El único factor interesante del reciente congreso del PP en Madrit ha sido una piedra-en-el-zapato llamada Alejandro Fernández. El esforzado y tenaz líder de los populares catalanes pretendía que Alberto Núñez Feijóo declarara de forma solemne que el PP nunca volvería a pactar con Junts, al que Fernández se esforzaba por equiparar a los filoetarras, Nosferatu y Satanás, todo a la vez. Fernández pensará que lo ha logrado a medias (Feijóo se ha limitado a prometer que no viajará a Waterloo ni a Suiza para negociar nada que no esté dentro de la Constitución), pero los lugartenientes catalanes del gallego —Xavier García Albiol y Dani Sirera, presidente y ponente del congreso, respectivamente— se han apresurado a poner agua en el jugo de la bilis, afirmando que con Junts podría acordarse una moción de censura contra Sánchez. Volveríamos a estar, en definitiva, en la moral de la famosa canción: “Pujol, guaperas, habla lo que quieras”.

El clima de acercamiento a la catalanidad ya había asomado la nariz horas antes en el mismo congreso, cuando uno de esos invitados al que haces hablar como un loro solo para que te dé la razón en todo (el entrenador de tenistas de élite Toni Nadal) había sostenido la unidad de la lengua catalana, recordando que "en Mallorca hablamos catalán, no mallorquín; donde hay filólogo, el político no tiene que intervenir". Días antes del congreso, Núñez Feijóo también había anticipado de qué iría la cosa; hablando de Puigdemont, el líder del PP charlaba de "poner el contador a cero" y recordaba al 130 que Sánchez le había prometido una amnistía total con respecto a sus delitos y que, de momento, la operación no le había salido del todo bien. Si el PP sigue necesitando los votos convergentes, en definitiva, puede que pasemos muy pronto de mandar a Puigdemont al calabozo a llamar a La Caixa para que le regale un chiringuito en Girona.

Eso de fijarse en los nombres de un congreso, ya lo sé, da una pereza olímpica. Pero si algo nos ha permitido el cónclave popular es ver cómo Feijóo ha creado una ejecutiva que mezcla muy hábilmente a sus escuderos gallegos y un poco de testosterona cayetana-madrileña. Eso tiene una explicación que va más allá del rescoldo nacional; si viajamos a febrero de 2024, el líder gallego ya había contemplado un "indulto condicionado" al president de la Generalitat, una medida de pax autonómica que un político regionalista como él podía permitirse perfectamente (y que deben de asumir alegremente sus semejantes). Porque del mismo modo que Rajoy urdió el trabajo sucio a Sánchez con los porrazos del 1-O y el 155, Feijóo sabe muy bien que podría tragarse la amnistía gracias a Sánchez, si eso permitiera el retorno del president a una Catalunya aparentemente pacificada y su entrada en la Moncloa.

Cuando España tiene riesgo de descomponerse, Madrid tiene la tentación de llamar a la tía catalana para que le arregle el cuarto de los trastos

En el fondo, el ideal de las élites madrileñas (y sus putitas catalanas, defensoras a su pesar del régimen del setenta y ocho) es un retorno sin fisuras del bipartidismo, moderado por lo que antes se conocía como nacionalistas periféricos. Esto podría interesar tanto a Sánchez como al líder de los populares. Lo certifica el hecho de que el caso Cerdán haya engrosado mucho más las intenciones de voto hacia Vox que las del PP: a su vez, Sánchez se sentiría mucho más cómodo con un nacionalismo dócil de amarrar (como el de sus socios actuales de gobierno, vaya) que con los plomos integrales de Sumar y Podemos, una gente extraña que enarbola banderas palestinas y dice que es contraria a la OTAN. Al límite, estamos donde hemos estado siempre; cuando España tiene riesgo de descomponerse, Madrid tiene la tentación de llamar a la tía catalana para que le arregle el cuarto de los trastos. Mucho ruido de sables, pero todo permanece igual.

El lector puede pensar que la visión de un PP casi puigdemontista pertenece al ámbito del espacio sideral. Pero la política cambia de tonalidad a cada compás; quien le habría dicho al propio Feijóo, por ejemplo, que en el congreso del PP de Madrid ni se oiría a hablar de un tal Carlos Mazón. Quién le habría dicho también a Carles Puigdemont que acabaría tomando café con José Luis Rodríguez Zapatero, antiguo valedor de Susana Díaz contra aquel Pedro Sánchez del "no es no". Aquí la trama del vodevil cambia a cada segundo, y eso también lo sabe nuestro president en el exilio, quien juró que no investiría nunca a Pedro Sánchez y ahora se agarra a él como la tabla de salvación de la España plurinacional y la garantía de una política sin señoros que paguen servicios a rameras. Todo esto es algo maravilloso; por eso hay que dejar que Feijóo se acerque a Junts, ya que así se verá como —después del 1-O— el mundo de CiU no podrá volver sin morir en el intento.

Pero eso ya se verá, que hay que tener mucha paciencia. De momento, fijémonos en cómo caen las caretas y, cuando todo sea pantanoso, empezaremos a pensar qué rosas podemos hacer emerger del barro.