En el segundo referéndum escocés la mayoría de catalanes inteligentes irán a favor de Inglaterra. En Catalunya, no es fácil encontrar bárbaros que se opongan a la autodeterminación de Escocia. Sencillamente, los últimos años han puesto en evidencia que Londres defiende una idea del mundo y de la democracia más fructífera que Edimburgo y Barcelona.

El Brexit ha tocado fibras más profundas que la causa de Catalunya y de Escocia. Los impulsores del Brexit leyeron mejor la situación internacional, defendieron mejor sus ideas y resistieron mejor las amenazas y las bofetadas. Para empezar, no intentaron disimular el miedo que dan las presiones personales o económicas disfrazándose de hombres buenos o poniendo a los niños y las mujeres en primera fila. 

Si un loco hubiera asesinado a una política catalana en plena campaña refrendaria, como pasó durante el Brexit, habríamos visto pornografía de la buena, en la televisión de Vicent Sanchis. Esta semana, The Atlantic lleva un reportaje que cuenta el papel del feminismo que ha crecido en la sombra del conflicto entre Londres y Edimburgo. Me parece que las catalanitas que han aprovechado la situación para vender sus traumas cada vez servirán menos a los políticos ambiciosos.

En Catalunya, el segundo referéndum escocés servirá para hurgar en las heridas abiertas y para hacer resonar las rendiciones incondicionales que dominan la vida del país

Contra las predicciones de los analistas, el Brexit ha servido para empezar a renovar los vínculos entre el pueblo inglés y su clase dirigente. A diferencia de las élites catalanas y escocesas, los ingleses de la City han entendido que las unidades políticas y demográficas han cambiado, y que los estados nación europeos ya no son la medida de todas las cosas —si es que en algún momento lo habían sido—. El bichillo amarillo de Wuhan es una expresión de las contradicciones que la fuerza de China ha sembrado en Europa.

Las élites de Londres han aceptado el veredicto de las urnas y en lugar de volverse contra su pueblo han empezado a refinar los sistemas para hacerlo trabajar a favor de sus intereses. A medida que Escocia se ha dejado llevar por las hipocresías europeas, ha ido quedando reducida a la figura de Nicola Sturgeon, que no pasa de ser un Artur Mas con traje de chaqueta o una pequeña Merkel, en el mejor de los casos. Incluso si consiguiera la independencia, no mejoraría nada en el mundo, y todavía menos en Europa.

En Catalunya, el segundo referéndum escocés servirá para hurgar en las heridas abiertas y para hacer resonar las rendiciones incondicionales que dominan la vida del país. A través de Escocia veremos hasta qué punto los impulsores del procesismo se han aliado con los impulsores de Sociedad Civil Catalana. Si Catalunya se somete a sus instituciones, acabará atrapada dentro de un tipo de gran Universidad de Cervera, pasada por 1984. 

El segundo referéndum escocés, pues, pondrá en evidencia la docilidad de los catalanes en un mundo cada vez menos generoso con los pelotas. El conflicto entre Londres y Edimburgo nos recordará que el futuro de Europa pasa por la fuerza rompedora que la naturaleza indómita del hombre da al individualismo. Hablamos mucho de los diarios subvencionados, pero pronto nos tendremos que fijar en la política que los españoles hacen en los despachos de algunos centros académicos.

El Brexit es una puñalada en el hígado de la vieja Europa. Los estados del continente cada vez tendrán menos recursos para premiar la pereza y la capacidad de hacer la pelota a superiores descafeinados, que tienen el alma y el cerebro en una silla de ruedas. A las democracias, cada vez les van salir más caros los blandengues y los pelotas. Escocia se ha refugiado en la superioridad moral y es posible que esto le cueste, igual que a Catalunya, la independencia política y económica.