Este medio informaba hace unos días de una noticia de The New York Times sobre el hecho de que la esperada ofensiva terrestre israelí en Gaza se estaba retrasando por las malas condiciones meteorológicas, algo a priori del todo verosímil.

De hecho, si la meteorología fuera el principal elemento decisor de esta incursión —con consecuencias hoy por hoy difícilmente evaluables—, basándonos en las previsiones que tenemos hoy, la ofensiva israelí tendría que iniciarse mañana miércoles, a mucho tardar el viernes. Pero es evidente que la mía es una predicción demasiado atrevida, empezando por el hecho de que las proyecciones meteorológicas que se pueden encontrar en la red en abierto son muy diferentes de las que debe utilizar el ejército israelí.

Ahora bien, si seguimos en detalle la evolución de lo que está pasando, no solo en Israel-Palestina, sino también en toda la región, se podría pensar que la meteorología quizás ha sido una buena coartada (incluso en caso de que fuera real) con el fin de posponer una invasión llena de incertidumbres y dar margen a la actuación, sobre todo, de la diplomacia americana.

Un aplazamiento fruto de la presión de la Casa Blanca sobre el gobierno de Israel con el fin de intentar activar elementos que ayuden a desescalar, ni que sea mínimamente, la situación, y asegurar que la inexorable invasión terrestre de Gaza se haga con el mínimo número de víctimas civiles.

Alguien con poder e influencia real está intentando rebajar la temperatura de una región que se encuentra a un paso del abismo

Y es que si seguimos en detalle la intensa agenda de los últimos días de Antony Blinken, el secretario de Estado (equivalente al ministro de Asuntos Exteriores) de los Estados Unidos, veremos el enorme esfuerzo que está haciendo el gobierno de Biden por intentar evitar males mayores en un contexto extremadamente volátil y peligroso. En pocos días, hemos visto a Blinken en Israel reuniéndose con Netanyahu, pero también con víctimas de Hamás; cosa que el primer ministro israelí no se ha atrevido a hacer todavía, por miedo a los reproches que seguramente recibiría por los errores de la seguridad israelí sin los cuales no se podría entender el desastre del 7 de octubre. De allí Blinken se dirigió a El Cairo, seguido de Amán y ayer de nuevo a Tel-Aviv, sin olvidar las conversaciones clave con Arabia Saudí.

A su vez, constan intensas gestiones norteamericanas con Qatar y Egipto para conseguir la liberación de algunos de los rehenes, por pocos que sean, buscando algún pequeño signo que pueda ayudar a enfriar una situación hasta ahora nunca vista. Es más, los Estados Unidos están trabajando para establecer corredores humanitarios y zonas seguras en el sur de Gaza, no solamente para intentar evitar al máximo el número de víctimas civiles, sino también pensando en el futuro; porque cuanto más alta sea la cantidad de muertes en Gaza, más difícil será construir un futuro con un mínimo de estabilidad en la región y, en especial, en Israel.

Obviamente el aplazamiento de la invasión israelí no se habría hecho de manera "gratuita", y más allá de la "filtración meteorológica" en el The New York Times, habría ido acompañado del anuncio por parte del secretario de Defensa americano, Lloyd Austin, del envío de un segundo portaaviones, y correspondiente flota, al Mediterráneo oriental. Un claro gesto, sobre todo dirigido hacia Irán y Siria, pero también a Hezbollah, del nivel de compromiso de los EE.UU. con la seguridad de Israel.

En cualquier caso, sea cierta o no mi hipótesis sobre el factor meteorológico en los tempos militares y diplomáticos en la región, lo que sí que se confirma es el rol clave de Blinken —con todo el apoyo de la Casa Blanca— como el hombre que busca o intenta construir "soluciones", ni que sean parciales, en un contexto de una complejidad e incandescencia extrema. Y si bien es cierto que algunos analistas apuntan a que esta iniciativa norteamericana se debería a motivos diferentes a los que indico, lo que es en cualquier caso relevante es que alguien con poder e influencia real está intentando rebajar la temperatura de una región que se encuentra a un paso del abismo.

Algo que contrasta clamorosamente con Benjamin Netanyahu, las críticas al cual no paran de crecer en su país, no solamente por las importantes responsabilidades con los mencionados fiascos en los ámbitos de inteligencia y defensa que comportaron que el ataque terrorista de Hamás resultara en un número escalofriante de víctimas mortales y secuestros. También por la manera en que está gestionando la crisis, ya que, como se ha dicho, todavía es hora que visite a las víctimas y, de hecho, solo habló con los familiares de los rehenes después de que se hiciera público que el presidente de los EE.UU., Biden, había tenido una videoconferencia de más de una hora y media con algunos de ellos.

Todo ha atizado de nuevo las acusaciones de parte de la prensa israelí contra su primer ministro que, de nuevo, acusan de estar más preocupado de su futuro político que del interés general del país que dirige. Un país y una región que se enfrentan al peor desafío en muchas décadas. Un conflicto que si la comunidad internacional no es capaz de contener, podría tener unos efectos desestabilizadores a escala regional y global difíciles de controlar.