Johann nació el año 1822. Era el medio de los 3 hijos que sobrevivieron del matrimonio de Antón y Rosina, una familia de granjeros de una zona de la actual Chequia, entre Moravia y Silesia, entre campos ondulantes de cereales y viñas. A Johann le gustaba mucho la jardinería y la apicultura, parecía que su futuro estaba ligado a la tierra y al campesinado, pero era un niño muy espabilado, y el maestro de la escuela rural recomendó a sus padres que lo llevaran a estudiar. Los padres se sacrificaron durante el periodo de adolescencia del joven Johann, para que pudiera estar interno en otra ciudad mientras estudiaba, pero los recursos iban disminuyendo inexorablemente. Llegó un día en que ya no fue posible que pudiera seguir estudiando. La preocupación de soltar aquel mundo del saber y de nuevos retos intelectuales lo afectó psicosomáticamente. Enfermó, y sufrió depresión. No quería ser campesino ni granjero, quería dedicarse a la ciencia, la física, las matemáticas, la medicina... pero sin dinero, no había posibilidad de continuar.

Su hermana pequeña renunció a parte de su dote para que él pudiera continuar su camino de estudios, pero él era consciente de que, tarde o temprano, volvería a estar en la misma situación, así que optó por la solución que le pareció más plausible, atendida su precariedad. Como muchos otros estudiosos antes que él, decidió entrar a una abadía, la de la ciudad de Brno, y dedicar su vida a ser monje. Los gastos de su educación serían cubiertos por la comunidad abacial. Seguramente, esta decisión no fue muy costosa para él, no se sabe que lo lamentara. Dejó una vida de penurias y esfuerzos, para poder dedicarse a lo que le gustaba, adquirir conocimiento. Cuando Johann juró sus votos en la abadía, cambió su nombre a Gregor. Estoy hablando de Gregor Mendel, a quien consideramos el padre de la genética. Este año celebramos que hace 200 años que nació una mente particularmente lúcida, práctica y racional al mismo tiempo. Sin embargo, quizás vivió antes de tiempo, ya que sus postulados, a pesar de basarse en experimentos explícitos, metódicos y claros, fueron publicados en 1866 en una revista científica de la Sociedad Naturalista de Brno, que no tuvo bastante distribución, o no llegó a mentes lo bastante inteligentes para captar la gran relevancia de lo que se decía. Mendel murió en 1884, preocupado por los asuntos económicos de la abadía, sin el reconocimiento que merecía, hasta que no fue redescubierto por investigadores europeos de diferentes países, a inicios del siglo XX.

Sé que la mayoría ahora pensaréis en Mendel y sus guisantes, y quizás algunos frunciréis el ceño. Tenéis los enunciados de las leyes de Mendel enterrados en la nebulosa de los estudios de secundaria. Pero os tengo que decir que son particularmente bellas y elegantes, y que para los que nos dedicamos a estudiar los seres vivos, nos situó en su momento encontrar un cierto orden y concierto dentro de la biología. Hay unas reglas que nos permiten estudiar e inferir la herencia de los caracteres, sea el color de los guisantes o la forma de las alas de una mosca. Hay unas leyes con una lógica detrás. Comprendiendo las leyes de Mendel podemos inferir qué pasará y cómo será la descendencia a partir de unos progenitores concretos, particularmente cuando estamos hablando de características determinadas por una única instrucción genética, por un único gen que tiene diferentes variantes o mutaciones. Y eso también nos aplica a los humanos, por ejemplo, a la gran mayoría de enfermedades genéticas raras o minoritarias. Las leyes de Mendel nos permiten saber cómo se hereda la fibrosis quística, la distrofia muscular de Duchenne, o la acondroplasia, para decir solo tres.

Hay unas reglas que nos permiten estudiar e inferir la herencia de los caracteres, sea el color de los guisantes o la forma de las alas de una mosca. Hay unas leyes con una lógica detrás. Comprendiendo las leyes de Mendel podemos inferir qué pasará y cómo será la descendencia a partir de unos progenitores concretos, particularmente cuando estamos hablando de características determinadas por una única instrucción genética, por un único gen que tiene diferentes variantes o mutaciones

¿Cómo formuló Mendel estas famosas leyes? ¿Por qué utilizó los guisantes? Pues porque era un magnífico jardinero que tenía a disposición el huerto de la abadía de Brno. Era muy consciente de que los jardineros de la época buscaban de crear nuevas variedades de plantas mediante hibridación (cruce de cepas diferentes), por ejemplo, para obtener rosales de flores mayores y mejor olor, y él estaba determinado a conocer cuáles eran las reglas que regían la herencia de aquellas características.

En todas partes leeréis que su gran avance fue aplicar métodos estadísticos a sus experimentos. Se dedicó a contar e interpretar a los descendientes de sus cruces, Es cierto que los naturalistas de la época no se dedicaban a contar, les gustaba más describir, dibujar e hipotetizar, pero es que no podemos separar al investigador de su formación. Mendel estudió física y matemáticas desde joven, de la mano de excelentes maestros matemáticos y físicos, entre los cuales von Ettinghausen y Doppler. Mendel estaba dotado de una mente inteligente y racional; lógicamente adquirió una mentalidad de acuerdo con un análisis formal de los problemas. Quizás no nos tiene que extrañar nada que tuviera un enfoque tan racional y cartesiano en sus experimentos. De hecho, se pasó dos años buscando las cepas puras que necesitaba para sus experimentos de cruce genético. Hace falta un buen diseño experimental y ser muy cuidadoso en la ejecución para poder llegar a tener resultados consistentes que puedan ser analizados con herramientas matemáticas sin caer en el caos del desorden y el azar.

El camino de la aceptación de las leyes de Mendel no fue fácil tampoco, porque contravenía algunas de las ideas más estendidas sobre la herencia a inicios del siglo XX. Con la perspectiva del tiempo y después de releer la defensa encarnizada de sus leyes que hicieron algunos científicos de hace un siglo, como Bateson (que fue quien acuñó el nombre de genética), yo os diría que su gran aportación no ha sido tanto el análisis estadístico de los resultados, sino especialmente la propuesta de que las características que vemos externamente están determinadas por unos factores particulados heredables, uno de cada progenitor, unos factores discretos que no se diluyen en la descendencia (como creían Darwin y otros coetáneos), sino que son cartas de una lucha que en cada generación pueden volver a jugar. Sin esta idea tan rompedora conceptualmente, las leyes de Mendel no habrían podido ser enunciadas o no serían comprensibles. Y todavía os diré más, no todos los genetistas estudiamos enfermedades genéticas mendelianas, pero estos factores particulados no diluibles, lo que ahora llamamos nada, están en la base de nuestra herencia y todavía constituyen la base de nuestra investigación. Seguimos estudiando los genes y cómo se heredan sus variantes (alelos) de forma "mendeliana", estemos trabajando en genética forense, estudiando el riesgo a sufrir enfermedades cardiovasculares, o determinando la probabilidad genética ser más susceptible a la infección por el Sars-Cov-2.

¡Larga vida a los descubrimientos de Mendel, padre de la genética!