Collboni, cuando dice que su compromiso es garantizar el derecho de los barceloneses a quedarse en la ciudad. Si la vivienda es el principal problema que tiene Barcelona, ¿cómo podemos garantizar que no se marchen?
No es mi especialidad, pero como es un problema que nos afecta a todos, me parece que es ingenuo pensar que el problema se arreglará si no hay una enorme complicidad de todos los actores implicados. Es decir, la demonización per se del propietario me parece que dificulta enormemente que se pueda afrontar de una manera realista la toma de decisiones que comiencen, muy poco a poco, a paliar un problema muy grande. No hay todavía una alianza virtuosa entre instituciones, propietarios y aquellos profesionales que están pensando con ambición el problema. Pensar que sin los propietarios esto tiene solución es una ingenuidad. A la vez creo que los actores fundamentales en la democratización de la ciudad, tal como la conocemos, fueron los arquitectos ilustrados, y que ahora hay una ilustración que está pensando desde el urbanismo y desde la economía el problema, que son claves también en la solución. Creo que no estamos en un mal camino. Creo que el discurso del alcalde Collboni, que es muy difícil que salga adelante, pero esta interiorización de alguien que las élites entendían que sería cómplice, que ven que no lo es tanto como esperaban, y que él sabe que su reelección depende de que la ciudadanía perciba que empieza el cambio, es una buena situación.

 

En el libro se establece una comparación con la cultura de la transición española, donde el espejo catalán sería la normalización. ¿Esta normalización es política, lingüística, nacional, ciudadana?
Tenemos muy claras diferentes fases de la democratización del país, llámale Cataluny o llámale España. Si dices España tienes claro lo que fue la transición política y el paso de régimen a régimen; si dices Catalunya tienes claro que la vuelta del presidente Tarradellas, la aprobación del Estatut, la Generalitat autonómica de Jordi Pujol normalizan una situación que tiene como política de referencia las que tienen que ver con la lengua, ahora más o menos problematizadas. Pero la normalización es hacer que un país sea normal, hacer que la nación sea tan normal como sea posible, hacer que la ciudad sea normal. Entonces, esta dimensión aplicada a la ciudad me parece que no la tenemos suficientemente interiorizada porque en el relato de la democratización no hemos pensado como un actor clave los ayuntamientos democráticos que salen de las elecciones del 79. Entonces, lo que hace la cultura de la transición es impulsar una cultura de consenso en un momento en que hay la voluntad clara de las instituciones y la conciencia de los ciudadanos de que el país necesita unas transformaciones para que sea democrático, y también para que la ciudad sea democrática. Esa normalización es urbanística y cultural. En el libro me gusta encadenar imágenes, hay dos que me parecen significativas. Una es el pregón de Mercè Rodoreda del año 80, es decir, la ciudad cuando decide quién ha de crear un discurso sobre ella coge a la gran novelista catalana del siglo XX, una exiliada que proyecta una determinada imagen de la ciudad. A la vez el alcalde Serra dice, yo quiero que una de las iconos de mi mandato sea una escultura pública de Joan Miró y hace Dona i ocell. Y hay una imagen, que en el libro no está descrita pero que me parece igual de significativa, que es aquella en la que van de la mano, delante del Ayuntamiento, en una fotografía de Pilar Aymerich, Pasqual Maragall y Maria Aurèlia Capmany. Aquel binomio, lo que representan las tradiciones que se encuentran en aquella fotografía, me parece que dice mucho de la normalización entendida en la clave del alcalde Maragall.

En el relato de la democratización no hemos pensado como un actor clave en los ayuntamientos democráticos que salieron de las elecciones del 79"

¿Pero hay quien duda del papel de los primeros ayuntamientos democráticos en esta normalización?
Creo que no está interiorizado como un elemento de cambio institucional tan relevante como los otros. Es decir, en términos de producción de libros de historia, la cantidad de libros de historia sobre la transición es infinita; sobre la construcción de la autonomía, hay muchos, pero sobre estudios que valoren lo que fue la transformación de la ciudad creo que no hay tantos.

