La evolución del discurso de la izquierda es algo evidente para todos nosotros. Hemos asistido al ascenso lento pero progresivo de los temas de ecología y medio ambiente, mientras los feminismos han estallado y entrado con fuerza. Ahora bien, con respecto a la parte económica y todo lo referente a la tecnología y los mercados, parecen en muchos casos todavía anclados en el pasado.

No es ningún secreto para nadie que, en términos económicos, el objetivo central de la izquierda ha sido, durante decenios, la redistribución, y que el tema tecnológico se ha visto con una mezcla de desconfianza e inquietud por lo que supone de pérdida de puestos de trabajo, de derechos, de privacidad y la amenaza de un control prácticamente total por parte del Estado y las empresas. El tercer elemento es el mercado, que tradicionalmente se ha visto como un elemento a controlar y donde se ha intentado defender los intereses de los más vulnerables, a menudo mediante la imposición de limitaciones como licencias o incluso limitación de precios.

Ya hace unos años, sin embargo, que está apareciendo por todo el mundo un nuevo pensamiento en la izquierda que rompe radicalmente con estos tres dogmas centrales.

Creación de riqueza versus redistribución

El concepto del estado emprendedor seguro que no os viene de nuevo. Ciertamente, el libro de Mariana Mazzucato, que ya tiene años (2011), ha hecho fortuna y ha tenido secuelas con The value of everything y Mission economy. Pero tampoco era nada totalmente nuevo, el 2009 Dan Senor y Saul Singer, en Startup nation, nos hablaban del milagro de Israel, construido en gran parte a partir de dinero público, invirtiendo en startups de alto potencial, a fondo perdido si se fracasa y con retorno de la inversión si se tiene éxito.

La participación del Estado como motor de la innovación no es efectivamente nada nuevo, lo hemos visto en los EE.UU., en Asia, en Europa, en todas partes. La encarnación más reciente es Francia; de la mano de François Hollande se creó La French Tech y ya llevan doce unicornios (empresas valoradas con más de $1B, por cierto, España tiene tres) y quieren llegar a los 25 en 2025.

Sin embargo, si ha pasado siempre, ¿qué hay de nuevo? ¿Qué hay de diferente? ¿Por qué eso es una parte fundamental del discurso de la nueva izquierda?

La crisis de Europa, la Covid-19 y el hecho de que, simplemente, no hay más presupuesto para redistribuir, han contribuido a poner la creación de riqueza como prioridad básica si se quiere conservar un estado del bienestar que en muchos casos ya no nos podemos pagar

En primer lugar, porque pocas veces se hacía desde la izquierda, pero más fundamentalmente por el propio discurso. Siempre hablaban de la intervención del Estado para suplir lo que llamábamos "fallos de mercado", allí donde el mercado no llega. Bueno, hace tiempo que no, o no sólo eso.

En el caso francés, y en muchos otros, se busca diseñar y orientar los mercados hacia finalidades sociales, que si no, no se cubrirían. No sólo por la posible falta de incentivos, sino muy fundamentalmente porque no están en el mapa mental de los inversores y de los emprendedores. Hablamos de empresas non-profit, orientadas al medio ambiente, dirigidas por mujeres o minorías, pero también empresas de alta tecnología donde el riesgo es alto y es necesaria una mirada larga (esta parte, en Asia, Israel y en los EE.UU., entre otros, siempre se ha hecho, a menudo con dinero público).

Esta insistencia en el estado como diseñador de mercados alineando los incentivos de los mercados con los sociales no es nueva. De hecho, Eric Raymond, en The cathedral and the bazaar, fue de los primeros en formularla, pero su implantación en el diseño de políticas de innovación está apareciendo estos años. A veces de manera indirecta, por ejemplo, los sucesivos estímulos de Biden han provocado un frenesí de creación de startups y pequeños negocios en las comunidades de americanos de color e hispanos.

Sin duda, la crisis de Europa, la Covid-19, la constatación de la gran fragilidad de las potencias europeas amenazadas por los gigantes asiáticos y las grandes empresas tecnológicas, y el hecho de que, simplemente, no hay más presupuesto para redistribuir, han contribuido a poner la creación de riqueza como prioridad básica si se quiere conservar un estado del bienestar que en muchos casos ya no nos podemos pagar.

Diseñar mercados y un sector público moderno y eficiente

También estos años hemos visto los límites de los instrumentos normativos en el diseño de mercados y han aparecido nuevas formas de intervención. Tradicionalmente, la actuación se hacía en base a la concesión de licencias y, en el extremo, con la limitación de precios. Ambas normalmente crean muchos más problemas que los que solucionan. Las licencias porque crean un monopolio o una clase, según se trate de organizaciones o profesionales, limitando radicalmente la competencia y, por lo tanto, encareciendo precios y degradando la calidad de servicio y la innovación. Las limitaciones en los precios porque frenan la entrada de nuevos participantes y provocan una estampida de los existentes a sectores próximos no regulados. Son, pues, malas soluciones que sólo tiene sentido aplicar en el caso de garantizar un bien superior y que no haya ningún otro modo posible.

Hay, sin embargo, problemas bastante comunes como sectores hiperlocales que no se resuelven bien en base a estas políticas. Por ejemplo, hospitales, escuelas y compañías telefónicas en ciudades o pueblos pequeños son monopolios naturales. No hay incentivos ni espacio para otros y, en todo caso, el número será siempre muy reducido. Eso lleva a casos a menudo cómicos. Por ejemplo, en los EE.UU., hay muchas zonas con sólo un operador y los lobbies han conseguido que la banda ancha sea definida por la FCC (la comisión americana del mercado de las telecomunicaciones) en el 2015 con una velocidad de sólo 25Mb de bajada y 3Mb de subida y, por lo tanto, se pueda adherir a las subvenciones. ¿Cómo conseguir que todos los EE.UU. tengan velocidades de internet decentes?

