Arranco este artículo justo donde terminó ayer el suyo el periodista y mejor persona Jordi Barbeta. Como él, y como sostienen gentes socialistas de toda la vida, también opino que en ningún sitio está escrito que el PSC no pueda ser la primera fuerza en Catalunya en las próximas elecciones, cuya celebración se prevé para el 14 de febrero aunque en los últimos días han aparecido algunas dudas razonables en boca de Meritxell Budó o de Miquel Sàmper. Es más: a día de hoy sostengo que Miquel Iceta podría ser el próximo presidente de la Generalitat si el independentismo persiste en ir a las elecciones a descuartizarse en lugar de fraguar una alianza de hierro pase lo que pase, ante toda eventualidad. Si, como dijo Pere Aragonès es cierto que el Estado no quiere que gane ERC y como sabe todo el mundo el Estado hará todo lo posible por impedir que Puigdemont i Junts repitan victoria más les valdría desescalarse a los unos y a los otros y aplazar las hostilidades cuanto menos hasta que llegue la República (de verdad).

Ellos sabrán lo que hacen, desde luego, pero la gente está tan harta de la covid-19 como del espectáculo del Govern en funciones de campo de batalla, y al observador, al analista, le toca poner todas las cartas sobre la mesa. La primera constatación -y que me perdone el gremio de fabricantes de encuestas y hermeneutas (intérpretes) asociados- es que los últimos sondeos se me antojan más falsos que el duro sevillano. Como tengo dicho aquí, la persistencia de la pandemia y las incertidumbres que conlleva puede hacer tambalear el escenario más trabado. La prueba es el nuevo discurso político-mediático que alerta sobre las consecuencias de que la segunda desescalada, que se inicia este lunes, lleve a una tercera ola en enero. ¿Estaría garantizado, en ese caso, que todo el mundo pudiera votar el 14 de febrero? Sería intolerable que en Catalunya se excluyera a segmentos de votantes por la covid-19 como se hizo en las prorrogadas elecciones vascas y gallegas.

Iceta podría ser el próximo presidente de la Generalitat si el independentismo persiste en ir a las elecciones a descuartizarse en lugar de fraguar una alianza de hierro pase lo que pase

Volviendo a la letra pequeña de los últimos sondeos, el del CEO me pareció un casi más de lo mismo, con victoria de ERC y algo más de ventaja sobre Junts, además de la irrupción con fuerza de los ultras de Vox. El barómetro del CIS más bien parecía un traje a medida de los intereses catalanes de Pedro Sánchez -victoria de ERC, el PSC en segunda posición, los comunes terceros y Junts en las catacumbas (5a fuerza)- que una encuesta preelectoral seria. Ahora se lleva enterrar a Carles Puigdemont a golpe de encuesta, dada la imposibilidad manifiesta de hacerlo por otras vías (judiciales), en lugar de reconocerle la legitimidad que le confiere el hecho de haber ganado las últimas elecciones catalanas y europeas.

ERC tendría en un escenario de posible implosión de Junts casi toda la cancha libre. El cambio de paradigma, 20 años después de las últimas elecciones de Jordi Pujol, se haría realidad.

Es cierto que la oferta de Junts aparece ahora por ahora mucho más desdibujada que la de ERC -o la del PSC- por la ruptura con el PDeCAT y el complejo mecanismo activado para definir las candidaturas. Eso permite a Aragonès reforzar su imagen de candidato serio en tiempos de pandemia, aunque su gestión como vicepresidente con funciones de presidente no se por ahora para tirar cohetes. En todo caso, Junts es ahora un lío. El resultado del duelo en las primarias para elegir candidata o candidato efectivo a la presidencia entre Laura Borràs i Damià Calvet está en el aire pero todo apunta que Puigdemont, empero, incluso liderará la candidatura. Bien. No descarten nada. Eso sí, el president en el exilio parece condenado a jugar al límite: si gana habrá derrotado por tercera vez en las urnas a sus adversarios aunque socios internos (Junqueras) y a sus enemigos declarados (el deep state y sus palmeros). Si pierde, su fracaso -es el candidato que competirá en peores condiciones- podría arrastrar al conjunto del renovado pero aún muy frágil proyecto de Junts. ERC tendría en un escenario de posible implosión de Junts casi toda la cancha libre. El cambio de paradigma, 20 años después de las últimas elecciones de Jordi Pujol, se haría realidad.

Puigdemont parece condenado a jugar al límite: si gana, derrotaría por tercera vez a Junqueras y al 'deep-state'; si pierde, arrastraría al conjunto del proyecto de Junts

 

Pero volvamos a Iceta. El ya quasi eterno primer secretario del PSC podría llegar a la presidencia de la Generalitat si consigue ser primera fuerza, como la ciudadana Inés Arrimadas el 21-D del 2017, pero, sobre todo, si rompe el bloque del independentismo, es decir, si logra el apoyo de ERC. A cambio, por ejemplo, de un indulto rápido a los presos políticos y/o una reforma exprés de la ley de sedición que permita ponerlos en la calle. No va a haber amnistía, pero los tiempos de los procedimientos anunciados -informes de Presons en el Supremo a favor de los indultos- podrían acelerarse y sincronizarse con el calendario electoral catalán. Que Bildu apoye los presupuestos de Sánchez -algo que la democracia española debería apuntarse como un éxito histórico y no deplorar como una vergüenza- no puede ser más difícil que, si no queda otra, ERC facilite la presidencia a Iceta o, al revés, Aragonès acepte su apoyo para lograrla.

Con los presos en la calle -o en perspectiva más o menos inmediata- todo sería posible. La década del procés quedaría atrás para siempre o para mejor ocasión. Y el impacto sobre la agenda política de la covid-19 -la prioridad ya no es la independencia- facilitaría el cambio radical de escenario. Además de ser president, Iceta, el hombre que no se dignó a visitar a Junqueras en la prisión, algo que, por ejemplo sí hizo el president José Montilla, podría redimirse, política y moralmente, como la llave que le abrió la puerta de Lledoners al líder de ERC. Lo llaman política en tiempos asesinos.