Me lo temía. La desescalada, a velocidad máxima, va a ser peor que el ascenso, cuando todos estábamos en modo pánico. Lo confirma la lectura de Pandemia. La covid-19 estremece al mundo (Anagrama), el librito de urgencia de Slavoj Žižek escrito durante las primeras fases del avance del virus de Wuhan. Dice el filósofo esloveno que, ante todo, y lo siento por las series de la franja nocturna de TV3, “No deberíamos perder el tiempo con meditaciones espiritualistas tipo New Age acerca de cómo ‘la crisis del virus nos permitirá centrarnos en lo esencial de nuestras vidas’”. Su vaticinio es que los gobiernos deberán reaccionar a las consecuencias devastadoras de la pandemia con un “comunismo del desastre” frente al “capitalismo del desastre” que, a su parecer, las ha provocado. Desde luego que ahí entrarían el ingreso mínimo vital de Pablo Iglesias o la propuesta de Pere Aragonès de que el capital público —la Generalitat— participe en el accionariado de Nissan para evitar el cierre. Pero una sombra sobrevuela el vaticinio de Žižek: “El resultado más probable de la epidemia —escribe— será que acabará imponiéndose un nuevo capitalismo bárbaro; muchas personas débiles y ancianas serán sacrificadas y se les dejará morir; el control digital de nuestras vidas será ya algo permanente; las distinciones de clase serán ya cada vez más una cuestión de vida o muerte”.

¿El último suspiro del comunismo antes del triunfo definitivo del capital? Mientras tanto, se me ocurre que todo huele a adición de problemas nuevos a cuestiones viejas o aplazadas. Ahí entra, desde luego, el cambio climático, al que, paradójicamente, la Covid-19 habría dado un respiro, al parar en seco la actividad de grandes ciudades y áreas industriales como Barcelona. Pero también otros problemas de la política doméstica, de eso que llamamos la "realidad", al menos la immediata, que, no por conocidos, se van a hacer menos acuciantes. Pongamos que hablo de las relaciones entre los socios del gobierno de Catalunya, JxCat y ERC, en particular, y del independentismo, en general. Las primeras han vuelto a ponerse en modo destrucción mutua asegurada —ya saben, de guerra fría— a raíz del pacto de Pere Aragonès con Pedro Sánchez para devolver a ERC a la pista de baile a cambio de la abstención a la sexta prórroga del estado de alarma. ERC, que hace mucho tiempo que perdió el complejo de sirvienta de Convergència, tiene toda la razón en que se trata de un pacto entre partidos, pero en la medida que su despliegue compromete formalmente al gobierno de la Generalitat, parece lógico que el president Quim Torra levante el dedo e, incluso, se desmarque.

¿Deslealtad de ERC al president Torra? Más bien ventajismo: los republicanos saben que difícilmente Torra ejercerá la autoridad que casi nadie le reconoce hasta el punto de, por ejemplo, echarlos del Govern

¿Deslealtad de ERC al president Torra? Más bien ventajismo: los republicanos saben que difícilmente Torra ejercerá la autoridad que casi nadie le reconoce hasta el punto de, por ejemplo, echarlos del Govern por pactar a sus espaldas con Madrid, que, a la vez, continuará detentando el poder real en la salida del estado de alarma. La Covid-19, que, pese a todo, no se ha ido, actúa también como un poderoso inhibidor para la crisis final de este Govern. Y es cierto que salvando las distancias, existen precedentes por la otra parte. Así, fue también un sábado por la noche cuando, en 2006, Artur Mas pactó el Estatut en la Moncloa con Zapatero a espaldas del gobierno tripartito de Maragall-Carod-Saura (y de Duran i Lleida). ERC acusó al entonces líder de CiU de “traidor” y —recuerdo a un conseller republicano, desencajado—, de “haberse bajado los pantalones”. Desde luego que la sexta prórroga del estado de alarma de Sánchez no es aquel Estatut de Mas y Zapatero —luego trinchado por el TC—; pero Mas no era vicepresident del Govern como sí lo es ahora Aragonès. Han pasado 15 años pero ERC sigue teniendo pendiente una victoria electoral que le garantice la presidencia de la Generalitat y JxCat, que ahora la detenta, no la da por perdida aunque vuelva a tener todas las encuestas en contra.

Aragonès y Sánchez han pactado que, en la fase 3 de la desescalada, las autonomías serán la autoridad competente delegada excepto en lo que se refiere a la libertad de circulación —nada que no estuviera previsto—; la posibilidad de que, en el futuro, y mediante convenios con la Seguridad Social, las autonomías puedan cogestionar el ingreso mínimo vital —Euskadi y Navarra lo harán ya, en virtud de su modelo fiscal foral—, así como la participación de las autonomías en la gestión de los fondos de reconstrucción de la Unión Europea, donde muchos defensores del pacto ven, sobre todo, cash y una oportunidad. Se añade el compromiso de reactivar la vaporosa mesa de diálogo sobre el futuro político de Catalunya, interrumpida por la pandemia y la desidia de Sánchez. Todo ello a cambio de una abstención forzada tras dos pactos de Sánchez con Inés Arrimadas que dejaron a ERC fuera de la loca pista de baile de las alianzas en el Congreso. Como siempre, todo es posible y todo está por hacer. ERC no puede afrontar lo que quede de legislatura en Catalunya con los puentes rotos en Madrid —allí donde, en su papel de nueva Convergència se supone que debe obtener algo— y eclipsada por la hábil gestión política de la crisis que, guste o no guste a propios y extraños, ha llevado adelante a Torra, un president políticamente desahuciado. ERC no puede ir hacia la fase 3 como el partido del desastre de los geriátricos y JxCat como el partido de los epidemiólogos, los nuevos brujos de la tribu para los tiempos víricos, y que, al final, nos han salvado.

ERC no puede salir de la pandemia como el partido de los geriátricos y JxCat como el partido de los epidemiólogos que, al final, nos han salvado

Así, ERC opta por llevar de nuevo el escenario catalán al último minuto antes del estallido de la pandemia, al mundo de ayer. Al parecer, se siente más segura ahí. Por el contrario, JxCat parece abordar el futuro con todas las posibilidades abiertas, incluidas la de nuevo president y candidato. Es un juego mucho más arriesgado. Pero diría que la vuelta al mundo de ayer, desfigurado por los efectos de la pandemia, no es garantía de nada. También, en lo que se refiere a la gestión que el independentismo ha venido haciendo, en el gobierno y en la calle, de la frustrada independencia. ¿Es acertada la estrategia de retorno de los republicanos a la vietnamización del Govern y lo que quede de legislatura? ¿Está dispuesta ERC a provocar el adelanto electoral, sí o sí, o a permitir que JxCat invista un nuevo president cuando Torra sea inhabilitado definitivamente por el Supremo? ¿Cómo se conjuga esa política de confrontación partidista con los intereses colectivos de los catalanes ante las incertidumbres de la desescalada? Todo dependerá de si el independentismo decide confinarse políticamente durante una buena temporada o, por el contrario, pone a trabajar los anticuerpos contra la división interna y la parálisis.  Desde luego que esa no es la única vía. Pero al mundo post-Covid-19 que vaticina Žižek se le combate de pie y sin pedir permiso. O volveremos a morir todos.

 

EN DIRECTO | La última hora sobre el coronavirus y sus afectaciones en Catalunya, España y el mundo

🦠MAPA | Los contagios de coronavirus en Catalunya por municipios y barrios

MAPAS | El impacto del coronavirus en Catalunya por regiones sanitarias

🔴 Sigue ElNacional en Telegram