Los niños pequeños son muy curiosos, y cuanto más saben, más quieren saber. Sus mentes unen ideas y conceptos de forma sorprendente y nos hacen las preguntas más inesperadas, que, muchas veces, los adultos no sabemos responder. Cuando mi hijo era pequeño, como a muchos otros chiquillos, le fascinaban los dinosaurios. En casa mirábamos libros ilustrados, vídeos con recreaciones realistas y teníamos un montón de figuritas distintas de todas las especies de dinosaurios. Un día que estaba acatarrado y se había quedado en casa, con tos y mocos, me preguntó si los dinosaurios también se constipaban y tosían como él. ¿Os imagináis a un tiranosaurio sacando mocos por esas narices? ¿O cómo sería el estornudo o la tos de un diplodoco, con un cuello de más de 4 metros de largo? Os aseguro que me quedé con los ojos ―y la mente― en blanco. Le dije que lo buscaría, porque no lo sabía. Como bióloga, me puse a repasar lo que había estudiado, pero no supe encontrar la respuesta. Como científica, no me atreví a darle una respuesta no fundamentada, así que le tuve que responder que no lo sabíamos porque los dinosaurios se habían extinguido y no lo podíamos comprobar mirando los fósiles que quedaban. Pues bien, si ahora me hiciera la pregunta, ya tendría la respuesta. Sí, los dinosaurios tosían, moqueaban y tenían fiebre igual, igual, que nos pasa a nosotros. Y ahora, me podéis preguntar, ¿cómo lo sabemos?

La historia empieza en un museo de ciencias naturales de Montana, donde exponen magníficos esqueletos de dinosaurios, extractos de yacimientos de fósiles de la zona. Como nos pasa a muchos de nosotros, que ponemos nombre a los animales que nos importan, sus fósiles principales tienen nombres. Dolly es un fósil de la familia de los diplodocus, de la época jurásica (150 millones de años), descubierto hace 30 años. Pues bien, al analizar y estudiar los restos con atención, el director del museo observó unas excrecencias en forma de flor de brócoli en las vértebras dorsales, ¿pero qué eran? Hizo una foto muy detallada y preguntó a otros científicos por redes sociales qué es lo que creían que podía ser aquella anomalía. Enseguida recibió respuestas coincidentes de otros científicos que le indicaban que aquellas flores de brócoli eran muy similares a la aerosaculitis en los huesos neumáticos que presentan las aves con infecciones respiratorias por hongos. Ahora me permitiréis que os haga una breve explicación de por qué las aves pueden volar. Entre otras adaptaciones, los huesos de las aves son más ligeros (no son tan densos porque son neumáticos, son como un enrejado óseo con burbujas de aire), y tienen sacos de aire adjuntos al pulmón y pegados a las costillas, que, cuando están llenos de aire, hacen de globo y aligeran su volumen. Pues estos dinosaurios también tienen este tipo de respiración similar a las aves, en la cual los huesos de la garganta y la caja torácica están asociados al sistema de respiración. De hecho, como dinosaurios y aves comparten un origen filogenético común, tiene sentido que también compartan un sistema respiratorio similar, y también tiene sentido que puedan tener infecciones y alteraciones patológicas similares.

Los dinosaurios tosían, moqueaban y tenían fiebre igual, igual, que nos pasa a nosotros

Sin embargo, los científicos que han descrito esta alteración patológica van más allá y hacen un análisis exhaustivo de todas las posibles causas de esta malformación ósea, desde el cáncer a varios tipos de infecciones. Llegan a la conclusión de que lo más probable es que Dolly (el nombre de catálogo del fósil es MOR7029) estuviera infectada por Aspergillus, un hongo que se encuentra en los humedales y terrenos pantanosos donde vivía esta especie de dinosaurio, que genera infecciones respiratorias graves en aves y que causa exactamente este tipo de lesiones en los huesos neumáticos asociados a los sacos aéreos. La aspergilosis genera malestar general, fiebre, tos, estornudos y muchos mocos, y puede conducir a la pérdida de peso y a la muerte. Así que podríamos hipotetizar que muy probablemente Dolly fue víctima de esta infección y, quizás por eso, murió en medio de una zona pantanosa y se han conservado sus restos como fósil, y hoy en día los podemos estudiar. Os adjunto una imagen que los autores de este trabajo presentan, para que podáis comprender algo mejor la anatomía de los diplodocos. Y ahora, imaginaos el efecto látigo de un ataque de tos con este cuello, ¡pobre Dolly!

francisco bruñen alfaro

Imagen extraída de Woodruff, et al., 2022 (dibujo de Francisco Bruñén Alfaro), comparando el tamaño de un humano (los autores comentan que la forma humana es la del Dr. Anthony Fauci, de 1,70 m, epidemiólogo muy conocido a raíz de la pandemia de la covid-19) con el de Dolly (fósil MOR7029). Fijaos en el recorrido de los agentes infecciosos (como el Aspergillus), que llegan por el aire al pulmón (en azul oscuro, detrás de las costillas anteriores) y como de allí se reparte en los sacos de aire y a los divertículos neumáticos de las vértebras (en azul claro).

Pero todavía no he acabado con la comparativa entre los animales que fascinan a pequeños y mayores. En un artículo muy reciente, también se encuentran evidencias de que los pterosauros (los primeros vertebrados voladores y con alas) vomitaban. Evidentemente, no los hemos visto vomitar, pero se han encontrado unos restos fósiles del jurásico en China muy bien conservados, de un pterosauro adulto y uno joven. Al lado se distinguen emetolitos (fósiles de vómito). Los restos fósiles de lo que han comido los animales pueden ser coprolitos (fósiles de caca), y entonces han pasado por todo el tubo digestivo, o bien el animal expulsa lo que ha comido en forma de vómito o regurgitación. Sabemos que muchos vertebrados actuales pueden regurgitar los restos de animales que no son digeribles, como las egagrópilas (bolas de pelo y huesos de pequeños roedores, que expulsan algunas aves, como los búhos y las lechuzas). De hecho, es un fenómeno común y hay muchas aves que tienen un estómago con dos cámaras, una cámara que tiene movimientos antiperistálticos muy potentes y permite expulsar por la boca las bolas de restos no digeribles, y otra cámara digestiva, con movimientos peristálticos, los que impulsan el bolo alimenticio hacia el intestino. Los investigadores demuestran que estas bolas fosilizadas al lado del pico de los animales contienen escamas de pescado, por lo cual estos pterosauros eran piscívoros. Además, estudiando fósiles de peces del mismo yacimiento y fechados de una época similar, pueden inferir si las escamas (muy bien conservadas) son de la zona anterior o posterior del pez e, incluso, qué tamaño tenía el pez. No es de extrañar que el pterosauro adulto comiera un pez más voluminoso que el joven pterosauro. Curiosamente, los investigadores llegan a la conclusión de que los animales murieron poco después de vomitar/regurgitar estos restos. Me parece muy curioso que ambos animales tengan al lado emetolitos con escamas similares y los dos murieran poco después de vomitarlas. ¿Sería plausible pensar que el pez fuera venenoso o estuviera infectado y fuera tóxico? ¿Podríamos estar ante una intoxicación alimentaria? Quizás esta pregunta será abordada en un estudio posterior.

En todo caso, si vuestros niños, en casa o la escuela, os preguntan si los dinosaurios tosían o si los pterosauros vomitaban, ¡ahora ya tenéis la respuesta!