El dilema: ¿tiene que salir Junts del Govern, aunque dirige el 50% de las conselleries y maneja el 60% del presupuesto porque, después de haber participado de mala gana en el entierro del procés, ahora debe bendecir también el aplazamiento sine die de la independencia de acuerdo con el ritmo que marca ERC, el socio mayor del Ejecutivo de la Generalitat? ¿O bien Junts se tiene que quedar, en el Govern, a la espera de que el tiempo, —o sea, las urnas, el año que viene en las elecciones municipales y a las generales españolas— ponga a cada uno en su lugar después de (re)definir su posición y, sobre todo, con qué nueva hoja de ruta piensa enhebrar su objetivo programático, o sea, la independencia?

No se trata de preguntas-árbol, como aquellas de la consulta soberanista del 9-N, pero, como habrá comprobado el amable lector, se parecen bastante. Porque como todo el mundo sabe —aunque no se admita a menudo— tampoco hay una respuesta única posible y las soluciones binarias, pueden llevar fácilmente a callejones sin salida, a juegos de suma cero. Simplificando, Junts se encuentra en modo Should stay or should I go – "tengo que quedarme o tengo que irme"–, aquella canción de la legendaria banda punk The Clash que es también el himno de la conocida serie de terror adolescente de Netflix Stranger Things —que, por cierto, tanto debe en su concepción de los infiernos paralelos a la no menos mítica y bastante más gore e inquietante saga Hellraiser—. Pero los de Jordi Turull harán bien en no precipitarse, no fuera que al final ni tengan la parte del Govern que les ha tocado en este momento de la historia, o sea, que definitivamente regalen a ERC el control total del patio posprocés, ni, como es altamente probable, tampoco hagan la independencia.

 

¿Porque, de verdad que se trata de la independencia? ¿De verdad que, como propone la ANC, es factible que Catalunya se convierta en un Estado libre y soberano de la Unión Europea por el simple hecho de reactivar la denominada D.U.I a finales del año que viene? ¿Cuál es el cambio que se ha producido entre los hechos del otoño de 2017 y el actual que lo justifique? No soy capaz de ver por qué razón hace ahora cinco años Catalunya pudo ser independiente y no lo fue y, en cambio, pasado mañana sí. ¿Existe un plan Z oculto, y, sobre todo, realmente operativo para hacerlo posible? ¿Hasta qué punto los actores del movimiento independentista están dispuestos a sostener un nuevo embate al Estado, y, sobre todo, a aguantar un nuevo embate del Estado? ¿Quién, en el independentismo, está dispuesto a arriesgar hasta donde haga falta, ante una nueva Operación Catalunya como la desatada por la cúpula del ministerio del Interior de Jorge Fernández Díaz y la policía patriótica de Villarejo contra convergentes como Jordi Pujol, Artur Mas y Xavier Trias y republicanos como Oriol Junqueras? O bien: ¿aguantará Pere Aragonès que la CUP —como amenazaba este domingo el portavoz de su secretariado Edgard Fernàndez— lo mande a él y a su gobierno a la papelera de la historia, como hizo con Mas justo en el preámbulo de la fase álgida del procés? Otrosí, una pregunta que quizás las resume todas: ¿cuántos Puigdemonts más, cuántos represaliados más, está dispuesto a producir el independentismo en esta hora y en la próxima?

¿Cuántos Puigdemonts más, cuántos represaliados más, está dispuesto a producir el independentismo en esta hora y en la próxima?

No hace falta hacer un drama. La discusión es muy vieja en los movimientos revolucionarios, y tiene toda la lógica del mundo que el independentismo, cuando menos, la reproduzca y la sufra: parlamento o barricadas (o las dos cosas al mismo tiempo). La Segunda Internacional obrera (1889) ya vivió el debate entre los partidos socialdemócratas y laboristas, que apostaban exclusivamente por el sufragio universal y el parlamentarismo como vía revolucionaria y los comunistas, que lo veían insuficiente. Como Karl Marx había advertido, el proletariado no podría hacer la revolución con las armas de la burguesía, o sea el Estado (y así le fue a la URSS). Salvando todas las distancias, es lo mismo que plantea el president Quim Torra, quien a diferencia de Marx es católico y practicante, cuando afirma que la autonomía es un obstáculo para la independencia.

Junts no debe salir del Govern porque su presencia es la única garantía que el Ejecutivo que preside ERC no archive definitivamente la carpeta de la independencia

Pero que nadie se engañe. Si la independencia estuviera al alcance de la mano, si faltaran 100 metros, o hubiera sobre la mesa un plan que permitiera alcanzarla por la vía rápida y bien —este bien ha sido y es capital en todo este debate—, lo peor que haría Junts es salir del Govern. Está donde estaba, al frente de la nave, en octubre del 2017. Pero cuando se trata de todo lo contrario, es decir, que, como todo el mundo sabe —pero pocos o ninguno verbalizan en los estados mayores del independentismo—, la independencia ni está ni se la espera, Junts tampoco tiene que salir del Govern porque su presencia en él es la única garantía de que el ejecutivo que preside ERC no archive definitivamente la carpeta de la independencia. Ninguna ni una de las demandas formuladas a ERC por Turull al grito de "así no podemos seguir" para enderezar el pacto de gobierno, la legislatura y la hoja de ruta independentista puede llegar a buen puerto con Junts fuera del Govern —dirección estratégica o estado mayor compartido de los partidos y las entidades; amnistía y autodeterminación en la mesa de diálogo y negociación con el gobierno español y frente común ERC-Junts en el Congreso de los Diputados—. Estando dentro, quizás tampoco, ya que es evidente que el inmovilismo de ERC, aferrado a una estrategia que hoy por hoy ha producido cero resultados, no lo facilita. Como tampoco ayudan, por supuesto, las divisiones internas y la confusión reinante en Junts. Dentro quizás tampoco; pero fuera del Govern, seguro que no.