La historia medieval dibujó un mapa peninsular que no era fruto de la casualidad. Las pequeñas unidades políticas surgidas en el norte peninsular como respuesta reactiva a la invasión árabe –el choque de civilizaciones– se proyectaron territorialmente hacia el sur buscando unos límites históricos que tenían un sentido y una significación. Rebrotaba el sustrato indígena ancestral que había estado oculto durante la romanización. De esta forma, los condados catalanes y el reino de Aragón –más adelante, Corona Catalanoaragonesa– en su proceso expansivo buscaron los límites de la antigua Tarraconense romana de raíz cultural limpiamente –y diferenciadamente– norteibérica. La incorporación del País Valencià lo cuenta. Pero las élites medievales catalanas nunca perdieron la perspectiva de un proyecto más ambicioso. Alcanzar los límites geográficos de la Hispania romana, el conjunto físico de naciones y culturas indígenas peninsulares. El sueño español de la Catalunya medieval.

¿Qué significaba Hispania en el año 1000?

Las fuentes documentales de la época nos aportan un curioso concepto de lo que significaba Hispania –se la cita como Spania– para el común de los mortales que integraban los condados catalanes. Y los aragoneses (entonces todavía condados). Spania era la tierra ocupada por los árabes. Era el mundo sometido al imperio de la media luna, entonces en proceso de desintegración política. Las fuentes no se refieren nunca a Al-Andalus. Ni cuando era una unidad política –el califato de Córdoba–, ni posteriormente, cuando surgieron las taifas independizadas. En aquel contexto histórico y cultural, el concepto Spania tenía un valor y un significado abstractos que comprendía tanto la tierra de frontera –entonces las fronteras podían tener quilómetros de amplitud– como los dominios plenamente islámicos. Sin unos límites claros. Era un concepto geográfico y generalista que no obeia a ninguna realidad tribal o nacional, como el que contemporaneamente tenemos cuando nos referimos a un continente: África, América u Oceanía; para citar algunos ejemplos.

Barcelona en 1535.

¿Qué significaba Hispania para Jaime I?

A principios de la centuria de 1200 las cosas habían cambiado sustancialmente. Barcelona había unificado los condados catalanes y Catalunya ya era una realidad nacional; el Principat. Los catalanes ya se hacían llamar así. Y la lengua catalana ya estaba plenamente formada. Era el vehículo de expresión habitual en todos los estamentos de la sociedad; desde la corte real hasta los condenados a galeras. En aquel contexto surgió la figura de Jaime I, que tuvo que gestionar la decepción de Muret. La derrota de las políticas expansivas catalanas hacia Occitania. El tapón francés abrió el camino hacia el sur. Y hacia el mar. Con la conquista del País Valencià y las Islas, el reino catalanoaragonés se convirtió en un gigante peninsular. Sólo Castilla le disputaba la supremacía. I Jaime I, en una subida de testosterona se hizo dar el título –más protocolariamente que efectivamente– de rey de las Españas –en plural–. Un detalle –la pluralización– que conviene no olvidar.

¿Qué significaba Hispania para Pedro III, el rey de la plenitud catalanoaragonesa?

A principios de la centuria de 1300 el reino catalanoaragonés ya era la primera potencia del Mediterráneo. A los territorios peninsulares se añadían las Baleares, Cerdeña, Sicilia y Atenas. Pedro III también se hizo dar el título –protocolariamente– de rey de las Españas. Los efectos nocivos de mezclar testosterona y política. En aquel ambiente de euforia, las poderosas clases mercantiles de Barcelona y de Valencia –esclavas de la bolsa y no de la de testosterona– habían echado el ojo a la rica Andalucía incorporada a la corona castellana. Los intereses económicos –la madre de todos los conflictos– percudieron en la guerra de los dos Pedros, que, contra lo que apunta el nombre, no era un conflicto infantil de entrañable parvulario, sino la disputa por la supremacía hispánica. Por el control económico del rico valle del Guadalquivir. Una guerra que acabó en tablas, aplazada para una mejor ocasión.

El funeral de Carlos I, con los estandartes de los reinos de la monarquía hispánica.

¿Qué significaba Hispania para Fernando el Católico?

"Ande o no ande, burro grande". Esta cita castellana explicaría de una manera sencilla el proyecto hispánico de Fernando el Católico. A principios de la centuria de 1500 la Edad Media había llegado a su fin. Sus coetáneos no lo sabían, pero las grandes epidemias, las crisis urbanas y las revoluciones agrarias anunciaban el fin del estado feudal. Fernando, pionero de la razón de estado –que quiere decir el estado moderno–, estaba convencido de que la forma de salir del pozo pasaba por concentrar varios dominios en una gran unidad política. Su proyecto inicial era Hispania, que tenía que ser el percutor de la unificación europea. Pero Fernando, que –como catalán– tenía muy interiorizada la cultura de pacto, imaginó una España que era una reunión de estados semiindependientes coordinados por la figura de un monarca poderoso. El sueño de Maquiavelo. Y la traslación del modelo confederal catalanoaragonés al conjunto de las Españas. Valencia, capital de las Españas. Este proyecto –a Castilla– no entusiasmó. No era de fábrica própia.

¿Qué hizo con el sueño catalán Carlos I?

El nieto de Fernando el Católico –heredero de sus dominios– había nacido y se había criado en Bruselas, en medio de un paisaje social, político y económico que sugería la Barcelona de la plenitud medieval. Sea por eso, o por la influencia de Fernando, Carlos I tuvo la ocurrencia de convertir Barcelona en la capital de su imperio y Catalunya en la matriz de sus dominios. Pero Carlos ya había leído Maquiavelo. Y lo había convertido en su libro de cabecera. En Barcelona chocó de inmediato con la transversalidad catalana, el equilibrio de poderes que obstruia el camino hacia la monarquía absolutista. Carlos, contrariado, plantó a los catalanes y se fue a Castilla, donde encontró una clase aristocrática –con una acusada cultura de caudillismo– dispuesta a reventar toda oposición a la figura triunfante del futuro emperador. La guerra y derrota de los Comuneros –una auténtica revolución– es el testigo más ilustrativo del final de Castilla como nación social.

Del sueño español al sueño de la independencia

Carlos significó, también, el fin del sueño español de Catalunya. El fracaso del proyecto catalán de España y el desequilibrio de fuerzas entre las coronas castellanoleonesa y catalanoaragonesa reorientó –como había pasado en tiempo de Jaime I– la perspectiva de las élites nacionales catalanas. Por primera vez se plantea seriamente el proyecto independentista. Las clases mercantiles barcelonesas, que lideran políticamente el país, se desentienden del proyecto hispánico. El de fábrica castellana, radicalmente opuesto al proyecto confederal catalán. Y el conflicto se escenifica cuándo los gobiernos españoles entran en guerra con los mercados tradicionales de los catalanes. Pau Claris, en febrero de 1641, proclamó la Primera República catalana –la de los cuarenta días– que marca el hito inicial del desencuentro histórico entre Catalunya y España. El fracaso definitivo del sueño español de la Catalunya medieval.