Tengo 47 años. Nací en Barcelona y trabajo como librero, pero de oficio soy periodista. Siempre me he planteado la vida en base a los proyectos que me han permitido aprender algo. A partir de un determinado momento, personalmente, entré en una especie de rutina a partir de la que me dejó de interesar el sistema del periodismo. No fue un problema de mi oficio, que es fantástico, sino de la dinámica empresarial y de intereses que lo quiere empequeñecer. De repente, quizás por la crisis de los 40, me di cuenta de que me aburría mucho. Abrí la Nollegiu (calle Pons i Subirà 3, Poblenou) el 27 de octubre del 2013, un domingo. Por la mañana, ya no escucho la radio generalista informativa. Empiezo el día poniendo Catalunya Música. Me encanta la sensación de llegar a casa y preguntarle a mi mujer, que todavía ejerce de periodista: “¿ha pasado algo hoy?”. Vivo felizmente desinformado, en una especie de information diet. En Twitter incluso tengo palabras silenciadas, entre otras la mayoría de las relativas al monotema, sobretodo porque quiero vivir tranquilo y cuando entro en Twitter (que, por otro lado, es una herramienta necesaria para promocionarse y saber qué hacemos los libreros) hay palabras que me alteran, que me exaltan. Vivo mucho mejor en el terreno de la ficción que no en el de la realidad.

Xavier Vidal Llibreter Nollegiu - Sergi Alcàzar

Las librerías son noticia sólo cuando cierran, casi nunca cuando abren.

Según me contó alguien hablándome de un informe reciente del Gremi de Llibreters, en los últimos 5 años se han abierto 82 librerías en Barcelona, y su saldo final acabó siendo positivo. Yo hoy te habaré, por decirlo de algún modo, sin la presencia de mi abogado. Todo esto tiene relación con eso de lo que tanto se habla últimamente: la construcción del relato. A mí, más que afirmar cosas, me interesan las preguntas. De hecho, cuando leo entrevistas presto más atención en las preguntas que a las respuestas. Mira, los libreros (es muy bonita esta historia de la época de la lectura, de la batalla continua, de la resistencia cultural y de toda esta coña mística), pero básicamente somos gente que tenemos un negocio. Dicho de otro modo, es un negocio especial y, en cierta forma, muy duro. Pero no somos héroes. Héroes, a mí, me parecen por ejemplo los arquitectos. ¿Cuántos han tenido que cerrar sus despachos? ¿Cuántos trabajadores muy bien formados han tenido que irse del país porque aquí no había trabajo? ¡Pues la mística del arquitecto no la veo en ningún sitio!

Una librería debe tener identidad y ha de crear una comunidad

Con los libreros nos pasa un poco como con los bármanes. Los vemos rodeados de botellas de whisky y de chatis y nos pensamos que llevan una vida de puta madre…

Claro, nadie piensa en hacer facturas para proveedores, en tener que limpiar el almacén o en haber de expulsar a los borrachos a las dos de la madrugada… ¡Un librero hace muchas cosas! Yo siempre establezco una diferencia muy clara entre una tienda de libros y una librería. La diferencia, en los últimos años (con las aperturas de librerías de la segunda categoría como La Impossible, La Memòria, La Calders, etcétera), la diferencia se ha engrandecido. Porque son librerías que hemos abierto gente que no veníamos necesariamente de la industria del libro pero nos gusta mucho la literatura. De hecho, la mayoría de nosotros entendemos que lo más importante no es el libro, sino lo que realmente transciende es la lectura. Confundimos demasiadas veces estas dos cosas: una es instrumento y la otra es la finalidad de todo el asunto. Los libreros de esta última quinta más algunos de inmediatamente anteriores (la Espolsada de Les Franqueses, Peu de Pàgina en Sarrià, la Aranya en Cerdanyola… que hacen un trabajo sensacional) entendimos que si nos quedábamos en la puerta tras el mostrador esperando a que la gente entrara a comprarnos un libro tendríamos muchos números para acabar cerrando.

Nosotros queríamos una librería para establecer una relación muy determinada con el público, con los autores, con los editores… y eso genera otro perfil que va mucho más relacionado con la gestión cultural. Y después hay dos palabras fundamentales: la librería debe tener una identidad (uno debe saber qué identidad ha de tener su librería; si esta personalidad es la de vender best-sellers y en eso son buenos profesionales, ¡pues de coña, porque encontrarán un público para su producto!) y ha de crear una comunidad. Sólo las comunidades sólidas fortifican los proyectos.

