Tras su reciente participación en partidos casi intrascendentes de la selección española, el jugador Lamine Yamal está lesionado y no ha podido jugar ni el último partido de liga (contra el València) ni el primer partido de Champions (contra el Newcastle) y parece que, en pleno proceso de recuperación, no jugará los próximos partidos. Tal y como denunció el entrenador del Barça, la gestión del jugador por parte de la selección española no fue la adecuada: "Se fue con dolor y no entrenó. Le dieron analgésicos para jugar". Se ve que el crac blaugrana ya llevaba días acarreando molestias, y a pesar de todo se le hizo jugar.
Este es uno de los episodios habituales que se producen en el mundo del deporte cuando los intereses de club chocan con intereses nacionales. Vamos a discernir brevemente el problema que hay planteado. Lo primero que hay que tener en cuenta en este debate es, ¿quién es el propietario del jugador? Para ser más precisos, ¿quién le ha comprado los derechos del juego que es capaz de desarrollar? En este caso, la propiedad de los derechos de Lamine Yamal es del FC Barcelona, el club que nutre a buena parte de los jugadores de la selección española, a diferencia del Real Madrid, donde la mayor parte de los jugadores son de otras nacionalidades.
Con los contratos profesionales en los que se ampara la relación entre club y jugador, el Barça tiene los derechos de uso y de propiedad del jugador durante el periodo que se haya pactado. De uso, significa que el jugador hace lo que le dice el club en materia de preparación física, alimentación, horarios, entrenamientos, régimen disciplinario… lo que se traduce, al final de todo, en jugar partidos de competición, que es donde se muestra su rendimiento.
Tener a un jugador valioso requiere, en primer lugar, inversión por parte del club, ya sea en la contratación inicial, ya sea a través de la búsqueda de talento entre miles de candidatos, ya sea en formación como jugador desde niño, ya sea en el cuidado de su musculatura, etc. Una vez que el jugador juega, es decir, que es productivo futbolísticamente, el club le paga el sueldo y las primas que se hayan pactado. No es el único coste, porque también le cuesta la parte alícuota de, por ejemplo, la amortización de instalaciones, los seguros médicos, el coste del entrenador y su equipo técnico, como también de pequeñeces como una parte del consumo de agua y electricidad cuando se juega un partido. En caso de que el jugador quisiera fichar por otro equipo mientras está vigente el contrato con su club, habría que rescindir este contrato con las cifras que se hubieran estipulado. Basta con recordar el ingreso multimillonario de la venta de los derechos sobre Neymar cuando se fue a jugar al París Saint-Germain.
Como activo que es del Barça, si Lamine Yamal (o cualquier otro jugador) se lesiona jugando con su equipo, quien asume el coste de la baja es el propietario, del mismo modo que si a una empresa se le estropea una máquina de alto rendimiento, la perjudicada es la empresa. El cuidado y la recuperación del jugador tiene el coste económico, pero sobre todo tiene el coste deportivo que supone no disponer en el terreno de juego de un jugador que marca diferencias con respecto al resto. Cuando Lamine Yamal o Pedri juegan con la selección se desgastan físicamente y sobrecargan su físico porque juegan más tiempo del que jugarían con su equipo y eso puede hacer que disminuya su rendimiento. Pero lo más grave es que se lesionen, porque entonces el club propietario del jugador es quien asume el coste que representa que no puedan jugar. El coste más importante no es tener que pagarle el sueldo, sino no poder disponer de un jugador importante para competir (en la Liga o en la Champions), con eventuales eliminaciones y las correspondientes pérdidas que ello genera. ¿Y cuál es el coste que asume la selección haciendo jugar a Lamine Yamal aunque esté medio lesionado y acabe lesionado del todo? Pues una miseria. El jugador ya le viene formado, paga gastos y primas por los partidos que juega, y si se lesiona lo manda para casa. Mientras tanto, en el terreno de los beneficios, la selección gana opciones de títulos, prestigio, más ingresos en los medios de comunicación y, eventualmente, títulos, clasificaciones…
Por lo tanto, estamos ante una gestión desigual del riesgo de un activo, en función de si eres propietario (Barça) o si solo eres usuario sin ser propietario (selección). El propietario cuida de su activo para asegurar su rendimiento a lo largo de la temporada y del tiempo en el que tiene contratado al jugador; el usuario piensa en el rendimiento que puede sacar del jugador en los partidos que tiene programados a corto plazo.
Con todo, hay una parte de la ecuación que no hemos considerado, que es la decisión del propio jugador. Él es quien mejor conoce si está o no en plenas condiciones para jugar un partido, de forma que su opinión al respecto también cuenta ante el seleccionador. Y en este punto ya entra en juego la voluntad del jugador, y aquí ya nos situaríamos en el terreno personal. Puede prevalecer el deseo de proyectarse, de tener éxito, de hacer más méritos para ganar un Balón de Oro, para ganar títulos de selección, para aumentar su cotización en el mercado, etcétera.
En resumen, un difícil equilibrio de intereses personales y de intereses de alguien que utiliza un activo de otro sin asumir el riesgo. Y un perdedor claro: el club propietario, que asume la mayor parte del coste de no hacer un uso adecuado de un activo que, en teoría, le pertenece.