Que las encuestas no son una ciencia exacta lo sabemos. Que el voto cada vez es más volátil y se decide en el último momento es algo que sostienen los expertos desde hace tiempo. Y que esta campaña, pese a las constantes que se repiten en casi todos los sondeos, se presenta incierta lo afirman en los cuarteles generales de todos los partidos.

Con todo, hay algo que a estas alturas nadie duda, y es que el PSOE será con seguridad la primera fuerza en intención de voto. Otra cosa es con quién podrá sumar para formar gobierno o si tendrá margen para hacerlo y evitar un escenario de bloqueo como el que se produjo tras las elecciones de 2015.

Todo está abierto. Más que nunca, y pese a que el PSOE se distancie, según los datos del último CIS, en más de 10 puntos porcentuales de un PP que camina hacia el abismo pero mantendría en todo caso la segunda posición del tablero. Hoy una de cada cinco personas encuestadas declara espontáneamente que votará al PSOE, pero eso no es garantía para que Sánchez siga en La Moncloa, como tampoco que su partido vaya a doblar en escaños (123-138) al de Casado (66-76).

Aunque el PSOE vaya a ser la única formación con representación en prácticamente todo el territorio nacional y aunque la fórmula Tezanos se haya igualado a la del resto de sus colegas en el horizonte inmediato, de todas las encuestas publicadas no se vislumbran más que tres certezas. Una, que Sánchez tiene el viento a favor. Dos, que el descalabro de Casado será antológico. Y tres, que Vox irrumpe con fuerza en el tablero y que se desconoce cuál es su techo. Todo lo demás es incierto, incluso  que Ciudadanos “pinche” respecto a las expectativas de hace un año o que Podemos retroceda a la cuarta posición del tablero.

Si Casado se empeña en polarizar al máximo, el candidato del PSOE tendrá que salir de su guarida presidencial, batirse el cobre y exponerse en lugar de protegerse

El elevado número de indecisos (el 25,3 por ciento), la cifra más alta de los últimos tiempos, ha obligado a extremar la precaución en el cuartel general del PSOE y, sobre todo, a no vender la piel del oso antes de cazarlo, por más que el CIS augure que los socialistas pueden alcanzar una mayoría suficiente con Podemos, el PNV y Compromís sin los independentistas catalanes.

El comité electoral de Ferraz tiene muy presente que el voto se decide en la última semana de campaña y que hasta 24 horas antes de acudir a las urnas, el elector puede cambiar de partido. Lo llaman alta volatilidad. De hecho entre los que hoy dudan a qué partido votar, un 11,9% lo hace entre el PP y Ciudadanos; un 3,1% entre el PP y Vox; un 9,1% entre el PSOE y Unidas Podemos y un 8,9% entre el PSOE y Ciudadanos.

A Sánchez le va a hacer falta, por tanto, algo más que una campaña de perfil bajo, sin apenas presencia mediática y con un escaso entusiasmo por la celebración de debates electorales. Si Casado se empeña en polarizar al máximo, como ha sido hasta ahora su estrategia, el candidato del PSOE tendrá que salir de su guarida presidencial, batirse el cobre y exponerse en lugar de protegerse,  que es lo que ha hecho hasta el momento. Quien no arriesga, no gana. Y Sánchez debería a estas alturas saberlo.