En el libro se habla mucho de imágenes, una de ellas es la de Antonio Rebollo en la inauguración de los Juegos Olímpicos. ¿Usted está de acuerdo con este discurso de que Barcelona, al no ser capital de Estado, se tiene que construir a base de grandes acontecimientos: las exposiciones universales, el Congreso Eucarístico, los Juegos Olímpicos, el Fórum de las Culturas…
Me gustaría pensar que no, pero si no hubiera habido el pretexto del 92, ¿el Estado habría invertido en la ciudad como lo hizo?, sabemos que no. Entonces, el hecho de no ser capital de Estado y en la comparación que nos afecta que es la de Barcelona y Madrid, yo creo que Madrid es claramente una capital con vocación imperial, donde la capitalidad de América Latina es muy significativa. Y eso hace que cuando Barcelona tiene que hacer grandes transformaciones de entrada no cuente con la complicidad del Estado y, por lo tanto, no tenga los recursos necesarios para hacer lo que quiere hacer. La historia nos dice que esto ha sido posible cuando ha habido estos acontecimientos. Es un mal consuelo pensar que esto ha ido de esta manera.

Entrevista Jordi Amat, escriptor / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

¿No hay otra solución? ¿O la solución es la independencia? 
La independencia es una respuesta ideológica a una constatación de algunos problemas, lo que no quiere decir que sea políticamente factible. Los motivos ideológicos los entiendo. La cuestión es si una propuesta de esta índole es realizable, y sobre todo si es pensable después de lo que pasó. Digámoslo de otra manera. Si yo fuera el alcalde de Barcelona, tendría muy claro que la única posibilidad que tengo de que mis ciudadanos no se vayan descolgando progresivamente del sistema democrático es dar respuesta a unas demandas que creo que hoy en día no sé si son urgentes pero son muy fuertes y que si no se les da respuesta los ciudadanos tendrán derecho a desconfiar de sus instituciones y que, por lo tanto, la salvación de la democracia depende de intentar enfrentarse de una manera consistente y no populista al problema de la vivienda y que movilicen los recursos como puedan.

¿La democracia está en peligro? 
La democracia, tal como la hemos conocido, vive un proceso de mutación que la degrada. Viniendo de la idea de la democracia liberal que surge de la Primera Guerra Mundial, creo que el autoritarismo está cobrando fuerza y creo que en muchos casos las capitales son focos de resistencia ante esta amenaza y que, por lo tanto, poner en riesgo la calidad de la democracia en las ciudades sería una derrota muy fuerte.

“Poner en riesgo la calidad de la democracia en las ciudades sería una derrota muy fuerte”

Enlazando la imagen de Rebollo en la inauguración de los Juegos Olímpicos, después menciona también otra imagen muy clásica de Barcelona, que es el baile de Joan Clos en la rua de Carlinhos Brown. ¿Alcanzamos la cima y bajamos a los infiernos en solo diez años?
La imagen de la flecha es estéticamente bellísima y la pongo en relación con algo que pasó en el marco de las olimpíadas, un par de años antes, que es la exposición del Quadrat d'Or en la Pedrera, donde por primera vez, la ciudad hace suyo y exhibe con orgullo el patrimonio arquitectónico creado por la burguesía modernista. Los ricos de la ciudad la embellecen a principios de siglo y en el año 1990, la ciudad dice "nosotros somos esto". Entonces el contraste entre esta apuesta estética detrás de la cual hay importantes intervenciones urbanísticas con lo que es el Fórum, es la demostración de que es muy peligroso estirar el chicle del éxito, porque se puede deshilachar. Y me parece muy claro, desde el momento en que el alcalde Maragall lo propone de una manera enormemente frívola en el año 96, y lo que acaba sucediendo es que, fruto del éxito de los Juegos, la ciudad pierde conciencia crítica como para no ver que aquello que se estaba pretendiendo era una quimera megalómana. La encarnación perfecta de esta farsa es la carnavalona de Carlinhos Brown y el alcalde Clos, que es la imagen que nos ha quedado del Fórum.

