No habrá presupuestos del 52% de la mayoría independentista en votos absolutos y escaños representada en el Parlament por primera vez en la historia porque uno de sus componentes -¿o son más?- no lo quiere. Contra lo que algunos ingenuos todavía creíamos posible, que la CUP se liara la manta a la cabeza en vez del portazo habitual en aquella casa, que intentara hacer la revolución desde dentro, los cupaires han decidido enviar las cuentas de la Generalitat a la papelera de la historia. O si quieren, han preferido incinerarlos en el ara de la presunta coherencia ideológica antes que poner el sello independentista y cupaire a unas cuentas diseñadas, especialmente -no digo que sólo- para ayudar a la gente, como en la cuestión de la vivienda, en momentos mucho más difíciles que lo que estamos dispuestos a admitir.

El año 2000, en la conocida como cumbre de Camp David II, auspiciada por el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, el líder palestino, Yasir Arafat y el premier israelí, Ehud Barak, estuvieron a punto de cerrar el proceso iniciado con la cumbre de Madrid (1991) y los acuerdos de Oslo (1993) a partir de la oferta de paz por territorios más generosa nunca realizada por el Estado de Israel a los palestinos. El acuerdo se fue al garete, una vez más, porque -entre muchas otras razones que no excluyen la política de hechos consumados característica de la posición israelí-, Arafat prefirió continuar siendo un mito que el presidente de un pequeño nuevo estado entre el Jordán y el Mediterráneo. Como es sabido, el conflicto entre árabes, palestinos e israelíes judíos continúa atascado desde entonces y, de hecho, a la partición -ahora con muralla- entre Israel y la Palestina ocupada se ha añadido la división de esta en dos entidades territoriales diferentes, una gobernada por la Organización por la Liberación de Palestina, la OLP, (Cisjordania) y la otra por los radicales de Hamás (Gaza). Pues bien: la posición de la CUP recuerda a la de Arafat con los judíos en los momentos clave: prefiere seguir viviendo del mito de la coherencia, del símbolo, que asumir la realidad y sus inevitables costes. El resultado es que la oportunidad se escurre, los actores pierden capacidad operativa y el bloque se resquebraja. En el caso catalán, el independentismo pierde una vez más la oportunidad de evidenciar su solvencia como, si me permiten continuar con la analogía, "Autoridad Nacional Catalana" en los territorios ocupados por el Reino de España.

La posición de la CUP recuerda a la de Arafat con los judíos en los momentos clave: prefiere seguir viviendo del mito de la coherencia, del símbolo, que asumir la realidad y sus inevitables costes

En cualquier negociación con múltiples partes, los actores, además de perder bastante en el desacuerdo, también se arriesgan a ser relevados por otros. Así como el fracaso de la OLP como gestor gubernamental de la autonomía palestina ha puesto la alfombra a Hamás y ha consolidado en sus posiciones duras a los halcones israelíes, aquí, y salvando las distancias, obviamente, el 'cop de CUP' a los presupuestos pone el Gobierno independentista ERC-Junts a los pies de los comunes y del PSC. Lo cual es una gran noticia para el unionismo, el tercerviismo y la izquierda ambivalente pero muy mala desde el punto de vista del independentismo. Y, en particular, del independentismo que -si no lo entendido mal, a eso responde la estrategia actual de ERC- prefiere acumular fuerzas en la ejemplaridad de la gestión del difícil día a día antes que en la gestualidad independentista sin recorrido real.

Dicho de otra manera, cuando el presidente Pere Aragonès abre la puerta a los comunes para aprobar las cuentas, como hizo el miércoles en el Parlament, refuerza el papel de ERC como actor capaz de jugar con varias cartas y mayorías al mismo tiempo, pero coloca a los del "no es no" de Jéssica Albiach en el centro del escenario. Y con el socialista Salvador Illa velando armas para lo que sea menester en cualquier momento.

Es cierto que los comunes ya salvaron los presupuestos al presidente Quim Torra, en cuyo Govern Aragonès era vicepresidente y conseller de Economia. Pero a nadie se le escapa que la estrategia de Torra y la de Aragonès se parecen como un huevo y una castaña. Lo que para Torra era pura instrumentalidad -salvar las cuentas ante el no de la CUP- para Aragonès es la necesidad indisimulada de zurcir o remodelar un pacto de investidura que nunca gustó a ERC, que defendía un gobierno de amplia base y mayoría de izquierdas con Junts, la CUP y los comunes. En este marco se entiende que el acercamiento unilateral de Aragonès a los comunes para negociar las cuentas haya abierto una nueva crisis con Junts que devuelve la legislatura a la casilla de investidura. Porque, en realidad, de lo que menos se está hablando es de presupuestos. ERC sigue obsesionada en anular a Junts como Arafat lo estaba por hacer desaparecer el Estado de Israel aunque fuese una quimera.

El golpe de la CUP a los presupuestos puede que no haga caer al Govern de Aragonès pero en ningún caso le hace más libre a él, a su partido, y al conjunto del independentismo. Es ahora, desde hoy mismo, que tiene las manos más atadas que nunca

El golpe de la CUP a los presupuestos puede que no haga caer al Govern Aragonès, pero en ningún caso le hace más libre a él, a su partido, y al conjunto del independentismo. Es ahora, desde hoy mismo, que tiene las manos más atadas que nunca. El precio es el arrinconamiento del referéndum -ya reducido en la última propuesta del Govern a la CUP a una comisión de estudio- a cambio del apoyo de la izquierda no independentista, de momento, los comunes, a las cuentas alimentadas por los fondos europeos post-pandemia. Por la vía de los presupuestos, la independencia depende de Jéssica Albiach Torres (o sea, del "no es no"). La agenda independentista, como la paz entre árabes y judíos, siempre puede esperar, incluso cuando más parece que está al alcance o puede superar mal que bien otro trecho del camino.