Las letras mayúsculas eran de color verde —como la estrella de tu eterna gorra, en homenaje al esperanto, la lengua universal que conocías y admirabas— y la tipografía del rótulo bien característica, avanzada para la época: Altadill. El escaparate lleno de novedades discográficas, era un rectángulo de vidrio con marco de madera anaranjado. La estética de la tienda tenía un aire al Berlín del este, pero era Tortosa, donde tuvimos la suerte de tener una de las primeras tiendas del país dedicada solo a vender discos. Abrir la puerta y oír el tintineo de las campanillas era entrar en otra dimensión, el tiempo se detenía. Ya casi no quedan tiendas como aquellas —quizás la Quick de Reus o la Revólver Records de Barcelona—, ni habrá responsables tan hospitalarios ni con tu nivel de pericia.
El señor Altadill te asesoraba con criterio y amabilidad. Amaba el oficio. Su boutique del disc, en Tortosa, forjó varias generaciones de melómanos en la ciudad. Más que una tienda era un museo, un pequeño gran santuario donde encontrar desde novedades hasta rarezas, pasando por algún disco prohibido de La Trinca. Durante cuatro décadas atendió al público ebrense con pasión, primero en un diminuto espacio en la calle Santa Teresa, después en la calle Berenguer IV y, finalmente, cerca de la plaza de Alfons, local donde bajó definitivamente la persiana en 2007. A pesar de esta jubilación de cara al público, su afición continuó vigente y siempre le podías pedir que te reparara cualquier aparato, desde un tocadiscos antiguo (era especialista en la marca Gronignen) hasta un plato del tiempo de Maricastaña. Ya me gustaría ver por un agujerito cómo debe ser el inmenso archivo que deja como legado.
Altadill fue una de las primeras tiendas de discos del país y el señor Josep Maria era una institución. Ya casi no quedan tiendas como aquellas, ni habrá responsables tan hospitalarios ni con su nivel de pericia.
Josep Maria defendía la justicia social y practicaba el sentido del humor y la bonhomía. Era una institución, un pozo de sabiduría y su espacio se convirtió rápidamente y por méritos propios en un lugar de referencia para el público especializado y también para los aficionados. Él, nos trataba a todos igual. Más allá de la parte vinculada al negocio, disfrutaba escuchando música y haciéndola amar. De conversación afable e interesante, a su lado aprendías siempre, te sugería y te descubría propuestas. En la tienda encontrabas novedades y reliquias: vinilos, videojuegos para ordenador (que en aquella época eran en forma de casete), discos compactos, los casetes de toda la vida y material fonográfico de todo tipo, además de aparatos de reproducción infinitos y de última generación de alta fidelidad. Allí mirábamos y removíamos y, si querías escuchar, te dejaba unos auriculares de casco y te hacía notar todo de detalles que a ti te habían pasado por alto.
Solo tres días antes de morir estuvimos charlando en la librería Viladrich —otro punto de referencia cultural— y aún me preguntaste cómo me iban los conciertos de la última gira. Tú, que fuiste el primer punto de venta de mi primer disco y que también en tu tienda organizaste mi primera firma de discos. Este pasado Sant Jordi, en el puesto de la misma librería, fuiste tú quien me compró mi séptimo y nuevo trabajo, el homenaje a Joan Baez, y me pediste que te lo firmara. Pensé que habían cambiado las tornas.
Tú tenías 95, yo me acerco a los cincuenta y ahora que reclamamos que en los coches se vuelvan a instalar de serie reproductores de CD (para poder escuchar las canciones con calma y sin depender siempre de los streamings y la cobertura), ahora que las tiendas de discos ya no son actuales y que, al mismo tiempo, parece que el vinilo vuelve, y también que nos obligan más que nunca a reclamar la tan necesaria paz en el mundo, pienso que siempre estuviste a la moda porque solías decir que la calidad de sonido del vinilo nunca ha sido superada y que el esperanto debería haber sido un punto de encuentro y hermandad entre los humanos. Tus dos lenguajes universales, la música y la palabra, más necesarios que nunca.