Aunque parezca lejano, hubo un tiempo en que la política era fácil de entender. Hoy no es tan sencillo. Llegaron otros líderes, cambiaron los códigos, desaparecieron los límites y la línea divisoria entre lo previsible y lo impensable se difuminó para dar paso a un nuevo mundo en el que cabe todo. En las estrategias, en las actitudes, en la confección de las listas electorales, en la narrativa…  Esto ahora va de ocurrencias. Del derecho de la mujer a cortarse el pelo y las uñas, pero no al aborto; de la nostalgia de los atascos; de alejar la la fiesta del Orgullo Gay de las familias, y de que las mujeres, en lugar de no temer por ser despedidas, trabajen al cuarto día del parto.

Y en esta falsa segunda vuelta electoral que unos aprovechan para rematar la jugada de abril y otros para preparar una posible remontada, de repente Pablo Casado sorprende con un ejercicio de travestismo, recupera al hasta ahora proscrito “marianismo” y esconde al “aznarismo”. Todo para rebajar el tono y suavizar la imagen de un PP mimetizado con Vox desde que tomó las riendas de la calle Génova. Han desaparecido así del foco Cayetana Álvarez de Toledo, Adolfo Suárez Illana y hasta Teodoro García Egea, el cuestionado secretario general. Y aprovechando la retirada, ha irrumpido en la escena la siempre bien situada Ana Pastor.

Todavía presidenta del Congreso y referencia nítida del “marianismo”, no hay quiniela en la que no aparezca. También en las que circulan para liderar el PP si el domingo 26 Casado anota en su haber una segunda debacle. De momento, en la dirección nacional se baraja su nombre como próxima portavoz parlamentaria. No se sabe si para tenerla ocupada y no se deje querer por si se precipita el relevo o por su acreditada solvencia.

El problema para el PP es que entre la hoja de servicios de algunos fichajes de Casado para las elecciones municipales y autonómicas y la de Ana Pastor hay una distancia kilométrica

Ella, en todo caso, encantada. Le gusta escuchar elogios de los adversarios como el que le regaló Pablo Iglesias no hace tanto: “Se echa de menos una derecha responsable, con altura de estado. Ojalá el PP sonara un poquito más a Ana Pastor y un poquito menos a José María Aznar”. Y agradece, con astucia, que se especule sobre sus posibles destinos. La retirada nunca fue una opción para quien ha sido ya tercera autoridad del Estado. Alguien que le ha escuchado estos días relatar cuáles debían ser las cualidades del próximo portavoz del PP en el Congreso contaba, con ironía, que le faltó añadir a la moderación, la buena prensa, la capacidad de diálogo y la fluidez en la relación con otros grupos, que hubiera nacido en Zamora y fuera diputada por Pontevedra.

El problema para el PP es que entre la hoja de servicios de algunos fichajes de Casado para las elecciones municipales y autonómicas y la de Ana Pastor hay una distancia kilométrica. La apuesta por la moderación llega un poco tarde y es, además, de alto riesgo. Representar en el Parlamento a un partido de cuadros noveles y sin experiencia, donde la ocurrencia, el último tuit y el titular fácil se han impuesto al sosiego y el análisis sería una dosis de recuerdo de los errores cometidos tras el último congreso de los populares y de que lo nuevo  no es siempre bueno ni mejor que lo anterior.

Ahora que la consigna es no dar miedo para no movilizar a la izquierda, que el 26-M Casado se juega la supervivencia, que se decide el liderazgo del centro derecha y que el futuro del presidente del PP depende en buena medida de si Isabel Díaz Ayuso es capaz de mantener el Gobierno de la Puerta del Sol, las comparaciones son inevitables. Entre la candidata a la Comunidad de Madrid y Pastor hay una distancia abismal. Será por aquello que decía Gramsci sobre el viejo mundo que muere, el nuevo que no acaba de llegar y ese claroscuro en el que siempre surgen algunos monstruos. Pues eso.