Hay personajes de la vida política española que si no fuera por Catalunya no sabrían qué hacer. Desde la infausta derrota del 11 de septiembre de 1714, en España han proliferado los dirigentes políticos que han hecho carrera a costa de los catalanes, que si Catalunya no hubiera existido se la habrían tenido que inventar, porque son incapaces de hacer nada si no están los catalanes o Catalunya en medio. La lista de los que podrían formar parte de este ranking sería muy larga, pero actualmente el mejor exponente de esta conducta es, sin duda, la lideresa del PP en Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que se ve que no puede hablar de nada sin ponerse a los catalanes y a Catalunya en la boca.
Sea de lo que sea, de la financiación autonómica, de la presión fiscal, del servicio de cercanías, de la deslocalización de empresas, de la ampliación de los aeropuertos, de la inmigración, de las corridas de toros, del fútbol o del tiempo, la culpa de lo que suceda es siempre, invariablemente, de Catalunya. Y ojo que pronto no lo sea también la investigación por fraude fiscal contra su pareja que hace tiempo que se arrastra y que en algún momento ha venido efectivamente de un pelo que no la endosara a los catalanes. Claro que de una persona que ha bendecido la llamada Operación Catalunya de las alcantarillas del estado para desmontar el “sueño secesionista” de unos catalanes que no son nada ni se merecen nada, porque Catalunya, dice ella, no solo no es una nación, sino que pertenece a todos los españoles, no se puede esperar nada bueno. Si fuera historiadora, sabría, o debería saber, que cuando del Ebro hacia abajo, hasta al-Ándalus, solo había el califato de Córdoba, del Ebro hacia arriba Catalunya ya existía. Y si no lo sabe, como política también debería saberlo, si no es de las que creen que político e inculto van siempre juntos en la misma frase.
Su obsesión es “acabar con los privilegios” que, según parece, tienen los catalanes en todos los sentidos. Tantos tienen que se ve que permanecen bajo el yugo del estado opresor que ella, como discípula aventajada de José María Aznar, tan bien representa, porque les apetece, porque se sienten cómodos, en lugar de irse y hacer su vida. Y tan grandes son los supuestos privilegios que cada dos por tres España se rompe, y de tantas veces que ha proclamado que se rompía en estos momentos debería estar desmenuzada en mil pedazos. Pese a todo ello, el actual presidente de la Generalitat, Salvador Illa, está dispuesto a encontrarse con Isabel Díaz Ayuso dentro de la tanda de reuniones que mantiene con los presidentes autonómicos, con la voluntad de reincidir en una práctica más que gastada y que se ha comprobado que es del todo infructuosa: hacer pedagogía sobre las bondades de Catalunya. La lideresa del PP de momento le ha contestado que, en lugar de una reunión privada, preferiría el espectáculo de un debate público por televisión, que el líder del PSC, con buen criterio, ha rechazado. Su manía con Catalunya es talmente un caso patológico —para ella el propio Salvador Illa es también un separatista—, quizá paranoico y todo. Y allí donde no llega ella siempre hay una Cayetana Álvarez de Toledo cualquiera preparada y a punto para disparar.
Isabel Díaz Ayuso no es la única, en todo caso, que tiene fijada a Catalunya entre ceja y ceja. Muy de cerca la siguen el resto de barones territoriales del PP, entre ellos el indigno presidente de País Valencià, Carlos Mazón, que en cualquier democracia normal del mundo habría dimitido el mismo día de la catástrofe provocada por la gota fría —popularizada como DANA— el 29 de octubre del año pasado, pero que siete meses después —se cumplen este jueves— aún continúa en el cargo gracias a la inacción y el consentimiento del máximo dirigente del partido, Alberto Núñez Feijóo, que al no haberlo obligado a dimitir cuando tocaba tendría que irse él también, y más ahora que empiezan a sentir en la nuca el aliento de Francisco Camps, que avisa de que vuelve. Quizá por eso, y otros imprevistos parecidos, la decisión de adelantar el congreso de la formación a primeros de julio parece una maniobra para ganar tiempo y frenar el cuestionamiento en clave interna y ya está. Los tres son de los que a la mínima se ponen a los catalanes en la boca. A Carlos Mazón le habría gustado, de hecho, poder responsabilizarles de los efectos de la DANA y el líder del PP hace el memo rechazando el acuerdo sobre la condonación de parte de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) a las autonomías porque, dice, solo beneficia a Catalunya. Él sabe que es falso cuando se pronuncia de esta manera o cuando lo hace sobre la delegación de las competencias de inmigración o el reparto de menores migrantes o cuando se opone a la oficialidad del catalán en la Unión Europea (UE). Pero como ponerse con los catalanes en España le da votos —aunque en Catalunya se los reste—, mentir tanto le da. Y Francisco Camps volverá a la carga así que sea necesario.
