Una de las grandes ventajas de ser científica es que "ruedas" por el mundo para asistir a congresos y jornadas. A veces, asistes porque te interesa presentar los resultados de la investigación y estar en contacto con otros investigadores, y algunas veces, asistes como invitada. Esta semana me han invitado a una conferencia sobre los últimos avances en genética a una audiencia dispar, no relacionada con el mundo de la investigación sino de la empresa. Esto me ha permitido salir de mi zona de confort e ir a escuchar una conferencia inesperadamente cautivadora sobre el arte de la dirección de orquesta.

Un verdadero hombre del Renacimiento, arquitecto y musicólogo (gracias, Carlos Calderón, ¡qué conferencia!), nos hizo una inmersión absoluta en la tarea poco conocida —y tampoco muy reconocida— de los directores de orquesta. La primera pregunta ya nos situó en el tema. Si los músicos de una orquesta son excelentes intérpretes, si conocen bien su instrumento y la obra que tienen que ejecutar, ¿por qué necesitan a alguien que los dirija? ¿Qué poder tiene una batuta? ¿Por qué algunas orquestas triunfan o se quedan en la mediocridad dependiendo de su director? ¿Por qué cuando compramos o queremos escuchar ciertas obras musicales, según si son Beethoven, Tchaikovsky o Stravinsky, las queremos dirigidas por directores concretos, como Gustavo Dudamel, Herbert von Karajan, Daniel Barenboim, Alondra de la Parra o Inma Shara?

La respuesta que quizás a todos se nos viene a la cabeza es que un director o directora tiene que indicar el tiempo y el ritmo de la obra, y cuáles son los diferentes instrumentos que tienen que ir entrando. Pero esta respuesta refleja una pequeña parte de la tarea de dirección, el director de orquesta es un artista que tiene que liderar a sus músicos a fin de que ejecuten una obra musical tal como él o ella la "oye" en su cabeza. La tarea de dirección es personal e individual, por eso son artistas, porque disfrutan de la música en su interior y necesitan que los músicos lo expresen con la misma cadencia, intensidad y sentimiento para cautivar a la audiencia, convirtiendo una experiencia estética, artística y emocional individual en una experiencia compartida colectiva.

Mediante unos magníficos vídeos (The Art of Conducting, que podéis encontrar fácilmente en YouTube) del gran Leonard Bernstein, compositor, entre muchas otras obras, de bandas musicales para obras de teatro como West Side Story, se nos explica, con ejemplos y con una gran capacidad comunicativa, cómo el director tiene que ser un excelente conocedor de la obra del compositor y del contexto musical histórico en el que vivió y compuso; tiene que conocer bien los instrumentos, porque los ha tocado —y, por lo tanto, conoce su física, la textura, el timbre y la sonoridad—; tiene que tener una habilidad especial para transmitir a sus músicos el tempo, el ritmo y la dinámica de los diferentes grupos de instrumentos; pero además, hay un intangible único y específico, intrínseco al director: tiene que vivir la magia de aquella pieza musical y de la relación con cada una de sus partes, y tiene que sentir la necesidad de evocarla, revivirla y comunicarla.

El director tiene que ser un excelente conocedor de la obra del compositor y del contexto musical histórico en el que vivió y compuso; tiene que conocer bien los instrumentos, porque los ha tocado; tiene que tener una habilidad especial para transmitir a sus músicos el tempo, el ritmo y la dinámica de los diferentes grupos de instrumentos; pero además, hay un intangible único y específico, intrínseco al director: tiene que vivir la magia de aquella pieza musical y de la relación con cada una de sus partes, y tiene que oír la necesidad de evocarla, revivirla y comunicarla.

Tengo que admitir que disfruté mucho de la experiencia, no me pareció una conferencia, sino una clase magistral inmersiva. Escuchar la misma pieza musical interpretada por diferentes orquestas y dirigida por diferentes directores, cada uno con su versión, igual pero diferente. Ver los ensayos con los músicos, y cómo los directores piden repetirlo hasta obtener justamente la intensidad y la transición dinámica que refleja justamente la perfección que buscan. Todos nos fijamos en los movimientos de los brazos y las manos cuando conducen, los gestos de la batuta que nos parecen tan fáciles de imitar (pero que no tienen ningún significado real si no lo hacemos desde el conocimiento). Sin embargo, raramente nos fijamos en sus caras de extrema concentración, reflejando momentos de éxtasis, de sentimiento profundo, de calma, de furia, de tristeza, y de satisfacción. Los directores de orquesta no han escrito la obra, pero la reinterpretan, destilan la esencia y nos la hacen disfrutar cada vez.

Hace unos días, con ocasión del festival de Eurovisión y el fragmento musical que asociamos a su anuncio —el inicio triunfante del Te Deum de Charpentier— escuché en la radio cómo otro musicólogo y divulgador musical, Ramon Enero, mostraba lo diferente que puede sonar según si se interpreta con la versión que hicimos en el siglo XX, o si se interpreta como se cree ahora que tenía que sonar cuando Charpentier la compuso a finales del siglo XVII (aquí entran en juego el conocimiento del contexto histórico, el estilo musical, el sonido y el timbre de los instrumentos de la época). Me pareció una disección magnífica para los que no sabemos, pero nos gusta la música (por si tenéis curiosidad, lo podéis encontrar aquí, entre los minutos 4:38-10:10), porque honestamente, no tienen nada que ver una versión con la otra, y la diferencia es la interpretación que hace el director de orquesta.

Y ahora os preguntaréis, ¿cuál era el significado de esta clase magistral sobre el arte de la dirección de orquesta? ¿Cuál era el mensaje final de esta conferencia? Los directores son los líderes de su orquesta, los que nos hacen evocar y sentir la magia de la música cada vez que la escuchamos. Por analogía, para ejercer liderazgo, sea en una empresa, en un grupo de investigación, o en una clase, tienes que generar un sentimiento de pertenencia, tienes que comunicar una magia única y diferencial que sea capaz de unir los esfuerzos de las personas que lideras para ejecutar una obra conjunta con un objetivo concreto, en el que todo el mundo conozca su posición y su relevancia dentro del colectivo, para finalmente, poder capturar la atención y hacer vibrar de emoción a la audiencia.