El nuevo campo de juego se empieza a perfilar con nitidez. La crisis de Gabinete ejecutada este sábado pasado manu militari por el presidente Pedro Sánchez diluye el gobierno de coalición con Podemos, inédito en la historia reciente de España, e inaugura un Ejecutivo presidencialista, casi cesarista, eso sí, con una abrumadora mayoría de mujeres. Fulminado Pablo Iglesias, y defenestrado el valido Iván Redondo, Sánchez se resucita a él mismo como una especie de zombie de Marvel para preparar el combate -que puede llegar más temprano que tarde- con la pérfida Ayuso, la heroína rampante de la derecha descarada y la derecha extrema, sin que quede muy claro si él es el bueno de la película y ella la mala o al revés.

¿Y Catalunya? La sorprendente proscripción de Miquel Iceta a la sección de coros y danzas, quiero decir al Ministerio de Cultura y Deporte, afirma la sintonía del PSOE con el PSC de Salvador Illa, que no quiere dilapidar la posición reconquistada en los antiguos caladeros electorales donde Ciudadanos llenó sus redes. El PSC, lo tengo escrito aquí, aspira a ser, más que nunca, el Partido de la Normalidad, que en el post-procés quiere decir hacer como si volviéramos a aquella autonomía que pasó por el enderezador de la sentencia del Estatut hace 11 años y la intervención con el 155 a raíz de los hechos de octubre del 2017.

La llegada al ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana de la alcaldesa de Gavà, Raquel Sánchez, que recientemente defendía la ampliación de la tercera pista del aeropuerto contra el criterio del ayuntamiento que preside, apunta en la dirección de recuperar la  tradicional condición y concepción del PSC como partido del no-decidir. O sea, de mediador entre el empresariado local y los ministerios de Madrid e inhibidor -desinflamador- del conflicto nacional Catalunya-España. 

A ERC, que no acaba de definir su perfil de nueva CiU con acento izquierdista, le ha resucitado un competidor: el PSC de Illa, ahora reforzado con el ministerio de infraestructuras en Madrid

A ERC, que no acaba de definir su perfil de nueva CiU -con acento izquierdista- le ha resucitado un competidor: el PSC de Illa, ahora reforzado con el ministerio de infraestructuras en Madrid. A la vez, Junts empieza a reclamar también su sitio en la batalla del día a día, incluso abriéndose a negociar los presupuestos del Estado conjuntamente con los republicanos. Mientras tanto, si a los vetos ya declarados a la amnistía y la autodeterminación por parte de la Moncloa se suma la intención del PSC de aguar la mesa con la mesa de diálogo bis entre partidos catalanes, rechazada por el Parlament, el milagro será que la mesa-mesa se reúna y que tenga orden del día.

La tentación de los socialistas de travestir el conflicto político, la autodeterminación, con el viejo pleito sobre las infraestructuras puede convertir la mesa de diálogo en un foro fantasma. Precisamente por eso el presidente Pere Aragonès intente centrar la pelota de las infraestructuras en la bilateral Estado-Generalitat prevista para este mes de julio. La maniobra es de manual. Lejos de formular una especie de devolution o restitución de lo que el Constitucional suprimió como nueva reforma estatutaria o por otras vías legales, parece que el contenido del diálogo no irá más allá de la ampliación de la tercera pista del aeropuerto bendecida por la alcaldesa de Gavà, ahora ministra. No convencerá a los independentistas, pero garantizará a Sánchez -y a Illa- la hegemonía en el resto de espacios, empresariales, mediáticos y, por descontado, electorales.

La tentación de los socialistas de travestir el conflicto político, la autodeterminación, con el viejo pleito sobre las infraestructuras puede convertir la mesa de diálogo en un foro fantasma

La agenda, segura y previsible, del Partido de la Normalidad, el PSC de Illa, pugnará por imponerse en las mesas del poder y la conversación pública y privada. El horizonte de la reconstrucción económica post-covid, si bien está costando que arranque más del previsto, puede favorecer este esquema de gestión asistida por Madrid como horizonte político concreto y alternativa a la depresión postprocés. El plan no deja de ser un revival de los tiempos de Zapatero con el AVE o, del Aznar del Majestic. Los recientes indultos a los presos políticos, con los que Sánchez se ha lavado la cara ante la Europa que todavía cree en los derechos, le permiten tranquilizar el patio catalán más allá del independentismo.

Si se sale con la suya, Sánchez conseguirá esquivar la obligación de plantear una verdadera alternativa política en el postprocés con la zanahoria del aeropuerto o una parte de los fondos europeos Next Generation. Pero Catalunya, como también se ha evidenciado uno y otra vez, es algo más que un aeropuerto. El independentismo, sin renunciar a nada en el día a día -ni a ampliar el Prat, ni a hacer unos Juegos de invierno en el Pirineo, ni a relanzar Barcelona- tendrá que plantear su alternativa a la falsa alternativa política, al simulacro de negociación, que Sánchez está poniendo encima de la mesa. Hoy por hoy, el diálogo es una pista de aeropuerto... sobre un campo de minas.