Entrevista Jordi Amat, escriptor / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

En el libro hace todo un recorrido de referentes culturales: la película de Woody Allen Vicky, Cristina, Barcelona; el desalojo del cine Princesa, y diversos ensayos sobre la ciudad de Barcelona. Echo de menos un hecho: Ciutat morta.
Ciutat morta es un problema que me planteé durante la elaboración del libro. Cuando vi el documental quedé muy conmovido, y también, ahora no recuerdo qué vino antes o después, por una Sabatina de Gregorio Morán en La Vanguardia en la que hablaba del caso de la chica poeta que se acaba suicidando [Patricia Heras]. Tengo una relación ambivalente con cuál ha sido el peso del mundo antisistema en la percepción que tenemos de nuestra ciudad, en la medida en que ha tenido un protagonismo en buena parte esterilizador, tal como yo lo entiendo. Y esto es mérito suyo y demérito de la socialdemocracia de saberse actualizar en el mundo posterior a los Juegos Olímpicos. Entonces, Ciutat Morta responde a la denuncia antisistema sobre la mecánica de funcionamiento de la ciudad. Aquella película me conmovió, con la sensación de pensar, ostras, si esto es verdad, cuántas cosas gordas pasan que no sabemos. Recuerdo también un post de Carles Martí, político socialista que si no recuerdo mal había sido concejal de Ciutat Vella y que era identificado como el malo de la película, cuando una de las personas que habían sido detenidas es condenada con posterioridad por un homicidio. Esta grieta en aquel relato perfecto de cuestionamiento del sistema que es la película, y que era una sospecha enorme sobre uno de los protagonistas, es la que me llevó a decidir que no me veía con fuerzas, porque me parecía que no tenía un juicio moral lo suficientemente consistente, para poder introducirla.

En cualquier caso, Barcelona también se ha hecho gracias a los antisistema. Como mínimo hemos tenido ocho años una alcaldesa vinculada con los antisistema.
Sí, escribí el prólogo de las memorias de Jaume Asens hace relativamente poco. Me gustó mucho poder escribir aquel prólogo, y tomar conciencia de todo lo que había antes de la victoria electoral de Colau. Es decir, un movimiento que yo no había visto, o que había visto muy de lejos, que desde hacía quince años había estado sustanciando una propuesta política a la contra. Con muchas razones para estar en contra. Con razones crecientes para estar en contra. Entonces, creo que aquella victoria inesperada y excepcional de Ada Colau, a quien yo no conocía y después nos hemos hecho amigos, y con la llegada a la alcaldía hay un aprendizaje de cómo el mundo antisistema puede aprovechar, o hasta qué punto puede aprovechar, las enormes palancas de las instituciones que gobiernan la ciudad. Con las virtudes y los defectos que tuvo su alcaldía, creo que hay un aprendizaje progresivo de cómo alguien que viene de donde viene, cuando está donde ella y ellos llegaron, entendieron los límites de lo que se podía hacer y hasta qué punto los podían ensanchar, y lo frustrante que era no poderlos ensanchar más. Hay una diferencia en mi juicio, que me parece que es la justa, entre el ejercicio de la política real, con sus limitaciones y enormes complejidades y sus ambigüedades y la elaboración de una ideología constructiva y reformista. Hay momentos en los que la realidad impone que estos discursos sobre la ciudad sean a la contra. Porque la ciudad te expulsa, porque la ciudad es hostil, porque ganas 2.000 euros y ni ganando 2.000 euros puedes vivir en la ciudad, y la mayoría de gente debe ganar menos. Creo que el discurso cultural que niega la posibilidad de una reforma puede ser una fuente de frustración muy fuerte. Este es mi punto de discrepancia con el mundo del antisistema, teniendo en cuenta, a la vez, que en determinadas circunstancias no hay cambio sin conflicto y que, por tanto, negar la utilidad del conflicto como mecanismo de evolución democrática es no entender cómo funciona la democracia.

Hay momentos en los que la realidad impone que estos discursos sobre la ciudad sean a la contra. Porque la ciudad te expulsa, porque la ciudad es hostil, porque ganas 2.000 euros y ni ganando 2.000 euros puedes vivir en la ciudad”

Los años de Colau coinciden con el procés soberanista. Usted dedica un buen espacio en el libro a hablar del procés, y explica que el procés no crea un movimiento cultural. ¿El fracaso mismo del procés tiene que ver con el hecho de que no consigue gobernar la capital del país al que aspira a independizar? 
Hay una expresión muy sentida por parte del alcalde Trias la noche que pierde las elecciones, cuando se dirige al president Mas y, no recuerdo las palabras exactas pero le dijo, "president, lo siento". Ese "lo siento" era la conciencia de la importancia que tenía contar o no con la capital jugando a favor. Otra cosa que a mí me gustaría discutir, que no sabremos nunca, es hasta qué punto el grado más alto o más bajo de independentismo de aquella campaña favoreció o no a Xavier Trias.

