Los recuerdos que tengo de la muerte de Francisco Franco los explico en el libro que acabo de publicar, titulado: Los felices ochenta. El libro tiene un capítulo introductorio dedicado a aquel período post mortem de la bestia del Ferrol, porque los ochenta no habrían sido los mismos si el dictador no hubiera muerto indignamente en la cama y con el "atado y bien atado" dibujado en los labios como última voluntad.

Cincuenta años después, nos alarmamos cuando los jóvenes conocen tan poco los estragos físicos y morales que provocó la dictadura, que han blanqueado a la bestia hasta el punto de que no saben nada de ella, ni de los crímenes perpetrados, y el 21% se declara partidario de ella. Del dictador, seguro, conocen sus descendientes, ahora nietos y bisnietos, que viven a cuerpo de dictador con la fortuna acumulada durante la dictadura. No había ninguna empresa creada a escala nacional en la que la familia no pusiera el cazo en forma de comisión o de acciones. Ver a los descendientes del caudillo y del hurto protagonizando páginas de la prensa del corazón mediante bodas o enseñando casas, haría caer la cara de vergüenza a la población de países como Alemania, a pesar de contar con un partido de nueva creación que desprende cierto hedor a nostalgia gamada. En un país normal, una vez establecida la democracia, la fortuna acumulada por la familia Franco debería haber sido requisada, pero los dejaron libres como vacas sagradas, campando por los latifundios de la Península como si estos formaran parte de su chalé privado.

Si esta juventud no sabe quién fue Franco y lo que significó en un país expoliado por los adictos al Régimen, no es culpa suya, ni se la puede hacer responsable de ello cuando los primeros blanqueadores fueron los impulsores de la Ley 46/1977,  publicada en el BOE el 17 de octubre de 1977 y que se conoce como la Ley de Amnistía. Con la excusa de ser generalista, esta ley nocturna y alevosa buscaba perdonar a todos aquellos que hubieran cometido textualmente “actos de intencionalidad política, cualquiera que hubiera sido su resultado, tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al 15 de diciembre de 1977”. Una ley hecha, básicamente, para salvar el cuello de los franquistas y el cuello de la joven democracia. Sin la Ley de Amnistía, los franquistas habrían pedido la insurrección a los militares fieles al Antiguo Régimen.     

Siempre tuve en gran estima la transición argentina, por el hecho de que hubiera tenido, como acto imperativo, llevar al banquillo de los acusados en 1985 a casi todos los militares de la junta golpista. Y aunque la transición fue modélica, los políticos encargados de democratizar Argentina deben asumir gran parte de la responsabilidad por la llegada de Milei. Cuarenta años después de 1985, que haya al frente del gobierno argentino un anarcocapitalista nostálgico de la junta militar de Videla, delata a los que tuvieron cuidado de la democracia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.   

Pasados los años, declararte antifranquista te convierte en un converso de la democracia 2.1 y un destructor de la conciliación nacional

Sin juicios en España, la Transición hizo de la anormalidad una normalidad, y quien no se declaraba antifranquista no era aceptado por vergüenza en el club de la política. Pasados los años, declararte antifranquista te convierte en un converso de la democracia 2.1 y un destructor de la conciliación nacional. Y estos revisionistas suelen concluir el discurso de garantes de la paz nacional con la frase “la democracia que nos dimos entre todos”, o de la Constitución que también, se ve, nos dimos entre todos. La cuestión es impedir abrir las ventanas para hacer desaparecer el olor a mierda. Las dificultades para sacar adelante la ley de la memoria histórica es la demostración de la podredumbre de un sistema que quiere condenar a la amnesia los años anteriores a la Ley 46/1977

Hubo muchos franquistas en este país. Decir lo contrario sería mentir. Y estos franquistas aceptaron la democracia tal como aceptaron una modernidad útil para sus intereses, y siguieron ocupando los poderes del Estado y dejándolos en herencia a su parentela por un supuesto derecho de conquista. Se trata de un franquismo sociológico que cree que el poder es suyo y que malvive en la oposición como los militares golpistas del 23F malvivían en la democracia. En el fondo, esto de ser demócratas les ha permitido dar lecciones de democracia sin condenar nunca el franquismo, una palabra tabú. 

Que los jóvenes no sepan muy bien quién era el Generalísimo es culpa de una democracia que ha crecido adoctrinando a las nuevas generaciones en el olvido. Y si no, recordemos aquel helicóptero que surcó los cielos hasta aterrizar libre de pecado en la localidad de Mingorrubio. Hace cinco años que exhumaron el cuerpo del Caudillo del Valle de los Caídos, y lo que parecía un hecho necesario para la salud democrática quedó como una excentricidad de un gobierno progresista. Enterrado en el cementerio de Mingorrubio, la tumba de Franco es un lugar de peregrinaciones furtivas y no tan furtivas.

Declararse admirador de Franco ya no te excluye de acabar ocupando un asiento en el Congreso de los Diputados. Todo esto del franquismo está ahora tan naturalizado que incluso gran parte de los protagonistas de la Movida madrileña, muchos de ellos, hijos de la burguesía acomodada franquista, se han atrevido a quitarse la careta ideológica. Si en los ochenta se declaraban seguidores del alcalde Enrique Tierno Galván por enrollado y por ser un impulsor crematístico de un movimiento cultural caracterizado por tener mucho más pan que queso, actualmente son declaradamente ayusistas o descaradamente nostálgicos de la España autárquica, libre de ideologías disgregadoras. Y si ellos, como tantos otros que vivieron las calamidades del franquismo, no son declaradamente antifranquistas, ¿cómo podemos exigir a la juventud un espíritu combativo contra un régimen y un dictador que les parece del paleolítico? La dejadez memorialista no ha sido una distracción, sino, más bien, un error calculado y consensuado. José María Aznar, uno de los amnistiadores morales del franquismo, ya lo dijo: “preocúpate del qué, nunca del porqué”.