Creo que vale la pena valorar lo que ha supuesto este año el Barça para el estado de ánimo colectivo en un momento en el que en el país parecía que nada funcionaba bien. Lo más interesante ha sido que, cuando menos lo esperábamos, ha despertado en nosotros el instinto de superación, el no rendirse nunca y el espíritu de remontada que han impuesto unos adolescentes capaces de trasladar a los veteranos un singular espíritu de lucha, confianza en las propias fuerzas y, por supuesto, el coraje de la voluntad de vencer, una auténtica lección para el conjunto del país.

Antes de continuar, y para ser honesto, me permitirán una confesión personal que creo necesaria. No soy ningún hooligan azulgrana. Cuando tenía seis años, mi primo Joanfran me regaló una insignia para que me hiciera del Espanyol. Como mi hermano mayor era del Barça, quise marcar la diferencia con el heredero y acepté aquel escudo como un acto de rebeldía. Más tarde, ya adolescente, como todos los amigos eran del Barça, no tuve más remedio que unirme a la pandilla, sobre todo porque después del partido —que era lo más divertido— lo comentábamos en el bar Neutral de la calle Calvet, donde hacían unos bocadillos buenos y voluminosos. Y aunque íbamos al Camp Nou y todos gritábamos “Visca el Barça”, yo, para fastidiar a los colegas, me reivindicaba después como perico. Siempre he preferido la heterodoxia a la ortodoxia. Sin embargo, ir al Camp Nou o seguir los partidos por televisión se convirtió en una actividad cada vez más frecuente desde la llegada de Johan Cruyff, y ya no digamos cuando lo dirigía Pep Guardiola, una afición que con el tiempo he transmitido a mis hijos y traslado a mis nietos, protagonistas blaugrana de mi fondo de pantalla.

Con todo, siempre he valorado la función del Espanyol como un conveniente antídoto al monopolio sentimental que ha representado el Barça en Catalunya. De hecho, el Espanyol no existiría sin el Barça. Es, en esencia, el anti Barça. El nombre del Espanyol también lo conoce todo el mundo y es inevitable que se apunten los abanderados de la rojigualda más resentidos, que suelen significarse con las formas más energúmenas. Pero también hay que decir que no todos son así. Buena parte de la afición blanquiazul es buena gente, algunos se sienten tan catalanista como el que más y otros se reivindican también como rebeldes ante la mayoría. Y es justo valorar la labor de catalanización del club que han llevado a cabo los hermanos Sánchez-Llibre.

Qué cosas: bajo el franquismo, el Espanyol era el equipo del Gobernador Civil, y ahora el Espanyol es el equipo del president de la Generalitat, Salvador Illa; del diputado Rufián... bueno, pero también del dirigente de Junts, Jordi Turull, mientras que el president exiliado, Carles Puigdemont, nunca oculta su orgull gironí y su distancia emocional respecto al mundo de Can Fanga. También han ejercido de antídoto al monopolio azulgrana la Penya de Badalona en el ámbito del baloncesto; el Granollers, en balonmano, o el Reus y el Voltregà en hockey.

Ciertamente, el fútbol no es más que un juego de pelota, pero los jovencitos de la Masia lo han convertido en un bello espectáculo con efectos antidepresivos. Cuando más lo necesitábamos, a nivel individual o colectivo, el Barça ha funcionado como un refugio de pasión, autoestima, alegría y esperanza

La tesis de que el Barça es más que un club viene sobre todo del franquismo, cuando el apoyo al equipo azulgrana era la única expresión medio tolerada de complicidad catalanista. Después, según quién fuera el presidente, el catalán y el catalanismo han sido más o menos practicados. A menudo se ha utilizado y se utiliza al Barça para reducir el conflicto nacional a una mera rivalidad futbolística, una forma de trivializar la reivindicación nacional. No pocos dirigentes políticos y empresariales han disimulado su españolismo político radical con un barcelonismo bastante folclórico. En este sentido, Joan Laporta es el único que se ha declarado abiertamente independentista, ha actuado en consecuencia… y sus adversarios también.

Desde el inicio del proceso soberanista, el Barça ha pasado a formar parte de las instituciones sospechosas y enemigas del Estado, pero no por decisión propia. En el pasado, eran los catalanes quienes amaban al Barça porque era más que un club; ahora, en cambio, son organismos públicos y federativos españoles los que expresan de diversas maneras su odio a la entidad azulgrana como si se tratara de un enemigo del sistema, lo que ha avivado aún más la pasión azulgrana.

Desde hace un tiempo, todo en el Barça ha sido una carrera de obstáculos, desde las finanzas hasta los jugadores, pasando por los árbitros. No hace falta ser paranoico: no todo es una conspiración, porque los errores de quienes dirigieron el club en épocas de vacas gordas son bien conocidos. Pero lo que esta temporada ha quedado más en evidencia es que también en el ámbito deportivo los organismos —la Federación, la Liga, el Comité de Árbitros— conforman en su conjunto un Régimen. Un Régimen dirigido sistemáticamente por personas vinculadas al Real Madrid. Es la sección deportiva del sistema político que funciona impunemente con cloacas, guerra sucia, policía patriótica y justicia partidista. Y este año el Barça ha conseguido dejarlo en evidencia ante el mundo entero.

Mirando atrás, la temporada comenzó con poco interés, sabiendo cómo se había reforzado el Madrid, pero también por el hecho de tener que jugar en un estadio que no era el propio y que está en la cima de una montaña de acceso complicado. Además, los problemas financieros del club impedían incorporar nuevos jugadores. Sin embargo, el equipo empezó ganando al Madrid la Supercopa, el juego de los jóvenes impresionaba, las chicas del femenino —también hay que decirlo— levantaban el prestigio internacional de la entidad, y un día por Pedri, otro por Lamine, los partidos del Barça se convirtieron en una cita principal de la semana. No ha habido semana más aburrida que cuando la Liga se detiene por los partidos de selecciones.

De Gaza y de Ucrania solo nos llegan noticias angustiantes y vergonzosas para la Unión Europea. Donald Trump se ha propuesto encarecernos la vida y vaciarnos los ahorros. La política española es un continuo pim-pam-pum sin pies ni cabeza, y la política catalana no interesa a nadie. Y de repente nos quedamos todos a oscuras, sin saber por qué... Ciertamente, el fútbol no es más que un juego de pelota, pero los jovencitos de la Masia lo han convertido en un bello espectáculo con efectos antidepresivos. Cuando más lo necesitábamos, individual y colectivamente, el Barça ha funcionado como un refugio de autoestima, pasión, esperanza y alegría al que solo podemos estar agradecidos. Así que ¡Visca el Barça y visca Catalunya!