Protagonizas una historia de éxito. Has ampliado espacio y abres una nueva librería en el Clot.

Éxito es una palabra muy resonante. ¿Qué es el éxito? ¿Abrir otra librería, hacer mucha pasta, vender muchos libros? No lo sé, las variables del éxito dependen del contenido con el que dotemos a la palabra… y yo no me siento muy cómodo con este concepto. Nosotros empezamos una librería en la calle Amistat que tenía setenta metros cuadrados de exposición al público y, en un determinado momento, en dos años, nos encontramos ante la necesidad de ampliar el espacio porque cuando hacíamos actividades, teníamos que cerrar la librería y no podíamos vender. En este edificio de la  calle Pons i Subirà hemos tenido mucha suerte, porque es un lugar muy emblemático que los propietarios no querían vender, ni malbaratarlo, porque lo querían para el disfrute del barrio. Nos pusimos de acuerdo con un precio justo para las dos partes y que yo pudiera pagar. El hecho de abrir una nueva librería en el Clot no quiere decir que yo me pueda comprar un yate la próxima semana sino que, simplemente, el éxito comporta que, de momento, pagamos a todo el mundo y que a fin de año nos queda todavía alguna cosita ganada. ¿Mañana? Ya lo veremos. Vender libros es el horizonte inmediato, aquello que mantiene la librería. Pero lo que más me interesa es el objetivo final de todo el viaje; la comunidad fuerte, que crece, que tiene pasión por los libros y que tiene la capacidad de animar a otra gente a la que esto de la lectura hasta ahora pues quizás se le antojaba difícil pero que ahora se decide a probarlo. 

Nollegiu abre justamente cuando las librerías se transforman en creadoras de contenido, son un lugar donde pasan muchas cosas.

Mira, el lunes en el Clot pasó que Juan Trejo y Patricia Almarcegui fueron a hablar de literatura y de viajes. Ayer, aquí en el tercer piso del Poblenou hicimos un curso mensual sobre literatura japonesa. El sábado hacemos un encuentro que me hace mucha ilusión con Joan Badia, que es prior de una comunidad carmelita, sobre poesía mística y san Juan de la Cruz. Domingo (hoy, para los lectores; entrada libre) estaremos haciendo un diálogo sobre Des de fa dos mil anys de Mihail Sebastian, traducida por Xavier Montoliu, con él mismo, Francesco Ardolino y la editora Maria Muntaner (Lleonard Muntaner). En el Clot también haremos la primera actividad infantil de cuentacuentos con el libro Lota, la catxalota de la escritora Roser Rimbau y el colectivo de ilustradores Rosa Sardina (Virus Editorial). Vamos pensando en cursos sobre Cocteau, Renard… en fin, intento tener una oferta lo más amplia posible.

Xavier Vidal Llibreter Nollegiu - Sergi Alcàzar

¿Se hace más negocio con actividades paralelas o mediante la compra estricta de libros?

Con la compra. Sí que es cierto que –en estos seis años, que han sido duros desde el punto de vista económico, con una bajada de vendas muy importante en determinados momentos (que en otros ámbitos de negocio habrían podido ser fatales)– tuvimos mucha suerte al tener un programa tremendamente rico en actividades y cursos. Porque las actividades y los cursos complementaron la bajada en ventas. Sin eso habríamos sufrido mucho más.  

La Nollegiu es un espacio para acudir, pasear, estar tranquilo y pasar el tiempo. No para ir con prisas

Abres los domingos. Muy a favor.

Siempre, de octubre a junio. Me parece que domingo es un día fantástico, y abro cada domingo desde el primer día de la Nollegiu, ¡y el primer año lo hacía por la mañana y por la tarde! Abríamos todos los domingos y estaba yo solo. ¡No sé como pude aguantarlo y cómo no me expulsaron de casa! ¡Pero es que es un día cojonudo! Por la mañana, de diez a dos, el Poblenou (a los barceloneses, una gente por lo general muy holgazana, ¡nos parece que venir aquí es casi como viajar al extranjero!) está lleno de vida. Mira, en esta coña del Google My Business, hay gente que te pone valoraciones y tal. A nosotros siempre nos ponen un cuatro o un cinco, que es una puntuación muy alta, y nos sentimos muy bien valorados por el público en general. La única persona que puso dos o tres estrellas en un comentario fue alguien que dijo “la librería está bien, pero la encuentro poco segmentada y, además, tardan demasiado en cobrarte.” Y yo pensé: tiene toda la razón del mundo, eso es así, y le contesté: “Efectivamente, nos gusta la vida lenta”. Esta es un espacio para acudir, pasear, estar tranquilo y pasar el rato. No para tener prisa.

