Este enero hace 200 años de la publicación de lo que prácticamente podría ser el primer cuento de ciencia-ficción, Frankenstein o El Prometeo moderno. La idea de esta novela de Mary Shelley fue concebida durante el verano de 1816; el año sin verano, en el que el polvo volcánico de las erupciones de un volcán en las Indias holandesas hizo que la atmósfera se volviera permanentemente gris, la temperatura fuera más fría que cálida, y el tiempo estival pasara de llovizna a llovizna, sin demasiada pena ni gloria. Me imagino que para un grupo de británicos, reunidos bajo la sombra de Lord Byron en las orillas del lago de Ginebra en Suiza, aparte de escuchar poesía romántica y sin mucha cosa más que hacer más que beber y comer, las horas se debieron volver insoportablemente tediosas. Por lo tanto, la apuesta de escribir un "cuento de fantasmas" para entretener los largos anocheceres debió ser acogida con entusiasmo. Mary Shelley era entonces muy joven, poco más de 18 años, pero supo insuflar vida a uno de los monstruos más icónicos de la literatura de terror.

En el cuento, el médico Victor Frankenstein (el nombre de la historia es el apellido del doctor que jugó a ser dios, y no el nombre de la criatura que generó, que queda sin nombre en el cuento) hizo un nuevo ser humano con piezas de otras personas muertas. Seguramente, en la génesis de esta idea podríamos encontrar una buena base científica. Galvani, el médico y fisiólogo italiano que descubrió el impulso nervioso, había demostrado que con electricidad se podía hacer contraer los músculos de las patas de una rana muerta. Otros científicos se abonaron a la idea, y lo hicieron con fragmentos de cadáver, consiguiendo que los músculos de la cara se contrajeran en muecas y todo. Imaginémoslo. Un cuerpo absolutamente inanimado y sin movimiento y, de repente, aplicando una corriente eléctrica, los músculos del muerto se movían como si estuvieran vivos. La imaginación de sus congéneres debió desbocarse. ¿Y si eso era una señal, un primer paso que demostraría que se podía resucitar a los muertos? Evidentemente que eso no se consiguió nunca, pero el impacto de aquellos experimentos hizo que acuñáramos palabras derivadas del apellido del científico para hablar de excitación y tensión nerviosa o muscular como respuesta a un estímulo y, por ejemplo, hablamos de conciertos o cantantes que galvanizan a la audiencia, asimilándolo al fenómeno de "galvanización" de los músculos de aquellos experimentos del siglo XVIII y XIX.

Hoy día, hay movimientos de pensamiento que defienden que si realmente queremos que los avances científicos sean aceptados dentro de la sociedad y puedan impactar positivamente en nuestro futuro, tenemos que hablar de innovación responsable

En el cuento, la fealdad de la criatura generada por Frankenstein es tan grande, que el mismo creador lo rechaza y lo echa de su vida, considerándolo un ser demoníaco. Y la criatura sin nombre, buscando aceptación y estima, sólo encuentra maltrato, rechazo y desprecio, hasta que, en una respuesta muy humana, se vuelve un ser destructor para vengarse de todo el mundo que le ha hecho daño. Honestamente, la pobre criatura monstruosa siempre me ha dado más pena que miedo. Pues bien, aprovechando la efeméride del bicentenario de la publicación de la novela de Shelley, esta semana la revista Science publica varios artículos que profundizan en diferentes aspectos de la historia de Frankenstein y el efecto que todavía tiene en nuestra vida.

Siempre se ha dicho que la historia de Frankenstein es una crítica velada a todos los científicos que quieren manipular la realidad, una especie "de aviso a navegantes", en que en ciencia no todo lo que es posible hacer es aceptable. Pero hay otras interpretaciones que hoy día tienen mayor aceptación y relevancia por su impacto bioético, como la necesidad de la responsabilidad en la ciencia y la innovación. La criatura se vuelve un ser vengativo y asesino porque no tiene quien cuide de él. Es una creación abandonada; generada y dejada sin supervisión. Este fue el gran error del doctor Frankenstein. Hoy en día, hay movimientos de pensamiento que defienden que si realmente queremos que los avances científicos sean aceptados dentro de la sociedad y puedan impactar positivamente en nuestro futuro, tenemos que hablar de innovación responsable y, por lo tanto, muchos científicos que estudian hacia dónde va la ciencia y qué impacto puede tener, intentar prever si, como Frankensteins modernos, podemos llegar a cambiar o, incluso, destruir el mundo en el que vivimos.

¿Podríamos nunca llegar a construir un ser humano a piezas? Hoy en día no hablaríamos de hacerlo exclusivamente a partir de tejidos y órganos de cadáveres

El libro y, sobre todo, las películas de cine que se han inspirado en él han hecho que el nombre Frankenstein pueda utilizarse para calificar cualquier objeto estrambótico u organismo modificado genéticamente con características que recuerdan a la criatura de la historia. Así, encontramos en lengua inglesa palabras tan curiosamente descriptivas (y al mismo tiempo con un deje bastante peyorativo) como el salmón Franken (Frankenfish), el salmón transgénico que al expresar continuamente hormona del crecimiento crece dos veces más rápido que el salmón normal; la célula Franken (Frankencell), la primera célula construida totalmente sintéticamente por el grupo del Dr. Venter; los zapatos Franken (Frankenshoes), estos zapatos que todas las chicas jóvenes llevan con una plataforma exagerada; o ya, pura curiosidad, el pene Franken (Frankenschlongs), un pene donde se ha injertado tejido eréctil (por curiosidad podéis encontrar estas y más palabras Franken en este enlace).

Sin embargo, volviendo a la ciencia, ¿podríamos nunca llegar a construir un ser humano a piezas? Hoy en día no hablaríamos de hacerlo exclusivamente a partir de tejidos y órganos de cadáveres, podemos pensar en trasplantes, en órganos mecánicos hechos por ingeniería y, además, la ciencia también nos permite generar organoides a partir de células madre pluripotentes inducidas (como ya expliqué en un artículo), revolucionando la medicina regenerativa. Se podrían ir juntando organoides hasta hacer un ser humano?... un hígado por aquí, un corazón por allí, un estómago, un esqueleto, un cerebro... Este era justamente el tema central de una de las charlas en el debate de divulgación científica que se hizo justo antes de Navidad en el CCCB para hablar y debatir en torno a las dos películas de Blade Runner, un tema que da mucho sí y del que hablaremos en otra ocasión.

Ya veis que hablar de una novela de ciencia-ficción, más filosófica que científica, puede ser tan inspirador para los científicos como la propia ciencia.