Es evidente que los 10 años de procés independentista han sufrido con creces de cupdependència. El clímax fue el cop de CUP de enero del 2016 que envió a Artur Mas a la "papelera de la historia" pero aquella legislatura -que acabó siendo la del 1 de octubre y la de la DUI fallida- ya empezó bajo la batuta de los cupaires con la declaración de ruptura de noviembre del 2015 que tuvo la virtud de evidenciar la aplastante mayoría independentista formada por JxSí y la CUP -72 votos a favor y 63 en contra- y, al mismo tiempo, la dependencia de los socios mayores de la coalición independentista, que desde entonces se ha mantenido con diferentes formatos, de la estrategia de la revolución dentro de la revolución sostenida por los socios menores, la tercera fuerza del bloque.

Y sin embargo... En ocasiones, como ayer explicaba Jordi Barbeta, los que, en cierta manera, más se han afanado por matar edípicamente al padre convergente -he ahí los platos rotos que pagó Mas-, los más de izquierdas y los más independentistas, más han favorecido con su táctica de guerra de guerrillas dentro de las propias filas los intereses de la otra parte, o sea, de los poderes españoles.¿Qué hubiera pasado si la CUP hubiera votado a favor de la investidura de Jordi Turull como presidente de la Generalitat el día antes que el juez Pablo Llarena decretara el reingreso en prisión, junto con los de Carme Forcadell, Raül Romeva, Josep Rull y Dolors Bassa? ¿Habríamos tenido un presidente de la Generalitat electo en prisión? Es evidente que aquella decisión ideológicamente razonada de los cupaires -que de nuevo cerraba el paso a la presidencia de la Generalitat a uno "convergente" - allanó el camino a los jueces del Tribunal Supremo.

El placet de la CUP para conformar la mayoría independentista e investir a los presidents juntaires y republicanos -Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonès-, ha estado absolutamente decisivo. Guste o no, no hay mayoría independentista sin la extrema izquierda anticapitalista, en la calle y a las instituciones, lo que otorga todavía a los cupaires la acción de oro en las grandes decisiones del bloque independentista y del actual Govern de ERC y Junts. Ahora mismo, sobre la aprobación de los presupuestos de la Generalitat, que las bases cupaires han debatido este fin de semana y que votarán hoy lunes. Aunque -como he escrito aquí varias veces- se ha acabado el procés tal y como lo hemos conocido, la alternativa a la abstención o el improbable sí de los cupaires que permitiría sacar adelante las cuentas del conseller Jaume Giró tampoco no conviene ni al Govern y los partidos que lo componen... ni a la CUP. El concurso del PSC o de los comunes para suplir un eventual rechazo de la CUP a las cuentas más sociales de los últimos años, supondría la ruptura de la mayoría independentista, cuando menos, con respecto a las cosas de comer, es decir, a la gestión del día a día. Sería el ensayo de un cambio de paradigma que hoy por hoy resulta demasiado empinado, más allá de las fantasías tripartitas de algunos dirigentes de ERC, y de los sueños sociovergentes de algunos otros de Junts, esa nostrada retroutopía, que diría Zygmunt Bauman. Pero hay más.

La CUP tiene que dejar pasar los presupuestos del convergente Giró sea como sea porque es la única manera que tiene hoy por hoy de seguir haciendo la revolución

Las elecciones posteriores a la intervención de la Generalitat con el 155, las del 21 de diciembre del 2017, demostraron que la CUP era electoralmente vulnerable: pasó de 10 a 4 escaños. Y que, en cambio, eran los partidos centrales del independentismo, Junts y ERC, ERC y Junts, los que mejor resistieron la represión en el peor momento y la posición en las urnas, a pesar de haber sido literalmente decapitados por el dispositivo judicial, policial, político y mediático español. De la misma manera, se puede establecer una relación entre la estrategia más templada de la CUP en la legislatura de Torra y su recuperación electoral, que se traduce en 9 diputados como CUP-Guanyem, en los comicios de febrero pasado. La CUP tiene que dejar pasar los presupuestos del convergente Giró sea como sea porque es la única manera que tiene hoy por hoy de seguir haciendo la revolución. Además, la CUP sabe perfectamente que la revolución sólo es posible con el independentismo, y, necesariamente incluido, "el de derechas", le guste o no. Lo que tiene la CUP fuera del independentismo es Illa y el PSC que lo volvería a hacer (votar el 155); y Albiach con su cartel de no es no a las leyes de desconexión (y a la independencia). Fantástico escenario para incendiar las calles pero pésimo para condicionar un presupuesto de 38.000 millones de euros en plena recesión pos-pandemia.

Lo que tiene a la CUP fuera del independentismo es Illa y el PSC que lo volvería a hacer (votar el 155); y Albiach con su cartel de no es no a las leyes de desconexión (y a la independencia)

Más o menos, este será el campo de juego mientras se mantenga la actual correlación de fuerzas y no se desvanezca el clima apocalíptico latente, la difusa sensación de miedo y desconfianza desatada por la pandemia que sobrevuela el día a día de la gente un año después. Este año tampoco es seguro que podamos celebrar bien la Navidad si hacemos caso de las amenazas de apagón general y/o de falta de suministros; o, incluso, de la posible sexta ola. Yolanda Díaz, la dirigente del Partido Comunista de España (PCE) que sustituyó a Pablo Iglesias en la vicepresidencia del Gobierno y que este fin de semana ha lanzado el embrión de su alternativa feminista y de izquierdas en Valencia, está en una posición muy parecida a la de la CUP. Aunque se tenga que tragar en cada consejo de ministros unos cuantos sapos con patatas del menú de casa Sánchez, la comunista Díaz, a diferencia de Pablo Iglesias, sabe que, contra lo que pueda parecer, las revoluciones se hacen -y se aguantan- mucho mejor desde dentro que desde fuera.