¿Tendrías un best-seller en la librería si fuera de calidad?

Si tiene calidad, sí. ¿Quién dice que es la calidad? ¿Quién la fija? ¿La academia? ¿Tú? ¿Yo? No lo sé: yo tengo los libros que a mí me gustan. Intento ser muy respetuoso con la gente, porque es muy difícil que alguien lea un libro. ¡Que entre una persona en una librería y me pida un libro que no tengo, o que tengo en el almacén, a mí me merece un respeto enorme! Alguien que dedica tres minutos a entrar en una librería, a preguntar si tienes un libro (ya sea porque se lo han dicho en la tele o por recomendación de un amigo) todos tendríamos que tenerle un respeto enorme, a pesar que quiera un libro que yo no me leería en mi vida. ¿Quién soy yo para juzgar a una persona por escoger una determinada lectura? ¿Debemos pretender que todo el mundo lea La divina comedia de Dante? Yo tengo los libros que me gusta tener, eso sí, pero también otros que los tengo porque la gente me los pide muchas veces.

Me preocupan mucho más las series de Netflix y HBO que no Amazon o el libro electrónico

No, ¡te suspendería si no me la hicieras! Porque todo el mundo espera esta pregunta. Vamos a fijar los términos de la discusión. Yo no hablo de la empresa esta que tú citas: la he rebautizado como Voldemort, porque es lo innombrable. Voldemort no es una librería; es una empresa de logística de transporte que vende libros o, si lo necesitas, un avión. Por tanto, para mí Voldemort no es un enemigo: la gente que compra ahí lo hace por necesidad, quizás porque no tiene una librería cerca de casa y quizás en otra ocasión sí que visite una librería o quién sabe también si no acude nunca a librerías. ¿El libro electrónico es mi enemigo? No, porque, nuevamente, a mí lo que me interesa es la lectura, la creación y la consolidación de un público. A mí lo que me preocupa son las series. Primero, porque son muy buenas y, segundo, ¡porque yo mismo estoy enganchado! Hay mucha gente lectora como servidor que, mientras mira series fantásticas de Netflix o de HBO, no puede leer. Yo, de hecho, me he tenido que autodisciplinar. Por eso busco series con capítulos de media horita, como Inside No. 9, una mixtura entre La Dimensión desconocida y Black Mirror. ¡Pero miro un capítulo y después me dedico a leer porque a mí me gusta! Pretender que todo quisque le guste leer me parece absurdo y poco natural. Yo no hablo de enemigos, sino de competencia. Y nuestra competencia no es Voldemort, es la narrativa televisiva que te engancha, porque es muy buena.

Xavier Vidal Llibreter Nollegiu - Sergi Alcàzar

Hay muchos lectores que habían perdido el hábito de concentración lectora y existen novelas gráficas que son auténticas obras maestras que se la han devuelto

La comunidad de la Nollegiu.

Es muy variada, y se ve en la lista de los libros más vendidos. Los dos del año pasado aquí en Poblenou fueron Otra vida por vivir de Theodor Kallifatides (Galazia Gutemberg) y Canto jo y la muntanya balla de Irene Solà (Anagrama). Contra Amazon (Galazia Gutemberg) de Carrión también nos fue de coña. Periscopi, por ejemplo, es una editorial que vende de una forma muy constante, con un ritmo de tres o cuatro libros por semana, y además de títulos diferentes y de cursos anteriores, cosa que está muy bien. Hay gente que pasea por aquí y se lleva La montaña mágica, hay mucha gente que viene a comprar sólo poesía porque nuestro catálogo es muy generoso, por el simple hecho de que a mi me gusta mucho la poesía. Fíjate, a mí me ha pasado una cosa: yo ahora estoy leyendo de nuevo narrativa catalana de ficción traducida, un género que de joven, en los años ochenta, había leído sobretodo en español. De hecho, si tuviera que ponerme a escribir algo de no ficción creo que me saldría en español. Y ahora, afortunadamente, eso esta cambiando porque existen enormes traductores en catalán que han entendido que esto de la construcción de la lengua literaria es un asunto muy importante. Como dice Casasses, el poeta tiene que utilizar el lenguaje que le parezca: Decía “los filósofos aprenden de los poetas y los poetas aprenden de los borrachos de la calle”. Mi cultura de poesía, en cambio, es sobretodo en catalán. También encuentro a mucha gente interesada por la novela gráfica, que a mí me parece un género fenomenal. Hay muchos lectores que habían perdido el hábito de comprensión lectora y existen novelas gráficas que son auténticas obras maestras y se les han devuelto a la lectura.

