No se quejarán de emociones. Esto es un espectáculo: un aspirante a presidente que negocia con la izquierda pero no para de tirarle los tejos a la derecha; un candidato que le ofrecen los votos para ser investido y los rechaza porque prefiere otras elecciones; un presidente del PP que ha crecido sólo por estar callado; un planeta llamado Ciudadanos en el que orbitan unos señores que siguen estupendos aunque un poco despistados con los tiempos porque se quedaron congelados en el discurso preelecciones; unos señores que quieren irse de España pero quieren prestar sus votos para hacer más país; un portavoz de ERC que acaba de un plumazo con el mantra histórico de “España nos roba” y un Rivera que ha creído que con añadir el sufijo “ismo” es sinónimo de todas las plagas del Apocalipsis…

No se pierdan la última incorporación al argumentario de los naranjas: la “banda de Sánchez”. Hay que tener mucho cuajo y muy poco respeto a la democracia de la que dicen ser su quinta esencia para referirse así a un presidente del Gobierno. Una banda, dice el diccionario, es un grupo de gente unida con fines ilícitos o criminales. Una cosa es que en el imaginario de Rivera, Sánchez siempre fuera un presidente ilegítimo por haber nacido de una moción de censura y otra es que le crea un malhechor.

Que luego no se sorprendan de la respuesta de una sociedad que se declara mayoritariamente al margen de lo que hagan, digan o propongan los políticos

A Rivera se le ha quedado corta la política del trazo grueso y las ocurrencias. Ahora se sube a la tribuna del Congreso y sostiene sin sonrojo que España tiene poco menos que a un delincuente como presidente en funciones. Por algo sus mentores se desenchufaron hace tiempo de su proyecto, si es que algún día acredita que lo tiene, más allá de la sucesión de insultos y llamadas al pánico con las que no debe identificarse ya ni su propio electorado. El bochorno empieza a ser general y las predicciones sobre su escaso futuro en la política, el comentario más extendido en los cenáculos madrileños. Hasta sus diputados confiesan perplejidad por su comportamiento. No digamos ya lo que sueltan por su boca los funcionarios del Congreso a quienes ha dado instrucciones de que tiren los tabiques en los despachos para que sus parlamentarios compartan espacios abiertos.

No se sorprendan. En la Carrera de San Jerónimo se han visto todo tipo de excentricidades en 40 años. La extravagancia ha llegado a un punto en que Sánchez, el candidato a la presidencia del Gobierno, prefiere unas nuevas elecciones generales a un gabinete compartido con Podemos. Lo cuentan, y sí seguirá vivo, y por mucho tiempo, lo de que Spain is diferent. Y tanto. Después del no, nunca y jamás a un gabinete compartido, vetar a Iglesias hasta rozar la humillación, sostener que el líder de los morados no defiende la democracia y romper una negociación en la que nunca creyeron, ahora va el PSOE y dice que sí, que le toca mover ficha porque nadie más interesado que Sánchez en que haya un Gobierno con los herederos del 15-M. Que siga el espectáculo… Eso sí, que luego no se sorprendan de la respuesta de una sociedad que se declara mayoritariamente al margen de lo que hagan, digan o propongan los políticos.