Cuando se trata de cargar contra los catalanes y Catalunya, en España no hay diferencias y los extremos se tocan
Otros dirigentes territoriales del PP, la mayoría de los cuales gobiernan gracias al apoyo de Vox, les siguen de cerca. El presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno, la presidenta de Extremadura, María Guardiola, o el presidente de Murcia, Fernando López, pueden criticar a Catalunya a cuenta de los inmigrantes que en su momento se desplazaron, según ellos, para levantarla, pero en realidad para colonizarla. La presidenta de Baleares, Margalida Prohens, y el presidente de Aragón, Jorge Azcón, pueden hacerlo para negar la evidencia de una identidad cultural y lingüística compartida que, por mucho que hagan ver que no existe, la historia acredita (Sixena mismo). Los presidentes de Galicia, Castilla y León o La Rioja, Alfonso Rueda, Alfonso Fernández Mañueco y Gonzalo Capellán respectivamente, y la presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga, pueden hacerlo sencillamente porque ponerse con Catalunya sale gratis y deben pensar que siempre queda bien ante sus electorados. Todos juntos protagonizan, además, una ofensiva judicial descarada contra los acuerdos alcanzados entre el PSOE y JxCat y ERC —ley de amnistía, delegación de competencias de inmigración, reparto de menores migrantes, condonación de la deuda del FLA, financiación singular— en un intento de tratar de ganar en los tribunales aquello que no han sido capaces de ganar en las urnas. Y entonces están los miembros del PP que habiendo nacido en Catalunya se dan de menos de ser catalanes, como Alicia Sánchez-Camacho, que se ha jactado de haberse trasladado a vivir a Madrid: “No vivir con ustedes es de las mejores decisiones que he tomado en mi vida”
No toda la fobia anticatalana recae, no obstante, en el PP. Dando por descontado que el objetivo de Vox es aniquilar a los catalanes, en el PSOE tampoco se quedan atrás. Lo que ocurre es que no se nota tanto porque ahora los necesita para mantener a Pedro Sánchez en la Moncloa, igual que lo hizo el PP con José María Aznar en su día y lo volverá a hacer cuando vuelva a tocar con quien haga falta. El actual flagelo anticatalán del PSOE —además de otros nombres igualmente combativos como el del expresidente de Aragón, Javier Lambán— es, llueva, nieve o haga sol, Emiliano García Page, presidente de Castilla-La Mancha y crítico de cabecera de Pedro Sánchez, de estilo parecido al del expresidente de Extremadura Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y que podría hacer pareja perfectamente con Isabel Díaz Ayuso. Porque, para él, también todo son “privilegios” para Catalunya y no pasa día que España no se rompa por culpa de los catalanes. La lástima es que, a pesar de tantas imprecaciones apocalípticas, España no hay manera de que se rompa, que es el sueño de muchos catalanes, que estarían encantados de recoger sus pedazos y tirarlos a la papelera de la historia.
Últimamente, a este anticatalanismo visceral también se le ha unido alguno de los malogrados herederos del bloque comunista. Es el caso de Podemos, que, a través de su reelegida secretaria general, Ione Belarra, se opone radicalmente, con un discurso catalanófobo idéntico al de la derecha y la extrema derecha que tanto critican —¡y a pesar de todo JxCat todavía se plantea negociar con ellos!—, a la delegación de la gestión de la inmigración a Catalunya. Y es que, cuando se trata de cargar contra los catalanes y Catalunya, en España no hay diferencias y los extremos se tocan. Nada nuevo que los catalanes no sepan de hace siglos.