Esto del catalán no debe convertirse en un acto de resistencia, porque dando pena no vas a ningún lado

Segunda pregunta tópica y de suspenso. ¿Podrías sobrevivir vendiendo sólo libros en catalán?

No, es imposible. No hay mercado. Para empezar, yo creo que la gente de más de una determinada edad, cerca de los cuarenta, leíamos en catalán en los 80 y no entendíamos nada. Las traducciones eran demasiado novecentistas, que tiene una explicación totalmente lógica, histórica, lingüística e, incluso, de país. Pero muchos nos acostumbramos a leer en español, sumado al hecho de que la oferta en esta lengua era, por lógica, mucho más mastodóntica. A mí mucha gente que es catalanoparlante en un 100% de su vida oral todavía me pide libros sólo en español. ¿Cuándo nos acostumbramos a ver tele en catalán? Pues con el ejemplo típico:  “Sue Ellen, ets un pendó”. Uno de los grandes aciertos de nuestra tele pública y privada, por ejemplo, ha sido el de transmitir el fútbol en catalán. Si ahora la tele catalana comprase los derechos de los partidos de las ligas argentinas, de la Copa Libertadores y tal y lo retransmitiera en catalán, tendríamos la tira de latinoamericanos que lo escucharían en catalán y así lo aprenderían. ¿La gente joven? No veo que hable más en catalán.

Lo que me molesta es que esto del catalán acabe siendo un asunto de pura resistencia: porque queriendo dar pena no vas a ningún sitio. Y también debemos ser conscientes de una cosa; aunque en todos los países donde se habla catalán, incluyendo el Alguer, se hablara la lengua y compraran libros en catalán, todavía sería un mercado muy pequeño. “Oiga, es que Dinamarca es todavía más pequeña que el nuestro”, me podrías decir. ¡Pero es que allí la gente lee libros en inglés! ¿Qué hacen los autores daneses? Pues si se quieren ganar la vida lo que hacen es vender traducciones, ¡porque saben que en el mundo ni dios lee danés! Por eso me gusta mucho esta generación, especialmente de mujeres, que sacan sus libros directamente en catalán y en español. El libro Haiku a Brooklyn de Joan Vigó (laBreu Edicions), por ejemplo, a parte de que es un libro que me encanta, podría ser perfectamente una novela norteamericana, a pesar de que su personaje venga de Barcelona. ¡Porque te habla de cosas que un tío de Nebraska puede entender perfectamente¡ Yo creo que debemos intentar que los autores que escriben en catalán puedan vivir de la literatura que fabrican y exportarla.

Me cuenta un espía que la Nollegiu la hiciste aquí porque cerca tienes una de las bibliotecas que tiene mejor índice de préstamo en Barcelona. ¿Qué relación deben tener las librerías con las bibliotecas?

La pregunta tiene mucho sentido y la enmarcaría en otro ámbito. El mundo del libro, en general, ¿lo está haciendo bien? ¿Hay alguna política que funcione? La respuesta, en este caso, es que no. Tampoco tengo la solución, pero me resisto a abandonar la pregunta. Éste es un país que lleva cuatro años sin presupuestos, que hace campañas de fomento de la lectura con una dinámica que no entenderé nunca, y que se hacen pensando solamente en los niños. ¿Los niños? ¡Pero si los niños ya van a la escuela! Pues algo no estaremos haciendo bien, ¡porque si tenemos que hacer campañas para que los niños vayan a las librerías es que en algún sitio no se les está enseñando que hay un lugar llamado librerías y otro llamado bibliotecas! Hay muy buenos profesores en todos los coles, de eso no me cabe la menor duda. Mira, yo soy muy fan del libro de Wagensberg Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? (Tusquets Editores). ¿Nos estamos haciendo las preguntas correctas? Es decir: cuatro años sin presupuesto, un sistema de bibliotecas amplísimo, una red de librerías donde no sólo se hace venta sino que hacemos programación, formación, de todo… es decir, la capacidad creativa de bibliotecarios y de libreros es enorme y geográficamente amplísima. ¡Y mientras la institución continúa funcionando como si aquí no hubiera pasado nada! Aparece Voldemort, las series de la tele en suscripción, muchísimas más variables… y nadie, absolutamente nadie, es capaz de hablar de este tema. Tenemos una Dirección General que hace lo que puede, pero se ha visto que no basta.