Es la campaña también de las cuentas en Suiza.
Sí, yo hice un acto en el Ayuntamiento y denuncié públicamente lo que me parece un ejemplo de guerra sucia repugnante, y que su resistencia nos dignificaba a todos los barceloneses, estuviéramos a favor de él o no, pero su actitud nos dignificó a todos los barceloneses, lo pensaba entonces y lo sigo pensando. Contar con Barcelona era muy importante, lo sabían perfectamente, y estuve leyendo algunas de las declaraciones que se hicieron durante aquella campaña electoral, porque el movimiento fuera musculándose en términos institucionales y de imagen pública hacia afuera. Barcelona no es sin Catalunya, pero lo que conoce la gente de Catalunya en el mundo es Barcelona, y si la capital hubiera proyectado una imagen diferente, probablemente la percepción habría sido diferente. Entonces lo que a mí me interesa sobre los imaginarios es la paradoja de que de la cantidad enorme de libros que el procés generó, no recuerdo ninguno de los más relevantes que pensara la capital. Hemos tenido cientos de testimonios, un montón de cosas, pero cómo será la capital no lo recuerdo. Y me parece significativo también que en aquellos años, que son años de muchísimo fervor, la cultura no proyectara una imagen que acompañara, donde Barcelona tuviera un papel. Uno de los problemas del procés es que no propone de manera exitosa un cambio de modelo cultural. 

Entrevista Jordi Amat, escriptor / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

¿Esboza una cierta tensión entre la Barcelona del Eixample, la Barcelona de Jordi Amat, con la Barcelona, ya que lo cita, de Javier Pérez Andújar, la Barcelona metropolitana, de Sant Adrià de Besòs?
Hago una cosa que podía ser un poco carca pero me parecía que la tenía que hacer, que era decir quién soy yo. Yo soy un pequeño burgués del Eixample. Como la cultura en general es crítica, tiende a estar más cómoda situándose en la periferia. Entonces hay una discusión sobre quién es el periférico en nuestra cultura. Entonces yo dije, escúchame, yo escribo desde el centro. Y como privilegio, pero a la vez con la conciencia de que hay periferias. Y en las periferias, fundamentalmente viven los pobres. Y a estos pobres no los hemos visto. Entonces, me parece que una de las cosas interesantes de Paseos con mi madre, de Javier Pérez Andújar, o de la exposición de Barcelona vista del Besòs, una exposición de fotografías que comento, o aquel pregón tan polémico de Pérez Andújar, es que había una memoria cultural alternativa, sobre la novela popular, los quioscos, La Banda Trapera del Río... que no es mi mundo. Pero a la vez tengo conciencia de que es un ejercicio cívico necesario incorporarlo a una comprensión completa de la ciudad, y por eso el libro acaba con El 47. El año 96 hay una exposición en la Fundació Tàpies donde hay un retrato de Manolo Vital. Y en el catálogo está su autobiografía, que él dicta y la transcribe Manolo Borja-Villel. A nadie le pareció que aquello fuera relevante. Treinta años después, aquella historia transformada en épica cinematográfica emocionó a gente de todas partes, ¿por qué se ha producido aquel cambio? ¿Por qué ahora aquel biopic edulcorado, que niega la importancia de Comisiones Obreras, nos impacta tanto? Pues porque aquella es una causa justa y es la causa de la periferia. Pero no me veo con tensión, me veo con la conciencia cívica de que si no hay un reconocimiento de este mundo, no me siento en condiciones de poderlo describir.

 

Como final, ¿Barcelona será metropolitana o no será? 
Barcelona será metropolitana más allá del área metropolitana. Para que pueda serlo, es decir, que puedas sentir que vives en Barcelona viviendo en Vilanova, Manresa o Mataró y que es la única solución real al problema de la vivienda, porque el problema de la densidad de la ciudad lo conocemos, se puede construir pero el problema de la densidad es real por la demanda que hay, es necesario que haya unas conexiones que ahora no hay, y es necesario que sean entendidas por parte de los alcaldes metropolitanos también, que esto les beneficia. Muchas veces no suman para que esto sea así.

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