Reunidas las Cortes del Reino en esta ciudad de Barcelona, he tenido a bien, en ejercicio de mi divina gracia, conceder el indulto del tiempo que les reste de justa prisión a los nueve sediciosos separatistas que, en mala hora, se alzaron contra mi, con la vana pretensión de erigir su pretendida república y llevar a la ruina y la perdición a este Principado de Catalunya, Dios no quiera que algún día consigan su funesto propósito.

Así lo dispongo, oídos los razonamientos de estos brazos nobiliario, militar y eclesiástico, en favor de la concordia y la convivencia entre estos súbditos catalanes que aquellos en mala hora truncaron con su desafío a la autoridad y las leyes fundamentales de esta Universal Monarquía. Asimismo he dado órdenes para que cualquier atisbo de vuelta a las andadas suponga la suspensión de la merced otorgada y el retorno a la justa prisión dictada por los tribunales del Reino.

Yo, el Rey 

No estamos en el siglo XVII y aquella Monarquía Hispánica en cuyos dominios no se ponía el sol hace tiempo que fue expulsada de media Europa y después de medio mundo. Pero la ceremonia de los indultos a los 9 presos políticos catalanes que, a menos que haya contraorden, aprobará este martes el Consejo de Ministros bajo la presidencia de Pedro Sánchez y previo anuncio hoy con un acto ad hoc en el Gran Teatre del Liceu ante 300 miembros del stablishment local y los partidos del Gobierno, que no del Govern, recuerda más a los usos y costumbres de la sociedad del Antiguo Régimen que a una democracia del siglo XXI.

La ceremonia de los indultos a los 9 presos políticos catalanes recuerda más a los usos y costumbres de la sociedad del Antiguo Régimen que a una democracia del siglo XXI

Son indultos de Antiguo Régimen promovidos por una autoridad democrática pero con sanción real, no solo preceptiva -como señaló por pasiva Isabel Díaz Ayuso- sino decididamente política, tan política como el discurso de Felipe VI del 3 de octubre del 2017. Los indultos son el precipitado de una falsa magnanimidad forzada por la presión exterior, como pondrá de manifiesto hoy mismo el Consejo de Europa, que votará el informe donde se pide la libertad de los presos políticos y exiliados catalanes. Sánchez, pese al intento de explotar una imagen de estadista, patriota y mártir que le puede costar la presidencia a manos de los de la plaza Colón, se muestra incapaz de buscar el reencuentro con Catalunya más allá de los 300 de siempre.

Los indultos son tan estamentales, tan de monarquía de Antiguo Régimen, que incluso han requerido el acuerdo formal de los empresarios -el Cercle de Economia y el Foment del Treball, así como, con dudas, del máximo responsable de la CEOE- amén de los obispos y los periódicos y alguna televisión de orden. En la prensa, unos abrieron el baile con una carta de Oriol Junqueras pactada con la Moncloa que ha sido interpretada como un claro propósito de enmienda de la unilateralidad; y los otros titularon a cinco columnas en portada que la movilización (!) por los indultos ganaba fuerza con el apoyo de las empresas.

Pero, entonces, ¿qué más quieren estos catalanes? Es obvio que ninguno de los indultados se va a quedar ni un minuto más en la cárcel así que la autoridad judicial -el Tribunal Supremo- autorice su salida. Pero también lo es que plantear la libertad de los presos políticos como un lo tomas o lo dejas es demasiado zafio como para pretender taparle la boca a la mitad de los catalanes. Por eso mismo muchos ven en la batalla legal de Carles Puigdemont y los exiliados la única posibilidad de parar los pies al trato autoritario que España ha dado al independentismo catalán. De hecho, esta reacción tiene precedentes que muchos silencian. La concesión forzosa de los indultos como respuesta ante la presión europea refuerza una convicción que hunde sus raíces en las condenas de la Europa democrática al régimen de Franco en los años sesenta y setenta del siglo pasado. 

Plantear la libertad de los presos políticos como un lo tomas o lo dejas es demasiado zafio como para pretender taparle la boca a la mitad de los catalanes

Habrá quien, de buena fe, argumente que toda esa escenificación con la participación del Monarca, el presidente y las fuerzas vivas locales, es la única manera posible que los poderes españoles acepten sacar de la cárcel después de tres años y medio, a esos representantes públicos catalanes, los líderes del 1-O, injusta y desproporcionadamente condenados a 100 años de prisión. Veremos, en todo caso, como reaccionan los togados del Supremo. En Madrid, las protestas de una parte del independentismo civil contra Sánchez, como las convocadas hoy en la Rambla, servirán de munición para los que, en el mercadeo político de los indultos, no tardaran ni un minuto en llamar desagradecidos a los catalanes, no solo a los indultados. 

Tras la operación reencuentro de Sánchez, palpita esa España de Antiguo Régimen, herida por la historia, que nunca perdona nada y, menos aún, cuando, en realidad, no hay nada que perdonar. Es esa España que perdió un imperio y no supo o no quiso construir una nación. España es un extraño país que, a lo sumo, solo entiende la libertad como trágala.