La administración Biden está recurriendo a soluciones innovadoras. En vez de regular otra vez la velocidad, cosa que sería no sólo una batalla legal, sino probablemente un fracaso a medio o largo plazo, están dando entrada a nuevos participantes en el mercado como son non-profits, muni-wifi (wifi de los municipios), etc., con posibilidades como la transmisión aérea o cableado aéreo (mucho más barato que soterrado, especialmente si se utilizan las infraestructuras eléctricas).

Hay un cambio de visión sobre el papel del sector público: de proveedor de servicios a palanca de innovación y creador de crecimiento y prosperidad

Pensemos en que a veces pequeños cambios en las políticas tienen un gran impacto. Por ejemplo, si se permitiera a los operadores ofrecer conexiones a internet en la entrada de la casa sin necesidad de llegar a la instalación interior, como se hace ahora; es decir, lo mismo que se hace con la luz, el agua o el gas, no sólo bajaría el precio, facilitaría instalaciones plurifamiliares y mejoraría la conectividad efectiva de nuestros hogares, sino que crearía muchas pequeñas empresas de instalación locales. Este es un ejemplo de normativa anclada en las prácticas de telefonía que no tiene ningún sentido ahora y hace un mercado más ineficaz, pero beneficia los operadores, es decir, tienen pocos incentivos para instar el cambio.

Más allá de abrir mercados a formas alternativas de empresas, obviamente con las restricciones necesarias, la participación y el partenariado público-privado se han abierto camino. El mercado de la vivienda es un mercado típico en el que fijar un precio funciona muy mal, entre otras cosas, porque los precios no son bienes homogéneos (como en el caso de una acción de Amazon, donde todas son iguales) y, por lo tanto, no hay un precio de equilibrio, hay muchos. La participación en el mercado con un market share pequeño pero suficiente para influir y marcar precios, un 10% por ejemplo, parece un instrumento mucho más adecuado, que, además, incrementa la calidad de todo el parque y puede fomentar a la innovación. El caso más ejemplar es el de Viena en vivienda, pero la vindicación de la empresa pública ―cuando compete― la tenemos en ejemplos como el extraordinario éxito de Airbus.

Un elemento básico es la banca pública. Otra vez el ejemplo de BPI en Francia es una referencia y tiene gran parte de la culpa del éxito de las startups francesas. En este aspecto, hay un cambio de visión sobre el papel del sector público: de proveedor de servicios a palanca de innovación y creador de crecimiento y prosperidad. La pregunta ya no es cuántos puestos de trabajo se han creado en el sector público, sino cuántos puestos de trabajo ha creado el sector público en la sociedad. Un enfoque radicalmente diferente que nos habla de un sector público más eficiente, que se convierte en palanca de cambio, de un sector público necesariamente tecnológico y digital.

La tecnología, IA y lo digital

La tecnología y la izquierda a menudo se han mirado con recelo. Si preguntamos por ahí, mucha gente estará de acuerdo con esta frase, pero no siempre y no en todas partes ha sido así. No ha sido el caso de la administración Obama y Biden, no lo ha sido tampoco en Israel, Taiwán, China y Asia en general.

De hecho, las administraciones demócratas americanas y las británicas han creado agencias de transformación digital de la administración, como el Digital Service o el 18F americanos o el GDS británico. La relación con la tecnología es todavía más patente en ciudades como Tel-Aviv, con Hila Oren, o Songdo en Corea o Taipéi. El propio ejército americano ha sido, como el de Israel, uno de los grandes impulsores de la innovación o la tecnología en los EE.UU., cosas como el coche autoconducido han sido el fruto de la DARPA, la parte civil del departamento de proyectos avanzados del ejército.

La tecnología como herramienta de transformación para construir una sociedad más próspera, socialmente más justa, más igualitaria y más libre es el tercer elemento que define este cambio de discurso de la izquierda

Pero no ha sido sólo desde la administración, tenemos toda una serie de iniciativas privadas, organizaciones non-profit, como Code for America en los EE.UU., que cooperan con la administración y esta les da espacio y les abre la puerta funcionando como plataforma sin intentar capturar y monopolizar la totalidad de la prestación de servicios y, por lo tanto, asegurando innovación y diferentes puntos de vista.

La integración de la tecnología como elemento transformador de la sociedad desde el ámbito público es algo imprescindible, que requiere tener tecnólogos que sean servidores públicos, una participación activa en las plataformas de open source, al mismo tiempo que se acepta e integra la realidad de las plataformas comerciales, como se está haciendo en los EE.UU., en Francia, en el Reino Unido y en tantos otros lugares. Una administración competitiva en el terreno digital, en cloud, hoy sólo pasa por la integración de las plataformas privadas, hoy por hoy no hay alternativa. Necesitamos, pues, políticas que con un pragmatismo inteligente se dirijan hacia una mayor soberanía y capacidad tecnológica sin perder de vista la realidad de un mundo que ya para siempre será interconectado e interdependiente.

La tecnología como herramienta de transformación para construir una sociedad más próspera, socialmente más justa, más igualitaria y más libre es, pues, el tercer elemento que define este cambio de discurso de la izquierda. Una izquierda que parece apuntar a una sociedad más diversa, más plural y más libre, como decía Eric Raymond, más parecida a un bazar que en una catedral.