Las instituciones se llenan la boca con la importancia de la lectura, pero cuando hacen planes para fomentarla sólo hacen planes para fomentar operativos industriales

A mí si la gente lee o no lee, francamente, me la suda. La gente, con su tiempo libre, que haga lo que quiera. Yo estoy harto de oír la salmodia del “es muy importante el libro, es muy importante la biblioteca, y que todos los niños lean” y toda la coña esta. Todo esto está muy bien. Pero, frases hechas aparte, ¿qué cojones hacemos ahora? Porque si las grandes campañas de lectura son como la de hace 6 años, cuando yo ya me cagué en dios, que era darle un tique de compra a un niño para que la familia le lleve a comprar un libro a cargo del presupuesto público, pues no sé si esto arregla mucho las cosas… A mí no me vale que se gaste pasta pública con unas banderitas donde se dice “leer nos hará libres”. Porque leer puede hacernos libres, pero también pueden hacernos libres muchas otras cosas. ¿Dónde está el valor de la lectura? ¿Dónde ves un político con un libro de ficción debajo del sobaco? ¿Dónde está esta gente? ¿Hay alguien ahí? Las instituciones se llenan la boca con la importancia de la lectura, pero cuando hacen planes para fomentarla lo único que fomentan son operativos industriales. La Dirección General de la lectura no lo es de la lectura; es la del libro, o todavía peor, de la compra de libros. Cuando te hablan de lectura te disparan un Power Point  lleno de diagramas, planes, planitos y toda una sarta de mandangas. ¿Pero dónde está la carnaza? ¿Dónde está el concepto de fondo? ¡No está!

La culpa siempre es de los demás…

¡Qué va! Hablemos del sector, de lo que nosotros (también las librerías) hacemos bien o mal, desde muchos puntos de vista. ¿Cómo articulamos un sistema que produzca menos y haga más? ¿Cómo evitamos que la burbuja del libro acabe explotando? ¿Es normal y económicamente razonable que el día de Sant Jordi, el único día en que el público es cautivo del sector, se contemplen descuentos superiores? ¿Cómo es que las rosas aumentan de precio y a todo el mundo le parece natural? ¿Cómo es que las gambas están por las nubes el día 24 de diciembre? ¿Por qué premiamos a la gente que no compra libros durante todo el año y a aquellos que compran todo el año sólo les podemos hacer un irrisorio 5% de descuento? ¿Por qué las presentaciones de libros no pueden ser de pago como en Inglaterra o Alemania? ¿Por qué algunos distribuidores continúan enviándonos libros en envases de plástico y lo aceptamos? ¿Por qué no se articula un sistema que evite el hecho de tener a manadas de furgonetas vagando por las ciudades? ¿Por qué no mejoramos en un formato más ágil las bases de datos entre librerías para localizar libros que las distribuidoras no tienen? ¿Qué pasa realmente con los libros usados? ¿Cuál es el presupuesto de bibliotecas destinado a compra automática en librerías? ¿Por qué algunas editoriales hablan tan bien de las librerías y después en sus webs ponen enlaces a Voldemort? ¿Por qué las librerías pequeñas y medianas no podemos ofrecer catálogos de libro electrónico sin morir en la inversión? Y así, preguntas y preguntas que pedirían respuestas y alternativas. Pero ahora saldrá el clásico que pedirá el gran pacto del libro, el libro blanco del libro, el grupo de trabajo del libro. Yo soy napoleónico. Si quiere soluciones, escoja a un responsable. Si no las quiere, cree una comisión. Preguntas, más preguntas, pero todas con el nexo del valor de la lectura.

Xavier Vidal Llibreter Nollegiu - Sergi Alcàzar

He aprendido mucho más leyendo ficción que no leyendo noticias

Pues usted dirá qué es el valor de la lectura, señor librero.

