Pablo Iglesias sabe que no va a ser presidente de la Comunidad de Madrid y Pere Aragonès no las tiene todas aún sobre si, este viernes, o quizás el domingo, o después de Semana Santa, lo será de la Generalitat de Catalunya. Todo lo cual significa, en términos de relaciones de fuerza, que, por ahora, gana la banca, o sea, España. Y, más en concreto, la nueva Restauración en marcha con la maltrecha figura de Felipe VI a la cabeza. El preacuerdo ERC-CUP anunciado este domingo aleja la posibilidad de que Salvador Illa reclame ir a un debate de investidura, pero aún no garantiza la del candidato de Esquerra. Depende de Junts, no de ninguna mayoría de izquierdas mágica. Y, como me decía hace pocos días un hombre de ERC en el fragor de la negociación, "el més calent és a l'aigüera".

Pero vayamos por partes. La Restauración española en marcha da un paso más en la medida que el líder de Podemos está más cerca de ser definitivamente desactivado como elemento discordante, incómodo. Pedro Sánchez, el gran protector de la monarquía, tiene menos pesadillas desde la semana pasada. Y más aún si la salida del aún vicepresidente Iglesias del gobierno de coalición se ha acompañado de su relevo por una dirigente más dócil ante el sistema, Yolanda Díaz, que es comunista con carnet del PCE, y, seguramente por eso, se entiende muy bien con los empresarios.

En el mejor de los casos, Iglesias podría aspirar a mandar desde fuera, desde el partido, como conciencia crítica y depósito de autenticidad de un Podemos que intenta ahora psoizarse por la vía de la respetabilidad institucional. Ese es el peaje y esa es la salida menos mala para los intereses del sistema, aunque Sánchez y su valido, Iván Redondo, harán lo que sea porque el objetivo de los morados de disputar la hegemonía de la izquierda española al PSOE, ahora con Iglesias en posición de pas al costat, se limite, si no hay más remedio, a la subalternización como socio parlamentario y gubernamental tratable y previsible.

El terremoto de Murcia, que ha expulsado a Iglesias del Consejo de Ministros y ha acelerado la implosión de Ciudadanos, más que hundir a España puede contribuir a levantarla

El régimen del 78 entró en crisis entre la abdicación de Juan Carlos I con la Corona flotando sobre aguas pestilentes, la irrupción de Podemos (71 diputados en el Congreso con sus confluencias en las elecciones de 2016) y Ciudadanos (57 diputados en las de abril del 2019) como izquierda y derecha alternativas al PSOE y el PP; y, claro está, el referéndum de independencia de Catalunya del 1 de octubre del 2017 y el paro general del 3. Fue cuando Felipe VI hubo de salir no para mandar los tanques de regreso a los cuarteles, como su padre cuando se torció el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, sino para espolear a la policía y la Guardia Civil (“A por ellos”) contra los catalanes y catalanas desafectos. Desde entonces, y en medio de la tempestad, todo ha sido intentar reconstruir el tambaleante consenso y apuntalar si no un nuevo régimen, la Restauración del precedente. El terremoto de Murcia, que ha expulsado a Iglesias del Consejo de Ministros y ha acelerado la implosión de Ciudadanos y ha abierto una ventana de oportunidad para el PP-Ayuso de reunificar las derechas con el naufragio de Arrimadas y la opa sobre Vox, más que hundir a España, puede contribuir a levantarla. El bipartidismo puede volver a reconfigurarse en las próximas elecciones generales si el 4 de mayo el PSOE aguanta en Madrid y Ayuso, la nueva criatura del laboratorio posaznarista, se refuerza.

¿La crisis de la monarquía huida a los emiratos del Golfo Pérsico va a suponer la llegada de la República a España o va a alejar aún más esa posibilidad? Ya está en marcha el nuevo relato para apuntalar la Restauración en esa clave de bóveda, el nuevo envoltorio del régimen: Juan Carlos I ha sido malo, malísimo, pero la monarquía es buena, buenísima. Para quien tenga dudas, basta con leer ayer en El País al periodista José Antonio Zarzalejos, autor del libro Un rey en la adversidad (Planeta), sobre el reinado de Felipe VI: “(Juan Carlos I) nos traicionó. El sistema le dio inmunidad, y él la ha querido convertir en impunidad. No convirtamos la crisis de rectitud de un rey en crisis sistémica”. Más claro, imposible.

Mientras ERC y Junts no se ponen de acuerdo a cinco días de la teórica primera sesión de investidura de Pere Aragonès, España se regenera, como la hidra

¿Y Catalunya? Para entender lo que sucede aquí, para hacerle la hermenéutica a Catalunya, conviene mirar a Murcia. Y a la madrileña Puerta del Sol. En esa dirección se puede entender por qué los elementos de teórica distensión del conflicto Catalunya-Espanya —indultos de los presos políticos, reforma de la sedición, mesa de diálogo— han sufrido estos días de movimientos sísmicos en el tablero español un nuevo aplazamiento. El independentismo, aunque parezca redundante, debería tener algo más de sentido de Estado. ERC y Junts, Junts y ERC, han convertido la negociación para la investidura y el nuevo Govern en un ajuste de cuentas en O.K. Corral sobre lo sucedido en los últimos tres años con la CUP como testigo.

Tras el preacuerdo entre ERC y los cupaires, ahora se desatará el #pressingJunts. Es posible que a sectores de Junts les cueste digerir que ERC acceda por primera vez a la presidencia de la Generalitat desde 1980, lo cual es, ciertamente, histórico; seguramente tanto como a sectores de ERC les costará aceptar que, aunque la CUP sea necesaria, al final, Aragonès será presidente gracias al voto determinante de la “derecha” catalana, de “Convergència”... de Borràs y Puigdemont, no de Albiach (ni de Illa), la “izquierda”. Mientras ERC y Junts no se ponen de acuerdo a cinco días de la teórica primera sesión de investidura de Pere Aragonès, España se regenera, como la hidra.