Febrero de 2008. José Zaragoza, el eterno —y brillante— estratega del PSC presentaba la campaña electoral. Hacía semanas que el rostro de su candidata, Carme Chacón, inundaba las vallas publicitarias con un lema en positivo: "la Catalunya optimista". Pero las encuestas pronosticaban resultados ajustados y era necesario extraer votos de las minas más profundas para garantizar la llegada de Rodríguez Zapatero a la presidencia. Si la esperanza no era un aliciente suficiente, debía encontrarse un revulsivo que apelara al estómago, y dotado de la inteligencia conceptual que ha demostrado a lo largo de los años, Zaragoza encontró el clic que desvelaba los instintos básicos: había que activar el miedo. Así nació uno de los mejores lemas electorales de la democracia, tan eficaz en términos publicitarios, como perverso en términos ideológicos: un simple “si tú no vas, ellos vuelven”. Era pura demagogia, pero en la batalla por el voto, los escrúpulos nunca han sido una virtud. Y de la mano del miedo, el pictógrafo de la ceja —“los de la ceja”— entraba en el bastión de la Moncloa.
Obviamente no fue Zaragoza quien inventó el recurso del miedo, tan antiguo como la propia lucha por el poder, pero lo cuajó como el instrumento más eficaz para vender el producto de izquierdas en un país en el que la derecha aún tiene pulso de franquismo. Y desde entonces, una y otra vez los socialistas y sus muletas aliadas utilizan el miedo para demonizar al adversario, escabullirse del debate programático y retener el voto. “Si no vas, ellos vuelven”, decían hace diecisiete años, transmutado en la actualidad en una extensa letanía de frases homólogas: “si no votas esta ley, ellos ganan”, “si cae Sánchez, vendrá la caverna”, “si no apoyas…”, y así una larga reiteración del “¡que viene el lobo!” guimeriano.
La última muestra la ha protagonizado este mismo viernes el diputado de los Comuns Gerardo Pisarello, que ha pedido a Junts que vote los presupuestos de Sánchez por no poner "en peligro" la legislatura española y evitar la llegada de los voxes y los peperos. En sus declaraciones no ha habido argumentos solventes sobre la "bondad" de esta votación, sino simple apelación al temor de la derecha malvada. Es nuevamente y ad aeternum un “si no votas a Sánchez, ellos vuelven”, transmutada la política, de ser un ejercicio de confrontación ideológica, a ser una indigestión estomacal. Sin embargo, este recurso tan simplista muestra la otra cara, porque Junts podría perfectamente responder: si Sánchez no cumple los acuerdos, ellos vuelven… Al fin y al cabo, ubicada la cuestión en el miedo al otro, ¿quién tiene más culpa, quien no vota tras ser reiteradamente estafado o quien no cumple con su palabra? ¿Quién tiene responsabilidad, el estafador o el estafado? Pisarello, por ejemplo, pertenece a una opción ideológica que reiteradamente desprecia e insulta a Junts, a quien tacha directamente de “racista” por querer que Catalunya administre la cuestión inmigratoria. ¿Quién pone en peligro la legislatura, en este caso, el insultador o el insultado? Tal vez será Sánchez con sus permanentes incumplimientos y Podemos con sus insultos quien agote la paciencia de Junts y haga caer una legislatura que vive en precario.
Sin el acuerdo con el PSOE, el PP no habría osado implementar el 155, ni habría impulsado una represión tan brutal
De lo contrario, sería deseable que la izquierda española bajara la arrogancia con la que va por el mundo, porque son sus miserias las que hacen crecer a sus adversarios, y en Catalunya sabemos mucho de eso. Tal vez deberemos recordar que la LOAPA la perpetró un gobierno socialista. O que el mejor acuerdo político de Catalunya lo consiguió Pujol con el PP en el Pacto del Majestic. O que el PSOE ha gobernado muchos más años España que el PP, y en todos ellos han perseguido el catalán, han recentralizado leyes, han incumplido los acuerdos políticos, nos han estafado con las inversiones, han mantenido un expolio fiscal asfixiante y no han mostrado iniciativa alguna para consolidar nuestra soberanía. Con la perla final: sin el acuerdo con el PSOE, el PP no habría osado implementar el 155, ni habría impulsado una represión tan brutal. Aunque la política tiende a la memoria de pez, hay que recordar que el programa de la represión lo diseñó Sáenz de Santamaría con Pérez Rubalcaba. Pero si hace dos días Sánchez prometía que llevaría a Puigdemont encadenado... Y dos días antes Salvador Illa se quejaba de que el 155 era demasiado blando…
Esta es la trampa que se esconde detrás de la estrategia del miedo: hacer creer que la izquierda española es más “cómplice” con los derechos catalanes que la derecha. Sin duda es menos chapucera, pero a menudo su sutileza es más letal. Por lo que respecta a nuestros intereses, ni la izquierda, ni la derecha españolas quieren que tengamos mucha suerte. Al contrario, ambas trabajan para que desaparezcamos como nación. Basta con ver al gobierno de Illa, bajo el cual se está produciendo el proceso de españolización desde la restauración de la Generalitat. ¿Sería peor con el PP? Difícilmente, pero al menos serviría para reaccionar mejor. La paz de los cementerios nunca es paz. La paz de los cementerios solo es cementerio.