A finales de octubre de 2016, el mismo día en el que la abstención del grupo socialista permitiría la reelección de Rajoy, Gabriel Rufián nos regaló una de sus mejores performances congresuales cuando se dedicó a acusar a los diputados del PSOE de “traidores” y “vendidos”, de doblegar sus convicciones políticas a la “cacique de una comunidad con cifras récord de paro” (en referencia a Susana Díaz), recordando de paso la influencia del entorne de Felipe “GonzaleX” en la decisión de matar a Pedro Sánchez quien, en dicha prehistoria lejana, solamente era un paria más de la política. “Señores del PSOE Iscariote”, decía el portavoz de ERC desde el atril y en una poco disimulada referencia al terrorismo de estado sociata: “Ustedes llevan cuarenta años dando una de cal y otra de arena”.

Ayer recordaba esta intervención, una de les muchas apelaciones del amigo Rufián al pasado violento del PSOE, cuando leía un amabilísimo tuit del republicano recordando a Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien definía como “uno de los políticos con más talento de una de las generaciones más talentosas de la historia de la política española”. Podría ser comprensible que un político todavía socialista como el jubilado Ernest Maragall expresara un pésame tan intenso, pero que el independentismo en pleno haya llorado a Rubalcaba como si se hubiera vuelto a morir Guifré el Pilós indica hasta qué punto los dos partidos principales del movimiento secesionista no tienen intención alguna de romper su relación con España. Disfrazada de cursilería empática, la moral de esclavo emerge libre.

Bajo el manto de la empatía y del lagrimal se intenta bajar el listón de forma catedralicia

Resultaría incluso entrañable recordar como Rubalcaba fue uno de los políticos que había negado sistemáticamente la indiscutible violencia ejercida por el estado contra los etarras (una coacción ilegal, dicho sea de paso, de la que soy absolutamente partidario), pero la cosa resulta mucho más risible si uno recuerda que Rubalcaba no sólo fue uno de los principales recortadores del estatuto catalán vigente, en estrecha relación con Convergència, sino que hace pocos meses aseguraba que España pagaría cualquier precio para matar la figura del president Puigdemont, a pesar que los métodos practicados en la operación no fuesen estrictamente éticos. Cuando ves a independentistas convergentes y republicanos definiendo a Rubalcaba como “un hombre de estado” te das cuenta de hasta qué punto los líderes catalanes sienten envidia del maquiavelismo español.

Sabíamos de sobra que el sentimentalismo no sólo ha devenido el nuevo eje rector de la política catalana, sino que configura el espacio ideal para disimular las renuncias y los pactos contra natura de nuestros representantes. Pensemos de nuevo en la cutre jornada de duelo de ayer, concretamente en la risible intervención de Iceta recordando a Don Alfredo en un sarao del PSOE mientras lloraba, imagen patética (digna del lloriqueo habitual en el griterío de Junqueras) que uno debe complementar con la intención de algunos líderes republicanos de facilitarle la presidencia del Senado español al capataz del socialismo catalán a cambio de mínimas concesiones. Como vemos de nuevo, bajo el manto de la empatía y del lagrimal se intenta bajar el listón de forma catedralicia.

Esta ha sido, en definitiva, la última victoria de Rubalcaba: haber luchado toda la vida contra los indepes y que éstos acaben trabajando como sus sepultureros. Un político enorme, cierto es.