Para mí, entre otras cosas, es lo que te he dicho antes. Yo he aprendido mucho más leyendo ficción que no leyendo noticias. En la literatura he encontrado personajes que podrían ser reales y que tienen una alta capacidad de empatía. Personajes con los que discrepo abiertamente, pero que me enseñan que determinadas personas actúan de determinada forma por una determinada razón. Antes me preguntabas esto de las bibliotecas. Mira, recuerdo perfectamente cuando le dije a mi padre que abriría una librería. Me formuló una gran pregunta, muy sabia: “¿Seguro, chaval?”. Le respondí: “Sí, y la abriré en Poblenou porque he encontrado un espacio fantástico y es cojonudo, porque está a 150 metros de una biblioteca y además es la que tiene el segundo índice de préstamos más alto de toda Barcelona.” Claro, ¡mi padre se quedó blanco! Y me espetó: “Pero niño, ¡si en la biblioteca los libros se pillan de gratis!” Pues tenemos que recordar que esto es mentira, porque la gente no piensa que las bibliotecas las pagamos entre todos, como la sanidad. Por tanto, de gratis nada de nada. Y añadí: “No, papá, la cosa no va así: si hay biblioteca y no existe índice de préstamo no puedo abrir una librería, porque no habrá mercado! ¡En cambio, si hay préstamo, significa que habrá lectores, y quizás buscan un libro que está prestado y, al no encontrarlo, vendrán a comprármelo!”. Además, los lectores tenemos una particularidad: nos gusta regalar libros somos proselitistas.

Si quisiera ser librero de tu equipo… ¿qué me exigirías?

Primero, si has trabajado en una librería. Segundo, te preguntaría cómo te imaginas que será tu trabajo. Y tercero, te preguntaría cuánto nivel de paciencia tienes. No me canso de repetirlo. Yo ya lo sabía antes de empezar, pero eso de ser librero no es como la gente se piensa… que tienes tanto tiempo para leer: “es que es taaaan bonito estar rodeado de libros.” A ver, que lo es, ¿eh? ¡Es maravilloso, y hablar con la gente, y recomendar libros! Pero no es sólo recomendar libros. Primero, porque antes de recomendarlos tienes que haberlos leído o como mínimo tener la información suficiente sobre los mismos. Y en la librería no se lee. Yo aquí leo albaranes, facturas, coloco libros, hago devoluciones, recibo novedades… esto es una locura. Piensa que cada semana podemos abrir hasta 150 cajas.

La crítica literaria ya no existe; sólo se hacen reseñas

Desde que abriste, también han proliferado los podcasts, suplementos culturales como nuestra Llança… ¿eso ayuda a crear lectores? ¿La crítica tiene influencia en el lector?

¿La crítica? ¿Qué crítica? La crítica literaria no existe, si la entiendes como el escrito de un especialista en un ámbito, en este caso en literatura, y que confronta un libro con el canon y dice “aquí se ha saltado el canon y me gusta o aquí se lo ha saltado y es fallido” y etcétera. De esas quizás he leído dos o tres en un año, pero la crítica no existe. Existen las reseñas de libros. Y te confieso una cosa: a mí las reseñas me van muy bien. Porque como librero me sirven de guía, y aquí cada uno opta por los reseñistas que le generan más confianza. Ahora, ¿esto ayuda a crear público? Pues mira, no sé, porque al final todo acaba siendo una burbujita donde estamos los mismos de siempre. A mí me cabrea y me decepciona cuando hablo con gente que te observa leyendo y hacen aquella mirada como diciendo “este lee, este es un intelectual”, como si fueras un bicho raro. Yo no soy un intelectual, soy un tío que disfruto leyendo, y sobretodo me gusta aprender leyendo. El mundo del periodismo cultural acaba siendo un poco como Twitter, donde unos cuantos hablamos entre nosotros sobre cosas que ya sabemos. Son como hermandades sectarias, como si la gente que hace macramé sólo hablase entre los locos del macramé. Y eso me preocupa bastante.

Te compro tres libros.

Por indicación de Ada Bruguera, nuestra librera del Clot (de la que me fío bastante) me estoy acabando En aquest món, per un moment, som grandiosos (Anagrama, hay versión española de Jesús Zulaika Goicoechea) de Ocean Vuong, un autor vietnamita que emigró muy joven a los Estados Unidos. Es una carta a su madre, escrita por un tií que, generalmente, publica poesía. Después me ha encantado un volumen que ha publicado la colección Babel Cafè Central y Llibres del Segle de un rumano llamado Dinu Flamand. Se titula Ombres i escullera, es poesía, y tiene unas creaciones de imágenes naturales que es una auténtica pasada. Lo han traducido Corina Oproae y Jordi Valls. Y tres, para variar un poco y darte algo de no ficción, te recomiendo encarecidamente un ensayo titulado El infinito en un junco de Irene Vallejo en Siruela, un ensayo maravilloso sobre la historia de los libros que es una auténtica es una auténtica delicia y ya lleva siete ediciones.